“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la Historia Universal aparecen, como si dijeramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”, escribió Carlos Marx en El Dieciocho Brumario. Las líneas de continuidad de la política económica macrista con los noventa, hacen recordar la famosa reflexión del filósofo alemán. El ex ministro Domingo Cavallo sostuvo que “hay una gran coincidencia entre la economía de Macri y la de los noventa. Todos los que están en el gobierno trabajaron en algún momento conmigo, salvo los que son muy jóvenes. Macri también tuvo mucha relación conmigo, él como empresario y yo como ministro”.  

El actual Presidente nunca ocultó su admiración política por el riojano. En octubre de 1997, Mauricio Macri declaró “no soy menemista, soy supermenemista. Soy menemista a muerte. En el ‘89 estábamos casi fuera del planeta, en un lugar marginal” (entrevista en la Revista Viva). El paso del tiempo no modificó su opinión. En 2003, el líder del Pro declaró que “Menem fue el gran transformador”.

Volviendo al principio, la existencia de fuertes lazos de continuidad no implica una repetición idéntica de la historia. En primer lugar, el contexto internacional es muy diferente de los noventa. El panorama interno también es distinto por varias razones. Por ejemplo, la presencia de una fuerza opositora que demostró la viabilidad (aún con debilidades) de un proyecto político–económico inclusivo. Ese antecedente era inexistente en los noventa. 

Por otro lado, el grado de organización actual de los movimientos sociales (incluso con limitaciones y/o problemas) era impensable hace 25 años. Ese nuevo sujeto político era embrionario a fines del siglo anterior. Otra diferencia es el posicionamiento de la Iglesia Católica. En el libro Camino al colapso. Como llegamos los argentinos al 2001, el investigador Julián Zícari explica que “con la llegada de Menem al gobierno, la Iglesia vio una excelente oportunidad de recomponer sus relaciones con el Estado. Así, se designó en el principal arzobispado del país —la arquidiócesis de Buenos Aires— al Cardenal Antonio Quarracino, un hombre fuertemente ligado al nacionalismo conservador y al peronismo”. En ese marco, la cúpula eclesiástica apoyó el giro neoliberal comandado por el líder riojano. El cardenal Quarracino sostuvo “todo ajuste va a suponer ciertamente conflicto y situaciones difíciles. Ningún país levantó cabeza sin una cuota de sufrimiento”. “No hay gobierno en el mundo que pueda resolver el problema de la pobreza, ya que pobres habrá siempre según el Evangelio” agregaba Monseñor Ogñenovich, obispo de Luján.

El periodista Washington Uranga explica que “desde que Jorge Bergoglio fue elegido como máxima autoridad de la Iglesia Católica, el 13 de marzo de 2013, el episcopado argentino registró cambios importantes en su conformación debido a la intervención directa del Papa. En la actualidad son 40 los obispos argentinos cuyas designaciones pasaron por la firma de Francisco, sobre un total de 83 que tienen responsabilidades directas como titulares de jurisdicciones eclesiásticas o auxiliares de las mismas” (“Obispos made in Francisco”, artículo publicado en Página/12 el 03/2/2019).

La influencia de Francisco también se reflejó en la elección de Oscar Ojea (obispo de San Isidro) como presidente del Episcopado. Los restantes miembros de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal están alineados con el mensaje pastoral del Papa argentino. Las periódicas reuniones de Ojea con dirigentes (sindicales, empresarios, sociales) críticos al macrismo generan incomodidad en el gobierno nacional. Ese creciente protagonismo eclesiástico también inquieta a corrientes laicistas. Lo cierto es que la Iglesia (guste o no) es un actor político de peso en la Argentina. El dato positivo es que ya no bendice el orden neoliberal como antaño.

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