Si bien el resultado de las obras del español Chema Madoz se plasman en última instancia en una fotografía, la palabra “fotógrafo” no parece alcanzar el rango de su creación artística. ¿Es un escultor? ¿Un poeta visual? ¿Un artista conceptual? Probablemente todo eso y parte de eso y sus retazos. Y este asunto de lo inclasificable es lo que hace de cada una de sus piezas una obra de arte tan poderosa como exquisita. Sus imágenes son agudos poemas, que el autor encuentra escondidos en la realidad y que materializa a través de su cámara para ser “leídos” por los espectadores.

Madoz muestra una constante inclinación hacia lo simbólico, con imágenes caracterizadas por un sutil juego de paradojas y metáforas que le llevan a crear un mundo propio, imaginativo y reflexivo.

Buenos Aires tiene la oportunidad de apreciar el arte de Madoz en FoLa hasta mediados de marzo en la muestra llamada Chema Madoz. Ocurrencias y regalos para la vista, una exposición que recorre el trabajo del artista hasta el presente en más de 150  fotografías en blanco y negro: los únicos colores que emplea el artista. La palabra “ocurrencia” y su significado es una apuesta feliz al proceso de trabajo de Madoz, intoxicado de ocurrencias que se convierten en regalos para quienes las observan. Madoz se vale de objetos cotidianos a los que somete a una unión imposible: encierra una nube en una jaula,  una cuchara tiene la sombra de un tenedor, un pubis nace de una copa triangular, espeja un trozo de pan con las marcas de un piso manchado, para citar torpemente algunos ejemplos de sus ya icónicas combinaciones o fotografías. 

“Trato de acercarme lo más posible a la visión del ojo para subvertir la realidad dentro de su propio territorio –explica Madoz–. Y poner en evidencia de manera sencilla todo aquello que se mueve en el terreno de lo que consideramos realidad. Alguna noche me he despertado soñando estas imágenes. me muevo en la incertidumbre y la soledad”.

Su proceso de trabajo, luego del sueño o de la ocurrencia, continúa con la realización de bocetos que él mismo realiza sobre papel y que acopia en libretas. Son dibujos básicos plasmados con tinta, realizados con pocos trazos pero que encierran el concepto de la obra que está por suceder. El paso del papel a la cámara es el más complejo, porque para esa idea o sueño debe encontrar una solución factible, factible para él, a quien cualquier desafío parece presentarse como una afrenta que tarde o temprano encontrará su camino.

Esa solución suele armarla en una escultura que luego convertirá en fotografías, objetos preciosos y precisos que hasta la fecha nunca quiso exponer, aunque en algunas ocasiones dio muestras parciales de ese proceso creativo: la maqueta-obra que luego deviene una foto fija atrapada con su punto de vista. Lo que hace toda la diferencia. 

“Mi proceso es lento y a la vez continuo. No tengo un horario fijo, pero de alguna manera cada escena me ronda todo el tiempo mientras atiendo a otras cosas. Alguna noche me he despertado soñando con alguna de estas imágenes. En muchas ocasiones, cuando termino una fotografía me viene una especie de vacío. Entonces no sé si conseguiré hacer otra. O si la que hago resultará repetitiva. Me muevo siempre en el terreno de la incertidumbre. Siempre en soledad”.

Madoz nació en 1958, en un pueblo cercano a Madrid, donde aún tiene su taller. Fue hijo único de un empleado bancario y de un ama de casa. Cuando terminó la secundaria empezó a trabajar en el mismo banco en el que trabajaba su padre, sin embargo no esperaba hacer una carrera en el mundo de las finanzas. Antes de hacer el servicio militar, se compró su primera cámara, una Olympus OM-2 que más tarde vendió para comprar la Hasselblad que aún usa. Una vez terminado el servicio militar se anotó en la carrera de Historia de la Universidad Complutense de Madrid y por las tardes tomaba clases de fotografía. Dice que descubrir a André Kertész fue un antes y después. Suele mencionar la creación de una de sus primeras fotografías, una obra que marcó el rumbo que seguiría su carrera. En la obra se aprecia una mano que corre una cortina tras la que se abre un camino campestre. Por fin en 1992, renunció a su trabajo en el banco con el objetivo de dedicarse full time a la fotografía. Y desde allí recorrió el largo y nutriente camino que lo llevó a ganar en 2000 el Premio Nacional de Fotografía de España.

Como explica Fernando Castro Florez en el catálogo de la muestra de FoLa, “sus imágenes son agudos poemas, que el autor encuentra escondidos en la realidad y que materializa a través de su cámara para ser ‘leídos’ por los espectadores. Madoz muestra una constante inclinación hacia lo simbólico, con imágenes caracterizadas por un sutil juego de paradojas y metáforas que le llevan a crear un mundo propio, imaginativo y reflexivo. No tengo ninguna duda de que Chema Madoz no se preocupa ni mucho menos avergüenza por las excursiones y excesos de su mirada, provocado por los guiños que hacen las cosas. Este artista atiende, con una sutileza absoluta, al pasar de las cosas que (nos) pasan, consciente de que «nosotros» estamos, literalmente, entre paréntesis”.

Chema Madoz. Ocurrencias y regalos para la vista se puede visitar en Fototeca Latinoamericana (FoLa) hasta el 12 de marzo. Lunes a domingo de 12 a 20. Miércoles cerrado. Entrada general 70$.