Están en el despacho todavía eufóricos, un poco atropellados porque imaginan que el triunfo electoral está por ocurrir y esos días previos tienen algo de conversión, de mirada agigantada sobre cada conflicto guardado para otro tiempo. Se toman la botella de whisky y la amistad parece una palabra austera al momento de examinar el perfil del otro, como si nunca hubiera descanso en el vendaval de la política.  

Francisco será por un momento el director de la escena, el candidato del cambio que enreda a su amigo en una inspección controlada de su comportamiento para llevarlo a la confesión, para provocar una revelación que obligue a Alejandro a desarmar su máscara. 

Dignidad es una obra encerrada en un diálogo pero la trama que construye Ignasi Vidal trabaja la acción dramática como una contienda impetuosa. Cada protagonista tiene una estrategia que no puede sincerar hasta tener a su oponente acorralado. La política no es un espacio de construcción compartida ni de solidaridades, al menos no aquella que aspira al poder institucional. El autor español presenta un conflicto que no admite pacto alguno con el sistema que combate, en esta característica se acerca a la tragedia griega. Para el héroe clásico la negociación era similar a la renuncia absoluta, a la entrega del sentido. Francisco sigue esta línea cuando se empecina en asignarle a su acción un valor que está por encima de cualquier contradicción y, de este modo, propone una discusión sobre el héroe contemporáneo, o sobre la necesidad de figuras que asuman este rol para ser empleadas por la política como mito.   

Francisco es un hombre de esta época y deberá también afirmarse en un terreno realista que establezca una mínima fisura en su ejemplaridad. Para encender sobre él una leve sospecha, Vidal convierte el discurso de la honestidad, que funciona como el núcleo de la identificación con el público, en un medio para la extorsión psicológica. El héroe podría ser un manipulador, alguien que exalta la decencia para sacarse de encima a un contrincante pero se trata solo de una insinuación que el texto decide no desarrollar. Si la apelación a la moral termina siendo una retórica disuasiva de la política, Vidal no elije atentar contra ella y prefiere salvarla, conservar el contraste entre sus personajes. 

Dignidad opera como una suerte de destino, como una maquinaria de sometimiento para los propios candidatos. 

Corina Fiorillo entiende que la estructura de la obra es duelística. La escena que los contempla es definitiva y tiene algo de esa agonía originaria del teatro donde el drama íntimo se superpone con las razones de estado. Como directora sabe que está mostrando una escena que siempre permanece vedada. Si el relato periodístico hace de la transparencia una maniobra de distracción, ella se detiene en una escena microscópica donde lo monstruoso será ese vínculo lastimado.

Alejandro, a pesar de ser el personaje más cuestionable tiene una pátina de vulnerabilidad que lo lleva a depender de la seguridad de Francisco. La composición de Gustavo Pardi se da en un cuerpo extremadamente sensible a cada palabra de su amigo mientras los actos que esconde suponen una frialdad de hormiga. Hay algo apasionado en su manera de defender la mugre en la que parece sentirse dichoso que lo lleva a ese gesto enloquecido al final de la arenga partidaria.

Al tratarse de una historia tan cercana para lxs espectadores/as, esa conclusión final, que en la tragedia griega era explicada por el coro, se construye afuera, en la calle, en la vida que lxs involucra. ~

Dignidad de Ignasi Vidal, dirigida por Corina Fiorillo, con las actuaciones de Roberto Vallejos y Gustavo Pardi. Miércoles a domingos a las 21.30 en Maipo Kabaret.