No se sabe cuando va a empezar el torneo local, no se sabe quiénes van a ser las autoridades de la AFA, no se sabe si se van a televisar o no los partidos, no se sabe qué trole hay que tomar para seguir y en el medio de todo ese caos que es el fútbol argentino, se llena el estadio único de La Plata, que luce impecable y cobra vida con tribunas de colores opuestos, como debe ser. El periodista Marcelo Mármol de Moura, de radio Continental, encontró una excelente figura para graficar, en la previa, la noche platense: “tendieron una alfombra roja en el medio del barro”. Y en ese marco, además, a la hora del juego el partido no salió malo, tuvo momentos emocionantes, ganó el que hizo más méritos y los jugadores del perdedor asumieron la derrota con dignidad y aplaudieron a sus rivales en un gesto muy elogiable.

Tuvo razón Marcelo Gallardo cuando declaró que el resultado fue exagerado. No hubo, es cierto, una diferencia de tres goles y si se pone la lupa en las conquistas se verá que la primera tuvo bastante de carambola porque la pelota, después de un par de rebotes, le quedó boyando, mansita, servida a Lautaro Acosta y la tercera fue producto de un penal mal cobrado por Delfino, porque la infracción se había producido fuera del área. En lo que no tuvo razón Gallardo es en su idea de que fue un partido parejo y que Lanús no superó en el juego a River y solo acertó un par de veces. Algunos técnicos son muy mezquinos a la hora de reconocer los méritos del adversario. 

Hace una semana Guillermo Barros Schelotto también declaró algo parecido cuando Boca perdió con River después de haber sido superado con claridad. Ahora Gallardo tomó el mismo camino. La realidad es que Lanús, este Lanús del Almirón de perfil bajo y conceptos altos, ganó muy bien, manejó los tiempos del partido, se plantó para la contra en el primer tiempo y tomó una actitud más audaz cuando se dio cuenta que no lo inquietaban demasiado. River extrañó mucho más a Alario (muy flojos Mora y Driussi) que Lanús a los ausentes respecto de aquellas final con las que superó por goleada a San Lorenzo y conquistó el derecho de jugar este partido. Jugó muy bien Ignacio Fernández (el mejor de su equipo), pero no tuvo acompañamiento, mientras que por el lado de Lanús el trío Acosta, Sand, Román Martínez  logró una excelente asociación con fines de juego por abajo.

La abstinencia futbolera de estos tiempos convirtió al encuentro del sábado a la noche en una especie de final de Copa del Mundo, y así visto era casi natural que se produjeran algunas exageraciones. El relator de Canal 13, por ejemplo, hizo referencia más de una vez a la “final histórica” que estaban disputando Lanús y River, cuado se sabe que la Supercopa Argentina es un trofeo menor, un invento marketinero con nombre de hamburguesa, que se cocina rápido y se come al paso. Resultó curioso, por ejemplo que al jugador del partido lo premiaran con una parrilla. Lautaro Acosta se lo tomó con humor. “Me viene fenómeno porque la mía está un poco oxidada”, dijo el jugador. En el colmo del absurdo los organizadores también decidieron premiar a los integrantes del plantel de River colgándoles una medalla. ¿Qué inscripción le pusieron a esas medallas? ¿Subcampeón de una copa que disputaron dos? Si de lo que se trataba era reconocerlos el haber llegado a la final eso ya estaba, le dieron las medallas cuando conquistaron la Copa Argentina. Demasiado bien se la bancaron los jugadores de River que se quedaron a ese pretencioso acto protocolar.

Más allá de los detalles negativos, el sábado a la noche, más que nada por los jugadores y dos coloridas hinchadas, el fútbol argentino se encontró con una isla. Aunque las aguas seguirán bajando turbias.