Otra vez, como hace algunos años, esta ventana: otra, la misma, siempre abierta.

Y otra vez a través de ella puede verse, en la cocina, a un hombre sentado: el perfil recortado por la lumbrera matinal que llega desde el fondo a través del pulmón de la vieja casa –ahora con algunas refacciones, por eso los albañiles–, como si apenas escuchara lo que de la calle llega: algunos pocos moviéndose a pie con todo este calor en Villa del Parque: es media mañana y este barrio de casas bajas pareciera estar en plena siesta. Tata Cedrón enseguida apronta el mate e invita al gran living de su casa, ese lugar que es también, ocasionalmente, sala de ensayo, estudio, bohemia oficina: por ello ese piano, los discos, los libros, un grabador antiquísimo, casetes, vinilos, carpetas; todas cosas que irá desempolvando, señalando y mostrando a lo largo de la charla, como notas al pie que, a pura palabra y objeto, ayudan a ilustrar la historia. Él nació en Buenos Aires hace setenta y siete años y pasó treinta viviendo fuera de su país: un ocasional viaje de trabajo –tocaba junto con su Cuarteto en Francia, en 1974– terminó con el regreso trunco y en un exilio en esa ciudad hasta el año 2004, fecha en que, después de alguna venidas ocasionales, afincó definitivamente en Buenos Aires. En vivo es común que diga “vieron que estuve como treinta años de vacaciones en Francia”: ese humor oblicuo y descarado tan propio de él. En 2004, entonces, primero alrededor de Boedo luego aquí, en pleno corazón de Villa del Parque.

Él avisa: “no se venden más discos y yo quiero seguir”. A la larga saga de reediciones del Cuarteto Cedrón que se vienen dando desde hace unos años –hecho que encuentra a Lucio Alfiz al frente de tamaña cruzada–, ahora acaba de sumarse un disco, doble, con nuevas canciones. “Yo canto folclore desde que soy chiquito” dice. Y eso da el empuje inicial para que cuente alrededor de la reciente edición, donde cada una de sus partes lleva un nombre y una idea diferente: Velay, música de tierra adentro y Mojarrita Porá, la música amontonada del mundo. “El primer recuerdo que tengo es ´Zambas sí, penas no´ que cantaba mi primo Germán, que después se murió de difteria. Tenía rulos. Yo tendría tres, cuatro años cuando lo escuchaba. Entonces, siempre canté folklore. Aparte yo viví esa época, nací en el treinta y nueve, me tocó la década recontra ganada: no la ganada, ¡la recontra ganada de la política y la cultura argentina! De todo. Estudié primero, de oreja, con un tanguero y con un paraguayo que vivía en mi casa que me enseñó a cantar en guaraní. También música clásica, teoría y solfeo. Estuve en Rosario estudiando pero no tenía secundario y no me aceptaron. Aprendí con el sonido de esa década. El primer disco que compré, en setenta y ocho pulgadas, fue ‘Pavana para una Infanta Difunta’ de Ravel y ‘Saint Louis Blues’ de Amstrong”.

¿Así llegamos, entonces, a este disco doble?

 –Hay un musicólogo francés, impresionante, que trabaja mucho con la música africana. Trabajó toda su vida, se jubiló ahora. Y me preguntó de dónde aprendí yo. Y se me ocurrió responderle eso: que nací en el cuarenta. Y escuché a Buenaventura Luna, a Martínez Ledesma, que era un dúo que hacían unos arreglos de voces de la puta madre, a los catorce escuché a Ramón Ayala, el mismo Ayala que ahora está de moda, bueno, yo lo escuché en el cincuenta y cuatro. Gardel, Magaldi, Corsini, me conozco todas las canciones de Gardel de memoria. ¡De atrás vengo! A Chazarreta, a los hermanos Ábalos, Saúl Salinas, que es el tipo que le enseñó a cantar a dos voces a Gardel. Salinas trabajaba en una disquería y escuchaba los discos mexicanos y ahí se avivó para hacer dos voces acá. Viví en el campo, escuchaba payadores en Radio Rural de ocho de la mañana a doce, todos los días, en vivo. ¡Payaban ahí, al toque! A Troilo, a Gobi, a Pugliese, a Caló, a todos los cantores. A Rivero.

