Cuando la periodista francesa Claire Parnet le propuso a Gilles Deleuze realizar tres entrevistas televisadas usando como recurso las letras del abecedario como disparadoras de ideas se hizo bajo la condición de que sean emitidas a título post mortem auctoris, es decir después que Deleuze muriera. Eso le daba la libertad de decir lo que quisiera sin medir las consecuencias de lo pensado. En una parte, hablando de literatura, dice que prefiere olvidar lo que lee, que le gusta sorprenderse leyendo algo ya leído sin recordar previamente lo que alguna vez pasó por sus manos. Era Deleuze, entonces, un deconstructor; o mejor dicho un disyuntor. Para él la disyunción tenía que ver con el acontecimiento “lo que sobra a la idea, el exceso”, y ese devenir-loco debería darse: uno posible en el futuro y otro real en el pasado. 

No hay deconstrucción posible sin haber sufrido un ACV social. Después de un ACV todo se tiene que pensar antes: antes de mear, de sonreír, de abrir la heladera. La aparición de un estado de hipersensibilidad gobierna la razón que debería jugar a favor de empezar a ver el mundo con otros ojos. Un niño deconstruye cuando deja de gatear, cuando deja de señalar, cuando balbucea o cuando liga la cosa con el fonema. Deconstruimos desde lo colectivo cuando tenemos la habilidad social de observar qué sucede a nuestro alrededor. Deconstruir es pensar después de pegártela en la pera confiando en que lo emocional traduzca la realidad a favor del amor. Todos deberíamos tener acceso –si la neurosis lo permite– a nuestro grado de “femeculinique” que es ese hilo que une lo racional con lo emocional a la hora de deconstruir la realidad social que nos habita. Es la brecha, el gap. Porque sin hilvane no hay deconstrucción, sin ruptura no hay pregunta y sin pregunta no hay respuesta. 

Algunas de las secuelas del accidente cerebro vascular son la espasticidad y la disartria. La primera remite a una contracción permanente de algunos músculos y la segunda a una alteración del habla. Un ACV social es el que te impide poner en palabras determinados pensamientos y te contrae el corazón. La herramienta que mide la deconstrucción se llama fluidez. Si fluye encastra, si no fluye enchastra. La fluidez no es un acto voluntario. No se trata de que dos personas acuerden fluir. Se fluye más allá de las personas, la simulación de la fluidez es un acto capitalista. Se fuerza lo que quiere controlarse, lo que se está yendo al pasto, lo inconmensurable. Fluir es no pensar en la fluidez.

Fabio Lacolla. Psicólogo y ensayista. Autor de El ensayo amoroso.