Nélida Piñon, hija de múltiples culturas, nació en medio de “ruidos lingüísticos que no siempre coincidían con las hablas de la calle”. La escritora brasileña fue la principal oradora de la primera tarde del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). “El idioma español circuló por mi hogar antes incluso de que yo viniera al mundo en el barrio Villa Isabel de Río de Janeiro. La familia hablaba el gallego y español, y el portugués incipiente que le venía por su condición de inmigrantes. El castellano chispeaba en el corazón de mi herencia genética como una presencia perturbadora”, evocó la autora de Voces del desierto, integrante de la Academia Brasileña de Letras –de la que fue su primera presidenta mujer–, académica de la Real Academia Española (RAE) y de la Academia Mexicana de la Lengua, y académica de honor de la Real Academia Gallega.

Por esa tradición –esos ruidos y chispeos–, la escritora juzgó “natural que las tribus del mundo se expresasen en lenguas que habían sido inventadas para atender las carencias y urgencias de lo cotidiano” y recordó que “en la casa familiar, bajo el espléndido yugo de mi amada lengua portuguesa, sonaban a la deriva palabras extranjeras que expresaban la apoteósica riqueza humana”. Sus ancestros “hablaban español y gallego por la continua obligación de designar lo que fuese oriundo del corazón y además por motivos culturales”. La ganadora del Premio Príncipe de Asturias en 2005 confesó que el español se incorporó a su patria “por la vía del misterio que roza el transcurso de los acontecimientos humanos”. Durante la inauguración de la primera sesión plenaria del CILE, propuso un recorrido por la presencia del español en Brasil. “España es una influencia difícil de rastrear porque impregnó los cimientos brasileños con su arsenal mítico, con su semántica, con su psique, con sus intersticios secretos, cualquier materia que faculta a la cultura para romper las fronteras del pensamiento y el sentimiento”, advirtió Piñon.

“Cuántas fueron las mujeres que a lo largo de los tiempos resguardaron el español en sus crisálidas, e hicieron resplandecer en las conchas de sus cuerpos sus aspiraciones de libertad”, ponderó la autora, que destacó “la plenitud del idioma” de Sor Juana Inés de la Cruz que, con su repertorio carnal y místico, “brilló en el frontispicio de la lengua, elevando al español hasta un punto magnificó”. También mencionó a Teresa de Jesús de Avila. “A despecho de ser mujer y vivir a la sombra el Concilio de Trento y de la inquisición vitalizó el pensamiento de la época, intensificó la mística que existía en la poesía y favoreció el intenso humanismo de la lengua española”, subrayó Piñon.

El elogio de la lengua española –que para ella está en el epicentro del universo– la llevó a reflexionar acerca de una “América que deja sobre el español un elixir renovador, una fusión que incorporó los andamios clásicos o los cimientos que la lengua carecía para renovar las metáforas, apurar las estructuras sociales y modernizarse”.