¿Y volvés a escucharlos a todos ellos?

–¡No! Los tengo en el alma, los llevo en la oreja. Cualquier cosa que yo haga está impregnada de todo eso. Digo yo, me parece a mí. Si empezamos a investigar, debe haber cachitos de toda la música argentina. Y no me parece mal, al contrario, me parece bárbaro. La cosa de la creación, que se yo… A la escuela de Bellas Artes van todos a aprender. Pero después Picasso es Picasso, Rembrandt es Rembrandt.

¿Y hoy en día que escuchás?

–¡Ah! ¡Adolfo Ábalos! Yo tengo dos discos de él, tocando sólo el piano, y es lo más grande que hay. Él alcanzó a leer esto que digo. Ahora sacó un disco el Vitillo, una cosa de los cuarenta. Escucho a Dorival Caymmi. Ese tipo de música, algunos franceses que tocan valses, Paco Ibáñez me gusta mucho.

Música amontonada

Lo dicho, entonces: Velay y Mojarrita Porá.

El primero encuentra a Cedrón acompañado de Nicolás Arroyo en bombo legüero, Horacio Presti en guitarrón y Roger Helou al piano; junto a Jaime Torres y otros invitados. Aquí la cosa va más por la canción criolla, folclórica: “Pampa del Chañar” (Buenaventura Luna), “Canción del jangadero” (Dávalos/Falú), “Viene clareando” y “Nostalgias tucumanas” (Yupanqui), “Tuna, tunita” (Luna/Antonio Tormo/Canales), entre otras. “Yo todo eso lo cantaba. A Roger Helou lo conocí en Francia, músico clásico que después se hizo tanguero. Un día vino, hice un folclore y me dijo ‘yo nunca toqué folclore’. Y empezaron a salir estas canciones. Y salió el disco. Y terminamos como hermanos. Aunque el disco yo lo tenía hace tiempo. A partir de ahí vino el otro: mezclo todo, como siempre, me cago de risa, largo otro mensaje más de que hay que mezclar, que la mezcla es fenómena. En el disco de Tuñón hay una parte que dice ‘detesto las teorías absolutas’. Yo eso no lo dejé porque sí. En el disco colorado, ¿lo tenés ese? Ahí dice eso: detesto, detesto las teorías absolutas. Para ese reportaje usé ese grabadorcito que está ahí”.

En efecto, ahí está, contra un rincón, entre cajas: un grabador añoso, grande como una máquina de escribir. El disco “colorado” al que refiere el Tata es Cuarteto Cedrón canta a Raúl González Tuñón que en su segunda edición de 1994 incluyó partes de una entrevista que él mismo realizó hacia 1970. Vale volver sobre ese disco pero sobre todo a los fragmentos en los que Tuñón cuenta y escuchar y dejarse llevar: esa voz aterciopelada, al galope de ese modo repetidor que tenía de decir: “ella era inglesa, inglesa, inglesa, rubia, rubia, rubia”, “iban allí cocheros, choferes... choferes, cocheros”. Y escuchar también las risotadas de un joven Tata Cedrón alucinado y emocionado frente al poeta, perdido en un ímpetu y una ternura de niño. Cosas que Tata mantiene intactas, siempre en estado salvaje. “Yo lo digo en joda y en serio: yo no conocía a Fito Páez, no había escuchado Charly. Jamás escuché a Madonna. Jamás. Los Rolling Stones, no sé quiénes son. No es porque sea un fascista, qué se yo. Estaba en la mía, haciendo cuarenta y cinco mil cosas. A mí me gusta llorar cuando canto en guaraní,  escuchando chamamé o una zamba de Los Chalchaleros, o Gardel, Ramón Ayala, Pugliese. Esa era mi cultura”.

