La defensa de la educación pública permaneció ausente, por muchos años, de la lista de reivindicaciones feministas. No hubo una línea de trabajo específica atravesada por el feminismo ni durante las luchas por la educación laica y gratuita (1958), ni durante la destrucción menemista (1992), ni durante la debacle y la Carpa Blanca (1997-1999). En 2007 la maestra neuquina val flores levantó su voz, enlazando el reclamo de justicia por el asesinato del docente Carlos Fuentealba con el análisis feminista: “Pienso en el papel de guardianas del orden social, moral y sexual que todavía depositan en nosotras para formar al ‘ciudadano de bien’. No comparto la idea de que las y los docentes somos sagrados como se dijo en algún escrito de ocasión, pienso que la educación tiene que desarmar jerarquías de cualquier índole, promover itinerarios de comprensión de la desigualdad de clase, género, raza, sexo, orientación sexual, nacionalidad, edad, que no son ni para siempre ni desde siempre, que hay intereses para que sean así, pienso que la obediencia no puede ser nuestro mandato pedagógico, yo, maestra, pienso que las cosas pueden ser de otra manera”. 

Diez años después, el lazo aprieta como nunca: programas desarmados de un plumazo o a fuego lento, despidos que se multiplican en el Ministerio de Educación de la Nación. Y hay organización por debajo, sobre todo de las mujeres (y entre las mujeres, muchas lesbianas y bisexuales, en el sentido de la identidad política), que intentan resistir los despidos, pero ante todo el cierre de los programas de formación docente gratuitos.

Sin embargo, el feminismo en su conjunto no se define sobre el eje Educación Pública. No se define en masa, como sí lo hace en el armado vertebrador de los Encuentros Nacionales de Mujeres, los #NIUnaMenos y el Paro de Mujeres. 

“A ver si las feministas abrimos los ojos. No se puede pensar el feminismo escindido de las luchas concretas por el acceso a políticas públicas que democraticen el acceso a la educación. Y a los chongos de los sindicatos les decimos: queremos comisiones gremiales con espacios igualitarios para las mujeres. La educación no se puede pensar sin la perspectiva de género”, sintetiza Luci Cavallero, socióloga, feminista y lesbiana. Trabajadora despedida del Ministerio de Educación en diciembre, con telegrama y todo (no todas tienen esa suerte). Luci forma parte, en forma independiente, del Frente Popular por la ESI (Educación Sexual Integral) y antes de que la despidieran trabajaba en el curso cuatrimestral de Prevención de Adicciones, cerrado –como muchos otros– por las autoridades de Educación de la Nación.

Mientras tanto Laura Pérez Régoli, trabajadora del Instituto de Formación Docente del Ministerio, señala que “somos muchas las lesbianas en Educación. No somos visibles en general. Yo sí lo soy con mis compañerxs de oficina, pero no sindicalmente. Lo que hay sindicalmente son muchísimas mujeres”.

Acerca del encuadre feminista del activismo en Educación, Laura propone una militancia pedagógica para transformar la sociedad, como clave para desarmar los hilos que fue tendiendo cierto feminismo institucional y mediático devenido conservador. Se refiere al “feminismo” que defiende políticas punitivistas (los problemas de violencia contra mujeres, lesbianas, travestis, trans y gays se solucionan con botones antipánico y cárcel para los agresores) y un determinado manual de conductas para los varones. “La militancia pedagógica no consiste en explicarles a los varones cómo se tienen que comportar, sino en pensar una sociedad que necesariamente requiere políticas de Estado diferentes, educación con perspectiva de género (un camino que la ESI ya habilitó). Pero es un camino muy duro a recorrer, porque atañe a la militancia cotidiana: que se modifique la educación de cada piba y cada pibe en cada aula del país”. En síntesis, un trabajo de hormiga.

Nueva escuela

Así es como en estos días, una nueva generación de feministas considera que la defensa de la educación pública debe ser una de las reivindicaciones centrales. 

