El cartesiano título del libro de Ezequiel Fernández Moores –Juego, luego existo– pareciera que nos hablara de un autor metódico y demasiado racional. Lo es, pero antes juega, o sea, recrea situaciones con su prosa, hace filigranas con los datos. Avanza, retrocede para tomar impulso, se mueve por toda la cancha, es mucho más que un custodio del pensamiento del filósofo francés. Ezequiel es el periodista que consolidó un camino para que otros colegas lo siguieran, lo transitaran. Es un referente del mejor oficio del mundo (Gabriel García Márquez dixit). Un colega que le da valor agregado al vapuleado periodismo deportivo –que modelan los medios a su conveniencia– para que la balanza quede más equilibrada. 

Hacen falta más como él. Para saber detectar, ver una historia y después contarla. Porque de eso se trata: de poner el foco en lo que otros siguen de largo. Elegí dos textos de su libro publicados en Páginai12 –un verdadero manual de estilo–, que describen con justeza apenas una parte muy pequeñita de su obra. 

El primer párrafo del perfil sobre Michael Jordan es colosal por su concepción. El negro que parece segregado por los blancos no es lo que parece. El tiene que ocultarse. No por negro y sí porque es su ídolo. Lo adoran. La descripción del mundo después de que Ayrton Senna lo abandonó tiene todos los ingredientes saludables de la crónica periodística. Cautiva desde el principio: “La tumba 11 de la cuadra 15, sector 7, del Cementerio de Morumbí guarda uno de los cadáveres más llorados en la historia de Brasil”. Es F. Moores, es Ezequiel sin que haga falta mencionar sus apellidos, es EFM, las iniciales de tantos cables de agencia que escribió. Pero sobre todo es una firma prestigiosa, además de un amigo que resiste cualquier archivo. Algo que escasea en el periodismo de hoy.