Mojarrita Porá por caso tiene, de alguna manera, un recorrido más clásico, más típicamente “cedroniano”. No sólo porque allí hay distintas formaciones del Cuarteto sino también porque el sonido, la búsqueda apunta hacia el tango, hacia la canción urbana. No es casual, entonces, que empiece con la portuaria “Barnabooth” (Tuñón) y le sigan, entre otras, “Los Bueyes” (de la Púa/Praino), “La curamaleña” (García Castro/Cedrón), “Hermano Chorro” (de la Púa/Cedrón), “Juan del disturbio” (Homero Manzi/Cedrón), una tremenda versión de “La Cachila” de Eduardo Arolas. El disco, además, recupera algunos registros hechos en Francia en 1977 por Philippe Beaucamp que en su momento no terminaron de definirse. Él cuenta: “Habíamos grabado Brecht y desde Polydor querían que grabáramos a Neruda también. Y Paco Ibáñez dice: grabemos a Tuñón. Y claro, fueron amigos. En la guerra española, Neruda y Tuñón eran compañeros. Viajaron juntos, Tuñón vivió cinco o seis años en Chile. Quedó ahí lo de Brecht. Y varios años después, no teníamos un mango y dijimos ¿qué hacemos? Y bueno, reflotemos aquello. Éramos cuatro familias las que había que mantener: necesitábamos diez mil francos por mes cada uno, casi diez mil euros, entonces sacamos el disco de Brecht y quisimos poner algunos temas más. Y yo estaba afónico, tenía la voz mal. Y quedaron algunas cosas grabadas, quedó ahí. Pero yo guardo todo, las partituras, los arreglos, todo. Siempre decía ´lo tengo que hacer, lo tengo que hacer´ y lo hice y este año le puse la voz”. Casi hacia el final del disco hay una seguidilla de canciones que, cuando no, retoman a algunos poetas. En este caso “Siempre durará” de Luis Camoes, “Amor constante más allá de la muerte” (Francisco de Quevedo) y “Los heraldos negros” (César Vallejo). Tata sigue contando: “Tenés a Manzi, a Quevedo que nació en 1580, a Camoes que murió el mismo año, o al revés, cuando nació uno murió el otro, una cosa así. Ahí dice: ‘porque en fin, el alma vive eternamente y el amor está hecho de alma y siempre durará’. Escuchen las letras, ¡escuchen lo que se está cantando! Y de golpe viene este otro y te dice ‘fumá caña, pitá fuerte, jugá tu casimba al truco y emborrachate, el mañana es un grupo, tras cartón está la muerte’. No son pelotudeces, son pesados esos poetas. Lo de Carriego... ¿Acá no está? ¿Che no tengo acá la de Carriego? ¿Dónde puse eso? Tengo la cabeza que no me da más”. En definitiva, allí están los brevísimos epígrafes que rubrican cada uno: música de tierra adentro y la música amontonada del mundo.

Y en ambos está esa manera, ese modo de cantar del Tata: amontonando palabras, a veces un decir que no termina de entenderse del todo, fraseos que quedan como suspendidos. Si hasta parece que cuanto más vieja y más ancha se vuelve su voz, mejor le queda a sus canciones. Eso es lo que termina de definir estas canciones: ese cantar, ese decir. Tan libertario. “Yo no soy racional, yo soy un intuitivo. Me gusta mucho Fiorentino, sé que me apuro un poco como él. Me gusta Vargas, Berón. Cantores muy característicos. Se los reconoce enseguida, tienen un tipo de color particular. Mi canto responde a una manera de hablar de una época. Y soy un melodista. Adolfo Ábalos decía: me cambian la melodía, se creen que nosotros no pensamos cuando hicimos las cosas. Me gusta la melodía, me sale. No sé hacer otra cosa”.

