Juan Pablo Sutherland tiene la rara particularidad de ser a la vez intelectual y excepcional escritor de ficciones. Eso, sumado a su lucha militante (librada en gran parte junto a su amigo Pedro Lemebel), lo convierte en referente cultural obligado en el Chile contemporáneo. Así, actualmente, mientras escribe su tesis doctoral, donde ilumina pasajes y vidas de dandis latinoamericanas, mariconas o amariconadas (Manuel Mujica Lainez, Amado Nervo, Salvador Novo, entre tantas otras), la reedición del conjunto de textos que componen su narrativa, Ángeles negros (1994) y Santo roto (1999),  junto a la publicación de textos inéditos, se convierten en un acontecimiento literario en su país natal. Esta compilación tiene un título sugestivo y sin dudas formidable: Se te nota (Editorial Los perros románticos). La afirmación “se te nota” suele ser peyorativa y una de las formas más frecuentes de insulto dirigida particularmente para la comunidad de las disidencias sexuales y para los marginados en general. “Se te nota lo puto”, “se te nota lo marimacho”, “se te nota lo comunista”, “se te nota la clase” (es decir, lo pobre). 

Como señala Didier Éribon, el insulto fundacional que en algún momento de la vida sufren gays, lesbianas y travestis, constituye subjetividades y vulnera y traumatiza psicológica y socialmente.  Al poner ese título, una vez más, Sutherland invierte el insulto, lo transforma en orgullo y cincela cuerpos, mentes y corazones orgullosos. Es el mismo gesto que siempre tuvo el autor y que se manifiesta, por ejemplo, en Ficciones políticas del cuerpo cuando da voz en primera persona a los cuerpos abyectos y relegados al campo de la monstruosidad (personas con HIV, con discapacidad y travestis) y los reivindica como los únicos sujetos posibles de la acción revolucionaria redentora. 

En el texto inédito “Ars Poética de la Injuria”, que abre el libro y que actúa a la vez como texto fundacional y como referente conductor de los otros escritos, el autor evoca una fotografía de su adolescencia: “Ahí estoy yo, sin uniforme escolar, extrañamente con el aura del afuera, miro al lente con una mueca, tímidamente al borde de la fiesta, pero estoy ahí, en los años 80, diciembre de 1985, expulsado el año anterior del Liceo Darío Salas e infiltrado en el evento de graduación de mis compañeros de curso del 4 J. Nunca antes me vi así, quizás siempre la pierna estuvo torcida y yo no me di cuenta, quizás por eso ocupo el borde de la foto, levemente inclinado, queriendo escapar, pero todavía con el pie en una gravedad del tiempo. Hay una mano que me abraza, irrumpe sobre mi polera, plano blanco, plano abierto donde se escribirá mi biografía. Nunca me vi así, con la pierna levemente torcida, nunca me vi así, con el cinturón mapuche como señal de otro rumbo”. De esa manera, la pierna torcida que, de manera análoga a la muñeca quebrada, le habrá valido el mote injuriante de “afeminado”, se metamorfosea en el valor de ser “rarito” y distinto en un mundo sin corazón y poder imaginar otros destinos y otros mundos posibles. 

Esta reedición (que intercala ficción, autoficción y crónica) tiene la particularidad de que los textos editados de Sutherland aparecen en un orden diferente al que fueran publicados originariamente, lo cual constituye una inversión más. Inversión de los textos e inversión de géneros que determinan nuevos sentidos inversos.

En Cada vez única, el fin del mundo, Jacques Derrida afirma que cada vez que muere un amigo, se muere todo un mundo. Es el fin de un mundo de recuerdos, lenguajes y afectos compartidos. Y al sobreviviente le toca la responsabilidad de cargar con el amigo muerto. No con el recuerdo del amigo sino con el mundo del amigo tal como si éste continuara vivo. Eso es claro, entre otros, en el personaje del chongo Alex que presente en varios de los relatos de Suthlerland, sigue calentando como cuando vivía (el autor me dijo que su referente real falleció a consecuencias del sida luego de una vida desmesurada y felizmente reventada) y sobre todo en el texto más emotivo del libro, El funeral de mi prima, que rememora las pompas fúnebres de su amigo Pedro Lemebel. En este relato, Lemebel vuelve de la muerte y es recreado pero no como pretende el poder de turno, encarnado en la Ministra de Educación que en su panegírico fúnebre eleva al artista al panteón nacional cultural. Por el contrario, Lemebel vuelve en el relato de Sutherland igual que cuando estaba vivo –o más radical si cabe en el caso de Lemebel porque los muertos siempre vuelven más radicales– y se vanagloria de manera insoportable de los honores y de las multitudes de sus exequias, echa a las oportunistas de turno y a quienes no quiere que estén en sus funerales y finalmente se queda con las pobres amigas reales de toda la vida: las guerrilleras del sexo y del bicho que la revindican como lo que sin duda fue, ni más ni menos que la amada diosa del under ochentero.