Hace varios años viaje a San Pablo en auto. Fueron miles de kilómetros interminables. A la altura de Paso de los Libres un tronco atravesado en la ruta me obligó a bajar la velocidad para esquivarlo. Cuando pasé a su lado noté que el tronco se movía y pude ver que se trataba de un yacaré. Si no frenaba a tiempo probablemente hubiera matado al animal y también hubiera volcado el auto.

Durante el resto del viaje seguí pensando en el yacaré. Estaba seguro de que la gente del lugar jamás confundiría a un yacaré con un árbol caído.

Fueron cientos de kilómetros y horas al volante imaginando a una familia de porteños conviviendo con yacarés en la selva misionera. 

En las costas del litoral paulista escribí los primeros borradores, pero el cuento no tomó forma hasta que intuí que la historia de Tarzán Martínez y los yacarés no era más que una manera de narrar la caída de un padre, cuando decidí que el domador de yacarés era sólo una vara para medir la debilidad del padre del cuento.

Cuando volví a Buenos Aires juré que nunca volvería a hacer ese viaje en auto, pero si por cada cinco mil kilómetros pudiera escribir un cuento no dudaría en volver a hacerlos.

El cuento fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes y publicado en el libro Nunca Pasa Nada.