¿Y te gusta el texto, la palabra?

–Sí, me gusta morderlas.

Justo decís eso, que te gusta “morder” las palabras: en tus modos de cantar hay algo de eso, no sólo cantás: decís también.

–Claro... Es que también me gusta el sonido de una palabra. Que también lo dice Liliana Herrero. Me di cuenta con “Sur”, la palabra arena allí, me mata. 

El bohemio va

El 2016 tuvo a Tata Cedrón en un magma creativo y movedizo. Nada muy distinto a lo que vienen siendo sus últimos cincuenta años. Además de las reediciones y el disco nuevo estuvo con varios espectáculos a la vez: Arrabal Salvaje (dirigida por Andrea Castelli) plantea un recorrido danzado de sus canciones, El Puchero Misterioso, espectáculo de música y títeres junto a la compañía La Musaranga, y los conciertos del Cuarteto, aquí y allá. Y con La Lija -una especie de súper orquesta de música popular latinoamericana que en vivo suena demoledora- estuvieron presentando Del Gallo cantor, cantata (en su versión original Du chant du Coq. Cantate): música del propio Cedrón sobre poesías de Juan Gelman, realizada en 1972 en homenaje a los asesinados en la Masacre de Trelew. “Esto es como La consagración de la Primavera de Stravinsky. La Cantata es una obra mayor. Nosotros como artistas podemos contar esto. Además yo participé de eso como generación. Yo militaba, ¿me entendés?” cuenta. Y sigue: “los chicos de La Lija me pidieron hacerlo y me parece muy bien que los pibes conozcan qué pasó con nuestra generación. Yo no hago una apología con eso, no quiero. Esa época fue toda una parte del mundo que se volcaba a la izquierda para poder vencer a esta mierda de capitalismo que tenemos ahora. Hubo un momento en que el mundo estuvo a punto de. No sé qué iba a pasar, porque hubo muchos lugares que con eso no la pasaron bien, esa es la verdad de la milanesa. Nosotros creíamos que íbamos a terminar con la explotación de una puta vez. Yo no soy zurdo, soy peronista. Soy cada vez más Perón. ¡No peronista, cada vez más Perón soy! En el disco Madrugada no hay panfleto. En este sí. En su momento lo canté durante ocho años y me quería morir. Estaba hecho mierda”.

Tata se detiene, apenas, y revuelve entre los papeles y el desparrame que hay en la mesa. Busca un libro, el que escribió su mujer, la socióloga y docente chilena Antonia García Castro, Tango y Quimera (Corregidor, 2010). Un libro vital, esencial: basta abrirlo en cualquier parte y quedar prendido allí. Por ejemplo, encontrar una foto de 1992 donde coinciden, durante el funeral de Yupanqui: Cedrón, Daniel Viglietti, Paco Ibáñez y Ángel Parra. “Los cuatro somos hijos de Yupanqui. Y de pedo nos encontramos ahí. De pedo” comenta. Lo encuentra. Dice: “Página ciento cincuenta y tres, mirá, hay un programa de un recital en Francia: catorce temas después de un audiovisual. Gelman, Brecht, Rovira, Tuñón. Y después la Cantata. ¡Era polenta esto! Era muy fuerte esto. Nunca hice guita. Y lo podríamos haber hecho”.

¿Y qué pasó?

–¿Con qué?

Con esto que decís, que podrían haber hecho pero nunca hicieron guita.

–Tuve tres o cuatro oportunidades de hacer las cosas más grandes en Francia y dije no. Porque eran cosas comerciales. Nos quisieron hacer un video clip con esta canción de Quevedo que yo grabo en este disco, el de Mojarrita. Querían hace un video clip y dije no, esa es una mierda comercial. Yo no negocio eso. Nos querían hacer cantar con el tipo que hizo la canción de una de las primeras películas eróticas de masa, Emannuelle. El que hizo la música era como Gardel allá, Pierre Bachelet se llamaba. El tipo estaba enamorado del Cuarteto y quería que nosotros tocáramos en el Teatro Olimpia con él y le dijimos que no. Porque era comercial. Nos llamaron para que hiciéramos un teatro más grande que el Luna Park, con Piazzolla y dijimos que no porque estaba hablando bien de los milicos. 

