La madrina de la segunda edición del Festival Internacional de Cine del Sur del Mundo (Ficsur), que comienza hoy, es la actriz Julieta Díaz, que tendrá el mismo rol que ejerció su colega brasileña Sonia Braga en el primer festival organizado por el Grupo Octubre y dirigido por la cineasta Paula de Luque. “Para mí siempre todo lo que tenga que ver con el cine, con lo cultural, con lo artístico es un placer. Ya estar invitada lo es. Ser la madrina del Festival de los países del sur es un honor, una alegría”, confiesa la actriz en la entrevista con PáginaI12, horas antes de viajar a Río Grande, donde hoy se llevará a cabo la ceremonia de apertura del Ficsur (ver nota aparte). “Además, es un honor estar ahí como madrina con tantos realizadores y realizadoras, con gente tan talentosa. Es hermoso”, agrega Díaz.

–Te tocó participar en numerosas muestras cinematográficas internacionales, pero como actriz. ¿Esta tiene un sabor especial?

–Sí, siempre fue como actriz por estar en alguna película o como invitada para ir a un festival. Esta tiene un sabor especial, además, porque con Paula de Luque no sólo hemos trabajado mucho juntas sino que, además, somos muy amigas. Nos queremos, nos admiramos. Sé de su compromiso con su trabajo, la manera de laburar que tiene, el amor que le pone al cine, su ideología, su manera de pensar, sus valores. Y cómo hace todo lo que hace.

–Ella señaló que una de las razones para elegirte como madrina es que en vos se conjugan una gran actriz y una referente popular. ¿Es una responsabilidad?

–Sí, siempre es una responsabilidad. Imaginate que ser madrina de un festival de cine y que ella diga eso es una responsabilidad, pero no deja de ser algo simbólico. Me siento halagada de que diga eso, por supuesto. Me encanta poder sumarme al Ficsur de esta manera. Pero no lo siento como un peso porque una va también a representar. Es también una fiesta del cine, un encuentro, un lugar también de reflexión. Además, este año el Ficsur está orientado a lo que tiene que ver con la perspectiva de género, con todo el tema de las mujeres. Por supuesto que hay actores, realizadores y hombres invitados, pero estamos con el resurgimiento del feminismo y de volver a pensarnos a todos, no solamente a las mujeres, y el nuevo paradigma. La cultura y la ficción son lugares de reflexión, de apertura y de compartir. Y es bueno que se refleje ahí también lo que está pasando afuera. 

–¿En qué te ayudó en tu formación el hecho de que tu padre fuera actor?

–Muchísimo. Mi primer maestro fue mi viejo. Lo vi trabajar toda mi infancia. Estuve en la cocina de la actuación porque veía cómo él preparaba los personajes. Realmente vi toda la parte de laburo puertas adentro, del proceso creativo de él, además de su compromiso como persona porque es un tipo de ideales muy fuertes, muy fijos. Arriba y abajo del escenario siempre ha sido un maestro. Yo empecé a estudiar teatro más o menos a los 10, pero después, cuando empecé a laburar a los 17, ya empezamos a poder charlar y compartir mucho más. El me podía dar ideas y contarme un poco desde un lugar más fácil porque yo ya era una persona más grande y podía entender un montón de cosas. Y hoy los dos tenemos un recorrido, podemos charlar, compartir cosas. Pero siempre sigue siendo, además de mi viejo, uno de los maestros más importantes y, en algún punto, el más importante.

–A los 17 años, estudiabas teatro con Rubens Correa, cuando, a través de Fernando Spiner, te presentante al casting y quedaste elegida para la miniserie Bajamar, la costa del silencio. ¿Cómo recordás ese momento iniciático?

–Lo recuerdo un montón porque justamente mi viejo había quedado en ese casting para hacer el personaje de un padre con su niña. Después, a mi viejo lo llamaron para hacer una obra en el Teatro San Martín y, entonces, no lo pudo hacer, pero íbamos a trabajar juntos. El me propuso porque no encontraban a la actriz para el personaje. Dijo: “Mi hija estudia teatro, es muy buena, ¿puede hacer el casting?”. Lo hice y él me preparó y ensayamos las escenas juntos. Además, estaba terminando la secundaria y tuve que pedir una semana en el colegio para ir a filmar a Villa Gesell. Me fui sola con el equipo. Y fue una experiencia maravillosa porque, además, Spiner siempre fue un adelantado. Imaginate que era una miniserie de suspenso de cuatro capítulos que salía los lunes a las 23. O sea, lo que se hace ahora. Estamos hablando de 1996 o 1997. Nos pusieron el horario de los lunes a las 11 de la noche en Canal 9 que, en realidad, hoy es un prime time, pero en ese momento era medio difícil. No nos fue muy bien, pero fue impresionante, con un elenco extraordinario. Fue una experiencia alucinante e inicial de lo que es el audiovisual, porque yo había hecho unas cositas de teatro. 