Mariela Acevedo, despedida del Ministerio de Educación, feminista y bisexual, fue hasta diciembre responsable de contenidos del módulo de Educación y Género de la especialización en Derechos Humanos del programa nacional de formación docente Nuestra Escuela. El postítulo docente en Derechos Humanos tiene como fecha de vencimiento 2017, “si no se abre una nueva cohorte, cierra”.

“Para las autoridades actuales, la formación docente es un negocio. Saben que lxs docentes van a hacer lo que sea para juntar el dinero necesario para sumar el puntaje requerido por la carrera docente, tal como está formulada. El programa Nuestra Escuela les daba una plataforma para hacerlo de manera gratuita, en el horario que les resultara conveniente y para todo el país. El programa les cambió la vida a muchxs docentes. Entre los materiales contábamos con textos como ‘El armario de la maestra tortillera’, de val flores; una entrevista a Gracia Trujillo sobre transexualidad y adolescencia; una entrevista a Paul Preciado sobre un caso de bullying homo-transfóbico”, explica Mariela Acevedo.

Laura Pérez Régoli estuvo en la mesa de ayuda del programa Nuestra Escuela: “No podía creer los horarios de las consultas. Una docente preguntó una vez: ‘¿Puede ser que a las 3 de la madrugada se me desactive la plataforma?’. Era cuando hacíamos el mantenimiento. La docente aprovechaba el tiempo que estaba tranquila en su casa para formarse, cuando los chicos se habían ido a dormir. Para muchxs docentes mayores de 40 años, el programa funcionaba también como un alfabetizador digital muy ligado al programa Conectar Igualdad y era un elemento fundamental para acortar la brecha generacional entre lxs docentes”.

Imágenes paganas

Mariela Acevedo, a su vez, pertenece al grupo de autoras de historietas que lanzó la convocatoria Carnes Tolendas y participó del Festival por la Educación Pública realizado frente al Palacio Pizzurno, a mediados de enero. La acción gráfica callejera se inspiró en los Dibujos Urgentes de Maia Venturini Szarykalo (autora de Escenas de la Vida Lésbica). Muchas autoras dibujaron viñetas urgentes y un equipo de CarnesTolendas, con baldes de engrudo, los instaló en diferentes lugares de la plaza frente a la sede principal del ministerio.

Mariela Acevedo explica que la defensa de la educación pública es una causa feminista en primer lugar por una razón histórica: porque el magisterio fue una de las primeras carreras que les permitió a las mujeres independizarse y puerta a los estudios superiores. “La educación pública no está en la agenda actual de las feministas como sí lo están el aborto, el femicidio, la violencia, la prostitución y, con mucha suerte, la cuestión lgbtiq, cuando surge un crimen de odio. En el horizonte aparece un proyecto de ley del senador Eduardo Aguilar –que en diciembre ya se discutía en comisiones en el Senado– propone generar instancias de evaluación a futurxs docentes después de haber hecho una carrera. Y esto afectaría principalmente a las mujeres, que siempre van a ser las primeras en abandonar, por el peso de la doble jornada y el cuidado de lxs hijxs”.

La militancia feminista lgbtiq en Educación no consiste únicamente en la defensa de los puestos de trabajo –que también la llevan a cabo, insertas en los gremios ATE y UTE– sino en la defensa de los programas de formación docente y de la educación pública en general. Y para eso se organizan, de manera creativa y en asambleas, donde cuestionan y reclaman a los varones que no hagan la típica: las mujeres preparan los textos de los volantes, recorren las oficinas y los distribuyen, mientras ellos posan para la foto en escenarios y durante los abrazos a los edificios del Ministerio. 

En pocos días, el Frente Popular en Defensa de la ESI –que contiene a muchas de las activistas en educación– retoma sus actividades, con amplia participación feminista lgbtiq.

Lucinda Youns

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