Y dale con la poesía

De todas maneras no todo lo que Tata está haciendo –o con ganas de– acaba allí. Siempre hay algo rondándolo, siempre está elucubrando, tramando algo. Hay una línea que cruza todo lo que viene creando Tata desde hace cuarenta años. Un trazo que se puede dibujar recto, chueco, curvo, sonriente, doliente; y que en esa urdimbre puede contar el Bar Gotán, el Taller Garibaldi, las obras músico/teatrales, los toques gratis en la verdulería de su barrio –avisa que no se harán más allí pero que quizá lo sigan en una carpintería–, la Cantata. En definitiva, todo ello puede condensarse en su obra: labor que quizás –no sólo en lo que a música tango se refiere sino a diversas formas folclóricas o de raíz– no tenga mucho parangón y comparación. En toda esa inabarcable obra que es la de Tata y la del Cuarteto hay gemas, puntos de una belleza insondable. Parajes que pueden considerarse entre lo más alto de la música popular argentina de los últimos cincuenta años.

Muchos músicos y compositores actuales de tango, por caso Nicolás Ciocchini, Ale Guyot, el mismo Acho Stol; todos refieren hacia vos como un referente en el tango, en la música. Surge tu nombre como una especie de eslabón perdido.

–Me retomaron un poco cuando volví. Está bien que en los ochenta, los noventa, no pasaba nada. Pero está bien. Toda esa gente linda, está el otro pibe que me quiere mucho, Hernán Lucero. Está Lidia Borda que hizo ese trabajo extraordinario (Ramita de Cedrón, editado en 2008) que abrió un poco y está Acho Stol y la Dolores Solá que también hace mucho que están cantando al Cuarteto. Yo vine acá y vino Varchauvsky y fue a escucharnos. Y hablábamos y hablábamos. Yo le di arreglos de Gobbi. Para mí gusto todavía falta una generación que rescate al Cuarteto en lo profundo. Pero ellos vienen del rock. Acho, por ejemplo, me dice que cuando era chico y veía el tango en la televisión con gomina y el Club del Clan y demás, se fue para el rock. Bueno, yo no. Me quedé.

Pero a muchos les pasó eso. Fue generacional...

–Sí, pero yo no. Yo hice Tuñón. Hice Gelman. Si te fijás, en Madrugada no pongo el género. No pongo nada. Y sin embargo no me fui para el rock. Con La Cofradía de la Flor Solar tocábamos juntos, uno después del otro. A nosotros en el tango nunca nos dieron pelota. Yo tenía Gotán y no me daban bola. Me parece bárbaro lo de Arrabal Salvaje porque se habla de mi obra. Acá en la Argentina no está instalado que hay obra: de Troilo, de Salgán. No está instalado eso. ¡Ellos tienen una obra carajo! El espectáculo es sobre la obra del Tata Cedrón. En buena hora que se rescate. Hagan Bardi, agarren Caló, ¡cómo tocaba Caló es extraordinario! Agarren como compositor a Pontier, a Cátulo Castillo. En ese sentido, los chicos jóvenes recién están retomando parte de eso”.

Y agrega: “Tu familia es tu familia. ¡Mi abuelo tenía bigotes! No tenía flequillitos y un arito, sino que yo sé que tenía bigotes. Y eso es la música, y la pintura, y el teatro también. Vos no podés negar tu familiar, no podés no conocer a Arlt. Por eso puteo: ¿conocés a Bob Dylan y no conocés a Maffia? En nuestra familia artística está Yupanqui, Troilo, Maffia, Gardel. ¡Tenemos una cultura maravillosa, Papá! Que muy pocos  pueblos tienen. No podés ignorarla”.

