La historia de No te Va Gustar, desde lejos podría parecer una ramificación más del mito fundante del rock: un grupo de amigos desencajados de los mandatos sociales, tratando de escapar de familias con cierta disfuncionalidad, la conexión con los instrumentos y la intensidad de las canciones, un ascenso lento y luego vertiginoso, la llegada a la masividad. Pero al recorrer las páginas de Memorias del Olvido (Planeta), la biografía que acaban de publicar como corolario de sus veinticinco años de trayectoria –más de 450 páginas en papel ilustración, con una caudalosa cantidad de fotografías–, lo que se advierte es que, si bien esas piezas forman parte del rompecabezas, no son suficientes. No alcanzan para comprender la poderosa alquimia que los convirtió en la banda más importante del rock uruguayo y una de las más convocantes de Latinoamérica.

“Queríamos un libro honesto. Que tuviera de lo bueno, lo que nos deja bien parados, y lo que no tanto. Me parece que eso lo hace real, creíble”, dice Emiliano Brancciari, cantante, guitarrista y líder de No Te Va Gustar, en un escondido hotel de Palermo, junto al trombonista Denis Ramos y el periodista Mateo Crespo, amigo de la banda y autor del libro. “Teníamos la confianza con Mateo para poder abrirnos. En todo lo que hacemos pretendemos que nos ocurra eso. Si sacamos un disco, que sea realmente porque nos gusta. Con el libro lo mismo. Estamos contando la verdad”. Entonces aparece ese costado peligroso, que decidieron no esconder: el recambio de músicos casi constante –peleas de egos, proyectos encontrados, personalidades incompatibles–, los desencuentros familiares, las sustancias psicoactivas como catalizadoras de la energía, las discusiones para encontrar el rumbo, la dificultad para asimilar la muerte, que terminaría por golpear en el corazón de la banda. 

“Es una historia que podría ser de una banda de rock como de cualquier grupo humano que logró su cometido pese a todas las adversidades y problemas”, dice Crespo, quien realizó más de sesenta entrevistas a los integrantes, a familiares y amigos, músicos y productores, y giró durante un año con NTVG. “Estaban todos los condimentos de una biografía de rock y también de una novela. Hay un nudo, un desenlace, pero también están los elementos claves de una historia: la comedia, la tragedia, la aventura”.

Memorias del Olvido es un recorrido vertiginoso que parte de una inesperada amistad en barrios montevideanos y que, casi a contramano de la historia, deviene banda de estadios que parecía imposible en un país donde el rock apenas había germinado. Veinticinco capítulos en los que se suceden desde recitales en reductos donde afuera se escuchan tiros hasta festivales atestados, giras interminables, contratos frustrados y ganados, una disección minuciosa de los procesos técnicos y emocionales detrás de cada disco, la explosión de las canciones en América y Europa. “Encontramos un montón de cosas que fueron también una manera de descubrirnos entre nosotros”, explica Brancciari. “Uno va caminando con su verdad y a veces no charlás con toda la banda de lo que va ocurriendo. Al escuchar esa visión del compañero nos sorprendimos a nosotros mismos”.

Esas distintas miradas, el pulso vital que exhalan, es lo que abre las dimensiones profundas de la historia. El testimonio despojado de sus integrantes, la reconstrucción de sus infancias y adolescencias –casi todos con padres ausentes–, el sentido que cobra la música en cada recorrido, la militancia de izquierda como legado familiar. A través de esa perspectiva cargada de intimidad aparece la genética de una banda que se volvió masiva fusionando, con precisión y sensibilidad, el candombe, el rock, la murga uruguaya, el pop, el reggae, la música electrónica y el country. Un recorrido que culmina en la grabación de su último disco, Otras Canciones, en donde se permiten una reformulación acústica de sus temas más exitosos –junto a invitados como Jorge Drexler o Draco Rosa–, y que será presentado en abril en Montevideo y en junio en Buenos Aires.

“Es un show registrado en vivo, con público. Vamos a tocarlo en teatros, sentados, donde también va a haber un montón de canciones que en los shows eléctricos quedan de lado”, dice Brancciari sobre este disco que ya tiene un video subido a las redes sociales. Una versión recargada de “Chau”, con Julieta Venegas al frente y una impronta jazzera que se cuela entre las líneas melódicas de los vientos. “Intentamos que la gente que ya conoce esos temas los aborde desde otro lado. Es algo similar a lo que termina pasando con el libro, donde aparecen todos esos otros lados de la banda”.