–Varios artistas que trabajaron en televisión después se dedicaron al cine. Sin embargo, tu carrera sigue siendo sólida tanto en un medio como en el otro. ¿Qué le encontrás de interesante a la tele que no tiene el cine y viceversa?

–La tele tiene una impronta y una llegada interesantes. Hay algo de lo que sucede en el aquí y ahora todos los días, que además va cambiando. Cuando hacés una telenovela o una serie, a veces no sabés lo que va a pasar. Te vas enterando con los capítulos. No sabés cómo va a terminar el personaje. Es muy dinámico. Y lo que tiene que ver con la popularidad, con llegar a la gente muy fuertemente con la televisión. También es un lugar interesante que te permite mostrar tu laburo para después hacer otras cosas. Si no pudieras alcanzar ese nivel de llegada no podrías contar con otros ámbitos. Por eso, es un buen balance. El cine es un espacio donde se labura con más tiempo. Sabés el cuento que vas a contar de principio a fin. A veces, hay más tiempo de proceso creativo. Entonces, en ese sentido, es más atractivo. Además, es menos tiempo de laburo. Por ejemplo, a mí, que tengo una hija chiquita de cuatro años, en un momento el cine me vino muy bien porque eran dos o tres meses muy intensos y después podía volver a estar con mi nena y tener franjas de horarios en el año. En ese sentido, la televisión es más esclava, como cualquier laburo en relación de dependencia. Si hacés una tira durante cinco o seis meses estás diez horas laburando sin parar y estás tomada por eso. Pero los dos son espacios muy interesantes. Y me gusta saltar de uno al otro. 

–Compusiste varios personajes históricos. Uno de ellos fue el de Norma Arrostito, en Norma Arrostito, la Gaby, de César D’Angiolillo. ¿Fue un aprendizaje conocer la vida de una militante emblemática?

–Fue impresionante. Todos los personajes históricos o populares que hice como Arrostito, Eva Perón, y salvando las distancias Ada Falcón y la Claudia (la ex mujer de Diego Maradona) fueron fuertes. El de Norma Arrostito era un docu-ficción y me gustó hacerlo porque yo la conocía, pero no tanto. Una vez que empecé a investigar, profundizar y charlar con el director y los actores fue un aprendizaje. Por supuesto que todo ese mundo y esa época es muy impresionante, sobre todo lo que se sufría en cautiverio, cuando las personas estaban secuestradas. Me sorprendió mucho la dignidad de ella y su capacidad de negociación cuando ya estaba adentro secuestrada, su austeridad en algunas cosas, su convicción. Es sorprendente, no solamente en ella porque uno conoce la historia de Norma Arrostito y va conociendo la historia de otras personas. Fue también doloroso seguir conociendo parte de nuestra historia. 

–¿Fue una responsabilidad mayor componer un personaje como Eva Duarte en la ficción Juan y Eva, de Paula de Luque, teniendo en cuenta la dimensión histórica que tiene la figura de Evita?

–Y, sí, en un momento tuve miedo. Fue uno de los personajes más importantes que hice. Sentí una responsabilidad demasiado grande. Lo charlamos con Paula y el equipo y, en algún momento, había que “perderle el respeto” a la realidad, a la Historia y contar la historia, con minúscula: era contar la vida de una actriz que se enamoró de un militar. Además, la película cuenta esa etapa de la relación. No cuenta la Evita del Balcón. Creo que la Evita del Balcón hubiera sido más difícil. Me parece eso porque, además, esa es la parte más conocida. La que yo conté es la de puertas adentro. Sí es verdad que también tenía su riesgo, porque es la que no se conoce, es la anterior, pero está la semilla de la Evita del Balcón. En ese momento, Eva Duarte era la semilla de Eva Perón, de la militante, de la política, de la revolucionaria, de esa especie de mano derecha de Perón en un montón de cosas. Pero fue muy placentero contar esa historia de amor. Va de lo público a lo privado de manera directa. Hay algo recurrente en Paula entre lo público y lo privado que está bueno porque, en definitiva, todos tenemos una parte pública y una privada. 

–En el caso de la TV encarnaste a Ada Falcón en la serie Lo que el tiempo nos dejó, y a Tita Merello en Historias clínicas. ¿Te interesan especialmente los personajes que existieron en la vida real o es una casualidad?

–Me interesan especialmente. No es una casualidad. Y son todos personajes que me gustan, aunque a Ada Falcón no la conocía sino que pude hacerlo por la serie en que la interpreté. A Tita por supuesto que sí. Me resulta muy llamativo y muy atractivo poder llegar a un personaje de ficción a través de un personaje real porque después yo lo armo. No imito a las personas, busco esencias, busco formas, pero no imito. Cuando me llaman para hacer esos personajes, en general, digo que sí.