Sobre uno de los estantes de una de las bibliotecas hay varios vinilos. Tata los va sacando de a uno: son las ediciones originales de muchos de sus discos. Y entre eso acerca y muestra una joya, un incunable: el diseño y la tapa original del primero, pura acción artesanal, las letras cortadas y pegadas a manos, una por una; la foto original de un cuadro de su hermano, ese pequeño dibujo que ilustra la tapa. Luego enseña un cuaderno pentagramado que le regalaron hace poco y que está recién estrenando. Los primeros trazos -unos pocos compases- corresponden a una música que está poniéndole a un breve pasaje de Nicolás Olivari. Busca un pedazo de papel donde garabateó eso y lee: ´me gustaría tentar otro destino. Pero ya es tarde. Y estamos clausurados por la desdicha y la democracia´. Tomá mate, en el día del mate. ¡Qué maravilla! Estoy musicalizando esto, pero es chiquitito. ¿Hablamos de política? Acá tenés. Resulta que el otro vende el país y todos los diputados lo votan. Así estoy con la política, como Olivari: estamos clausurados. Muy triste. Desesperado. Me dan ganas de salir y decirle a la gente que nos están matando, nos están vendiendo, a los jóvenes. Hay que laburar con la base”.

¿Pensás en la vejez, Tata?

–Sí, sí. Pienso en la vejez en el sentido de que la vida es linda. Será por eso que hago tantas cosas. A mí no me corre nadie pero hice tres espectáculos, ahora estoy preparando dos más, estoy haciendo un montón de poemas. Tengo la idea de darle, de diez cuartetas, dos a cada uno. Eso que se hace en poesía, que no sé cómo mierda se llama...

¿Cadáver exquisito?

–Eso... pero yo no quise hacer eso.

¿Esas son tus maneras, entonces, de pensar frente a la vejez?

–Hacer. Quiero hacer en el sentido de que me siento bien. Y me gusta la gente, los amigos. Yo te quiero a vos. Con mis músicos tengo cariño, con los bailarines tengo cariño.  Siempre estoy juntando gente, no puedo estar solo. Hice Gotán, el Cuarteto, una orquesta típica, el Taller de Garibaldi, lo hecho con Gelman, lo de La Lija ahora.

Si vos Tata, retomando ese pasaje de Tuñón al que tanto te gusta volver, tuvieras que decir: estar, estuve. ¿Dónde estuviste?

–Donde me tocó estar, donde estaban mis pies. Cuando pude me vine. Y no me vine enseguida, en el ‘84, porque no quería venir colgado como un héroe que estuvo afuera. Me quedaron las ganas de hacer mas espectáculos pero lo que me quede lo voy a hacer. Si me deja mi mujer, porque me dice que salga. En su momento estábamos en el bolonqui de la política y tocando. Hacía cosas tradicionales y hacíamos la Cantata. Lamento eso: no haber hecho más espectáculos, más obra, mezclando. Yo estoy bien, estoy viejo pero estoy bien, me siento bien, estoy entero, estoy un poco gordo nada más. Tengo energía, ganas, pasión. Cuando toco, toco con pasión. Me gusta lo que estamos haciendo.

El Tata está dispuesto, y vaya si lo hace, a defender su obra –y eso quiere decir: la de sus amigos también–, sus canciones y la de sus amigos también. Defenderla con toda la vida, con todo el cuerpo, con todo ese tango, esas músicas, siempre suyas: rabiosas, tiernas, feroces, hermosas. Como si finalmente hubiera encontrado eso que contó su adorado Tuñón: las formas populares de la belleza.u

Tata Cedrón presenta Velay y Mojarrita porá el sábado 11 en Hasta Trilce, Maza 177. A las 21. 

Xavier Martín