Puentes de dolor

El 9 de septiembre de 2017, NTVG confirmaba su crecimiento en Argentina colmando el Hipódromo de Palermo. Veinticinco mil personas esperaban para la presentación de Suenan las Alarmas. Y lo que sucedió esa noche se convirtió en una de las pruebas más difíciles para la banda. La tormenta eléctrica hacía insostenible el recital. Una y otra vez los organizadores amagaban con cancelarlo. Una y otra vez la banda se subía al escenario. “Cuando estaba ahí viendo todo eso muy de cerca, dije: tengo el comienzo del libro. Me fui sabiendo que tenía el punto de partida, que me servía como excusa para repasar y hacer un punteo de las claves que iba a desarrollar”, dice Crespo. “Cualquier otra banda se hubiese bajado del escenario. Y ellos, con esa mezcla de suerte, huevos, inconsciencia y fortuna, pudieron terminar ese show. Ahí estaba la síntesis de todo lo que tenía que decir en el libro”.

Esos elementos se van desperdigando en el recorrido de una banda que lleva quince discos –nueve de estudio–, más de mil trescientos recitales en veintidós países distintos y una exuberante cantidad de canciones enquistadas en la música popular latinoamericana. Pero que también debió atravesar grandes pérdidas. En 2007, ante la inminente salida de Todo es Tan Inflamable, dos miembros fundadores de la banda, el bajista Mateo Moreno y el baterista Pablo “Chamaco” Abdala, decidieron alejarse. Y lo que sucedió con ellos funciona también como otra posible síntesis de la historia. Moreno decidió dejar la banda cuando notó que se presentaba en todo momento como “bajista de No Te Va Gustar”, cuando eso parecía haberse vuelto más importante que él mismo. “Chamaco”, a pesar de mantener una buena relación con la banda, decidió no dar su testimonio para Memorias..., no quería volver a atravesar ciertas instancias. En esos dos caminos que se bifurcan puede rastrearse la esencia de NTVG: la necesidad implacable de una entrega completa que se conjuga con una intensidad flamígera. 

“El amor a la música y la convicción de que es nuestra vocación, que es lo que tenemos que hacer, es lo que está detrás de todo. Lo que hace que pese a los golpes sigamos adelante. A veces parece que no hay salida y tenés que hacer fuerza para mantenerte, pero después te das cuenta que fue la mejor decisión”, dice Brancciari con un tono calmo. “A veces lo hemos hecho a ciegas. Como después de la muerte de Marcel (Curuchet, histórico tecladista de la banda, fallecido en un accidente en 2012, cuando estaban de gira en Estados Unidos). Seguimos un poco por inercia, haciendo un duelo, sin saber muy bien qué nos pasaba. Pero después nos dimos cuenta que fue lo mejor que hicimos, no hundirnos en ese momento”.

–En el libro se muestra cómo cada uno, de una u otra manera, está atravesado por una historia dolorosa. ¿Es necesario el dolor para tener algo que decir?

E. B.: –Creo que ayuda al desarrollo artístico. Al menos desde mi experiencia fue así. No tengo la certeza de que ocurra siempre, pero desde mi lugar, desde lo malo siempre termina saliendo algo artísticamente bueno. Así como los momentos malos hacen que después el momento bueno sea bueno. Un poco de sufrimiento siempre genera mayor creatividad. 

D. R.: –Cuando uno está en un lugar de confort quizás puede escribir cosas buenas, pero no tan arriesgadas, que no salen tan de adentro. En los momentos de dolor es cuando la cabeza más te gira. Incluso en términos musicales pasa lo mismo, no solo en las letras, es algo que se transmite desde el instrumento.

–Un elemento que aparece en el libro son las sustancias psicoactivas. Desde la marihuana hasta las experiencias con ácido lisérgico y cristales. ¿Sienten que fueron un potenciador o un freno de la capacidad artística?

E. B.: –En mi caso es un freno. No me abre ninguna puerta más que la diversión. No funcionan creativamente. Sí para tocar, divertirme. Pero no puedo componer bajo ninguna sustancia. Prefiero estar lúcido y relacionarme con el instrumento y la lapicera. Lo he intentado, pero al otro día miro lo que hice y es una basura. Y me había ido a acostar re contento (risas).

–¿Qué los hace conectar con tanto público?

E. B.: –Una vez una amiga me dijo: “¿Sabés lo que pasa con tus canciones? Muchas están escritas desde el lugar del loser. Y eso te da empatía con la gente”. Yo nunca lo había pensado, pero puede ser. No escribí nunca desde el que “ya la pasó y es un crack”. La gente cuando se siente comprendida por el que le está cantando, puede sentir empatía. Desde ahí conectamos. 

