“Carnavália”. “Já sei namorar”. “Velha infancia”. “Tribalistas”. Y las demás del disco. Todas y cada una son lo que se entiende por hits: canciones que se hicieron muy, muy populares, en muy poco tiempo, en Brasil y enseguida en otros países, al ritmo de la expansión de la MPB. Tal vez el lector no las conozca exactamente por sus nombres,  pero si pudieran sonar entre estas líneas esas melodías pegadizas y al mismo tiempo elaboradas, redondas en su trabajada sencillez, comenzaría a tararearlas de inmediato, aunque no fale portugués. He ahí uno de los secretos del éxito –inesperado en sus dimensiones– de Tribalistas, aquel grupo que hasta ahora había grabado un único disco, que prácticamente no había hecho presentaciones en vivo, y que aun así había vendido más de dos millones de copias, entre otros logros. 

La música que hicieron Marisa Montes, Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown refleja una cualidad de la música del vecino país que es un tanto envidiable, vista desde estas tierras: esa capacidad de la MPB para convocar a la masividad desde la sencillez, aun desde la antropofagia más feroz, desde los elaborados preceptos culturales del tropicalismo, desde todos los cruces de géneros posibles y –lo que es tal vez más envidiable-sin sacar nunca las patas del barro propio, de los folklores brasileros y sus tradiciones, de lo que arrastran en su devenir, en constante cambio. Y así es como artistas “exquisitos” como estos pueden sonar de cortina en la telenovela del prime time de la Red Globo. Qué envidia.

Lo cierto es que Montes, Antunes y Brown hicieron estas canciones dentro de ese fuerte impulso inclusivo de la MPB, al que habría que sumar la decidida vocación por salir al mundo de esta música, todo el camino hecho para que así sea. Lo que encanta además de estas canciones, a primera escucha, es su condición de verdaderas, por decirlo de algún modo: no hay allí un experimento de compañía discográfica sino un trabajo colectivo, una juntada para hacer músicas. Una diferencia que también puede escucharse.