Hubo una llamada que cambió la vida de Alfredo Ayala, dice. Fue la que recibió de Daniel Álvarez, entonces secretario de la Presidencia, a principios de 2004. “Hola, te llamo porque Néstor quiere recorrer la Esma con vos”, le dijeron. “Me acuerdo que le pregunté qué Néstor. ‘Néstor Kirchner, el presidente’, me respondió y yo no lo podía creer”, recordó Ayala, uno de los sobrevivientes de la Esma que el 19 de marzo de 2004 ingresó al predio por primera vez desde sus días de secuestrado y desaparecido de la última dictadura cívico militar. Ayer, 15 años después, “Mantecol”, como lo conocen a Ayala, intercambió con Miriam Lewin, Lila Pastoriza y Ana María Soffiantini, también sobrevivientes del mismo centro clandestino, impresiones, recuerdos y reflexiones sobre aquel día en un conversatorio que organizó el Espacio Memoria que allí funciona cuando Kirchner “lo recuperó para la memoria del pueblo”.   

A Mantecol le cambió la vida esa llamada porque, en cierto modo, lo devolvió a aquella que había quedado “medio perdida” tras el terrorismo de Estado: la de la lucha y la militancia. “Es necesario recordar que Néstor fue el único que se preocupó, preguntó, luchó y ordenó que este lugar volviera al pueblo y por eso yo voy a estar siempre para defender la recuperación de este espacio”, apuntó luego de las reflexiones compartidas por sus compañeras de superviviencia. Fueron alrededor de 30 sobrevivientes los que ingresaron con Kirchner y otros funcionarios a la ESMA. Ninguno de ellos, hasta entonces, había regresado.  

“¿De verdad no volviste nunca?”, dijo Pastoriza que le preguntó Kirchner. “Había en nosotros una naturalización de que éste espacio era de los milicos y que nos separaba una muralla infranqueable”, explicó. Aquella tarde recordó que se sentía en una realidad paralela. “¿Era real? Ahí estábamos, caminando con un Presidente por las mismas calles por donde antes pasaban autos cargados de secuestrados, por allí mismo nosotros ingresamos a la Esma encapuchados”, reconstruyó.   

Pastoriza, al igual que Gabriela Alegre, entonces subsecretaria de Derechos Humanos porteña, ubicaron al 3 de diciembre de 2003 como el primer antecedente de aquella visita. Las Madres de Plaza de Mayo, los organismos y militantes de derechos humanos rodeaban la Pirámide de la Plaza en una edición más de la Marcha de la Resistencia cuando Kirchner los invitó a pasar a la Casa Rosada. Los sentó a todos en una mesa gigante. “Kirchner iba charlando uno a uno, preguntándonos qué necesitábamos, que queríamos. A medida que aparecían los reclamos llamaba a ministros y secretarios para que tomaran nota”, detalló Pastoriza, que no retuvo quién reclamó por la recuperación de la Esma. En febrero de 2004, el entonces Presidente se los  comunicó pero advirtió: “Primero voy a entrar con los sobrevivientes”.  

Para ella, esa decisión fue “un reconocimiento para nosotros, que cargábamos con la desconfianza de todos”. Desde el público que presenció la charla, otro sobreviviente, Manuel Franco, se posó en ese detalle: “El gobierno de entonces hizo mucho más que lo que la sociedad le demandaba”. 

A Lewin, en cambio, era lo que la frenaba. De aquella visita participaron los sobrevivientes, el matrimonio presidencial, el jefe de Gobierno porteño, Anibal Ibarra y algunos otros funcionarios. Y nadie más. Ni un medio de comunicación. Ahí anidaba, en sí, sus dudas de participar. “La significación histórica de que un Presidente y un gobierno electo por el pueblo recuperara para la sociedad lo que había sido durante años y para tantos miles un espacio de dolor hacía que fuera necesaria la presencia de la prensa, el registro de la situación”, apuntó Lewin. Su compañera de cautiverio, Noemí Actis, la convenció de que se acercara al encuentro previo de los sobrevivientes en un bar de Avenida de Mayo, desde donde partirían juntos en un micro hacia la ESMA. El clima “de emoción de estar entre compañeros” la hizo subir a ese micro. “Eramos una estudiantina”. También fue parte del “silencio” con el que respondieron a las protestas de familias de alumnos y ex alumnos de los liceos militares que se resistían a ser desplazados del lugar. Y del “frenesí” que los atrapó cuando comenzaron a recorrer el predio, cuando llegaron al Casino de Oficiales donde estuvieron encapuchados. “Anduvimos no sé cuánto tiempo de dos en dos intentando descubrir cuáles eran las modificaciones que los milicos le habían hecho al lugar para que nosotros no pudiéramos reconocerlo”, contó. 

Las tres coincidieron en lo “trascendental” de aquel regreso. “Significó encontrarse con un lugar donde habíamos estado, del que habíamos hablado, pero al que no habíamos vuelto. Volver juntos recuperó en nosotros algo de lo que entonces nos había ayudado a sobrevivir: la solidaridad, la esperanza compartida”, propuso Pastoriza. 

Para Soffiantini, el regreso fue “mirar de frente nuestra vida aquí y el ahogo de la vida de los compañeros que no salieron. Terminar de entender todo eso, terminar de enlazar todos esos eslabones que cada uno vivía. Encadenar entre todos un relato”. Una semana después, la trascendencia de aquel día para unos 30 se desplegó con fuerza: el 24 de marzo de 2004, la ESMA abrió sus puertas para todos.