A manos de la revolución

La salida en 2012 de El calor del pleno invierno, el disco que Marcel había llegado a grabar antes de morir, significó la conversión final para NTVG en una banda multitudinaria que podía recorrer estadios de casi toda Latinoamérica. Pero también hizo aparecer un fantasma que deberían aprender a descifrar: el costo que traían las adulaciones y la creciente exposición en los medios. “Cuando están todo el tiempo diciéndote ?sos un genio, sos un genio, ¡sos un genio!?, a la larga pensás, ?¿pero no seré un genio??. Y no lo sos”, dice Bracciari en uno de los últimos capítulos de Memorias..., en una declaración de principios frente al lugar que ocupa un artista en la sociedad. “Fue muy difícil asimilar lo que ocurría en Argentina, el éxito que empezamos a tener”, completa ahora Ramos. “Pero vivimos en Uruguay y eso para nosotros es un alivio, volvemos a nuestra casa y salimos a la calle como cualquiera, a hacer fila para pagar los impuestos. Eso te pone siempre los pies sobre la tierra”. 

–El grupo fue desarrollando un humor cada vez más espeso, que por momentos hace tambalear los vínculos. ¿Qué lugar ocupa ese humor en la banda?  

D. R.: –Es muy chocante. Entrar en esta banda después de los 2000, que ya estábamos en esa rosca, de mandar cualquiera... era difícil. Es una catarsis psicológica terrible. Metemos apodos muy fuertes, cada uno tiene quince por lo menos (risas). 

E. B.: –El bullying es nuestra forma de relacionarnos, de decirnos las cosas, de hacernos fuertes, porque después de eso no hay nada que te pueda voltear. Nada te lastima. Nos decimos las cosas de manera ácida, pero nos permite no tener cosas ocultas, algo que se hace difícil en cualquier grupo. Sino empezás a juntar, no te decís nada, hasta que un momento revienta. Acá te vas diciendo lo que pensás, algunas cosas son en serio y otras son pavadas. Encontramos esa forma de decirnos las cosas. De alguna manera nos sirve. La banda no te permite creerte más de lo que sos. 

–Esa cuestión está casi siempre presente, la necesidad de mantener el ego a raya.

M. C.: –Hay una cosa que me llamó la atención: siempre están como en dos o tres momentos a la vez. Cuando en Montevideo ya la rompían, en Buenos Aires estaban remando en el under. Cuando la empiezan a pegar acá, estaban girando en Europa cargándose los equipos y tocando para 200 personas que iban de curiosos. Después empiezan a ir a México y a hacer el under mexicano, que es muy complejo. Eso los mantenía siempre muy en el presente. 

D. R.: –Un desfasaje. Nunca nos pasó de llegar por primera vez a un lugar y que haya diez mil personas. Si no te quedás con lo que conseguiste, siempre estás arrancando desde abajo también. 

–¿Todavía les sucede?

E. B.: –Sí, hay países de Latinoamérica a los que vamos menos seguido y cuestan más. Nuestro fuerte sigue siendo el show, entonces tenemos que seguir tocando para crecer en esos lugares. 

–El crecimiento nunca los desligó de cierta militancia política, que aparece en las letras. La exposición de la violencia de género y la transformación que plantea el feminismo siempre estuvieron presentes. ¿Cómo ven los cambios de estos años?

E. B.: –Pasamos desde los momentos en que no se hablaba, o que parecía que era un mito, hasta este presente que es un momento histórico. El movimiento feminista y de los derechos de las mujeres está avanzando rápidamente, con total justicia, como debe ser. Obviamente debe ser a los golpes. ¿Es exagerado, es mucho? Sí, porque sino no es. Para dar vuelta la situación y cambiar las cosas, tiene que ser revolucionario. Los varones estamos en el momento de aprender rápido y a los golpes cómo deben ser las cosas. Hay que acoplarse y ser parte. 

–Al haber girado tantos años por Latinoamérica con esa mirada crítica, ¿cómo vieron el cambio político en la región?

E. B.: –Yo siento una mezcla de miedo y de descreimiento. No entiendo cómo se puede llegar a esto, a que las clases más bajas tomen este rumbo, que se vote a políticos que no están para nada preocupados por el bienestar de sus pueblos. Eso es algo increíble. Me asusta mucho. Creo que tenemos que abrir los ojos lo antes posible.