Vuelvo a Florencio Varela, de donde me fui hace casi veinte años, por una serie de trámites personales. Días de 30 grados o más me tienen deambulando como extranjera. El paisaje es sorprendente. En cada cuadra gente amontonada, esperando. A medida que me acerco lo confirmo, son colas y colas de gente abanicándose, con los papeles que les traen hasta ahí, intentando filtrar alguna pregunta ante guardias más o menos agradables o desinteresados. 

Anses, Banco Francés, Banco Provincia, Banco Nación, Rapipago, parada del 500, Cámara de Comercio, mientras camino reconozco los edificios por la cantidad de gente que espera formando múltiples filas. La variedad es infernal: colas para el cajero, para tarjetas, para entrar, para salir, para cobrar, para pagar. Todas al rayo del sol inclemente y con resultados inciertos.

En la puerta del Banco Nación, una chica con un bebé de días se ubica detrás de mí. Le digo que la tienen que dejar pasar.

–Sí pero la gente te chilla.

–Es tu derecho –insisto y otra señora me secunda.

Mientras veo a la chica adelantarse, escucho a una mujer comentar:

–Crié a cuatro hijos sola y nadie me regaló nada.

Me abanico. Me agarro la cabeza que me quema las manos. Limpio mis párpados transpirados.

Por fin nos hacen entrar hasta un hall donde otro guardia da números. El aire acondicionado se recibe como imagino debe suceder con el agua en el desierto.

Una mujer que había estado horas al sol, se entera de que en realidad estuvo en la cola equivocada. Intenta que le expliquen y el de seguridad, implacable:

–Vaya, vaya, no ve que estoy atendiendo.

Luego, el hombre me entrega el número F153. El ticket dice que tengo dieciocho personas adelante. Paso al salón. Otra sorpresa. Lo que veo es la infraestructura de la espera. Un lugar enorme, en el que entran cientos de personas. Al fondo, solo seis cajeros y al costado izquierdo, otros cinco puestos de atención para otros trámites. ¿No sería mejor achicar el salón y poner más puestos de atención? Ah, no, cierto que los empleados públicos sobran y que la gente es vaga y no quiere trabajar. Lo único que quieren es cobrar sus jubilaciones, pensiones y subsidios que pagamos entre todos.

Miro la pantalla que indica los turnos y advierto que van por el F45.

–¡100 números adelante! –me quejo en voz alta.

La señora sentada a mi lado me consuela:

–Pero por lo menos estamos adentro.

Tengo que agradecer estar adentro, entonces, y agradecer estar sentada. Es más, me obligan. Un guardia recorre el salón y conmina a la gente a que tome asiento. Otro circula tratando de captar a quien tiene el tupé de usar el celular dentro de la institución. Me arrepiento al instante de no haber traído un libro. 

En un momento las pantallas se apagan. Silencio expectante.

–Ahora se cayó el sistema –digo. Y oigo a mi vecina de asiento, con su filosofía zen conurbana asintiendo. 

Cuando el sistema vuelve, los F se disparan al 98. 

–Ya se va a acomodar –dice ella.

Yo ruego que no se acomode, que un milagro laico haga que saltemos rápidamente al 153. 

De vez en cuando espío el celular desde adentro de la cartera.

–Señora el celular, está dentro de una entidad bancaria. Sino se le retira el número y vuelve otro día.

Me paralizo un segundo, hasta que descubro que la advertencia no es para mí. 

F84. Esta vez sí me agarran con el celu y desisto. Sin hora, pierdo la noción del tiempo.

F85. Mi vecina zen conurbana empieza a hacer temblar su pierna derecha, eso me preocupa.

Tengo hambre. Me acuerdo de que traía pasas de uva en la cartera, las palpo, están calientes y más achucharradas de lo normal. Vuelvo a pensar en el desierto y en alguna fábula que no recuerdo y no puedo googlear por temor a ser expulsada. 

Y de repente ¡el F108!

–¿Son reales esos números? –Pregunto a mi vecina que evidentemente tiene más experiencia. Ella dice que sí.

F129. La vecina relojea su número a cada instante, tiene el F137. Pero de pronto F090. ¿Volvemos atrás? Me pregunto cómo hay tanta pasividad en el auditorio. ¡F73! Supongo que se debe a la alta eficiencia del aire acondicionado o la cantidad de veces que estuvieron en la misma situación.¡F160! Averiguo por qué me saltearon. Me dicen que la F incluye distintos trámites. 

Miro a mi alrededor el concierto silencioso de pies batiéndose contra el piso con distintos estilos. Punta y talón, punta apoyada y talón de izquierda a derecha, golpeteo agitado de punta al aire.

–¡Qué barbaridad cómo pasa el tiempo! –exclama mi vecina, sin dejo de enojo en su expresión.

¡F153!Cuando finalmente me toca, me siento feliz. Mientras me acerco a ser atendida, noto que de los cinco puestos hay solo tres personas atendiendo. Me recibe un muchacho que muy educadamente me explica que no puedo completar mi trámite porque al certificado médico que me habían pedido, le falta el número de DNI y la médica tiene muy mala letra. Lo más curioso es que al propio Banco Nación no le alcanza lo que certifica el ANSES, requiere más papeles, como ese certificado. Pido hablar con la gerenta, una mujer muy amable a la que no trato muy amablemente pero que con paciencia me asesora para poder resolver el trámite ¡en otra entidad bancaria! Efectivamente, el mismo trámite en otro banco fue mucho más sencillo. 

“Banco Nación. El banco de todos los argentinos” leo en la pared del salón mientras me retiro indignada. Afuera, el sol me obliga a caminar con los ojos entornados otras largas cuadras hasta el siguiente trámite. Cuando vuelvo a casa, alguien me dice que tengo un lindo bronceado. Le digo que estuve paseando por el sur. Me guardo lo de sur del conurbano profundo.