Ocho películas componen este año la sección Nocturna del Bafici, que vuelve a su fuente primigenia: films inclasificables y géneros que la intelligentzia mira de reojo. Las transformaciones del mercado local de los últimos años hicieron evolucionar el criterio de “cine de trasnoche” que marcaba la sección. El año pasado, este diario daba cuenta de un acercamiento al cine de terror como metáfora social. Esta vez no hay un hilo conductor tan claro. En todo caso, se evidencia que en la evolución de Nocturna quedan sólo algunas de las características originales.

El cine bizarro como marca autoral está prácticamente ausente. Lo mismo los coqueteos eróticos y las disidencias sexuales, cobijadas en la competencia de Vanguardia y género. El terror de factura nacional, en tanto, encontró su nicho en otros espacios institucionales (como Bloody Window) o se refugió en sus festivales más naturales (como el BARS). Además, el desplome descomunal de la producción independiente, merced a las políticas de los últimos años del Incaa, colabora para que este año no haya ninguna película argentina en la sección.

La producción de cine de género local, faro en Hispanoamérica, repleta de nombres de buena trayectoria, está ausente aquí: sólo hay una cinta latinoamericana y es brasileña. Los habitués del terror del gigante vecino saben cuán perturbadoras pueden ser sus producciones. En A sombra do pai Gabriel Amaral Almeida propone ver a una niña hacer magia negra para traer de regreso a su madre fallecida. Una de muertos vivos que escapa a los convencionalismos de zombies, vampiros, ghouls y afines.

¿Que queda, entonces, en la Nocturna de este año? Afortunadamente, sí se mantienen distintas líneas de años anteriores. Hay subversión de géneros narrativos tradicionales: hay policiales tan clásicos que terminan por estallar y ser mucho más, musicales que rompen con las expectativas invariables que enseña Hollywood. También hay una buena correntada de cine asiático (Filipinas, Taiwán, Corea).

En la grilla se anticipan dos imperdibles. Una es la única cinta animada que propone la sección. Se trata de Seder-masochism, de la excepcional estadounidense Nina Paley. Paley ya había fascinando las pantallas del Bafici con su exhuberante Sita sings the blues. Aquí explora la historia religiosa con una suerte de musical anticlerical, antipatriarcal y detonador, con la excusa de narrar los orígenes de la Pascua judía. Si hay magia posible este año, está en esta mujer y en su selección musical, que corre desde Led Zeppelin hasta Gloria Gaynor.

La segunda imperdible es Il primo re, del italiano Matteo Rovere. Esta coproducción italobelga plantea una relectura en plan salvaje del antiguo mito fundacional romano con fotografía naturalista. O cómo hubiera sido una película de Sábados de Súper Acción bien filmada. Un presupuesto modesto, si uno compara con Hollywood (“apenas” 9 millones de euros), pero generoso, si se piensa en otras. En esa frontera entre lo indie y lo industrial, Rovere hace de sus marcas autorales el elemento decisivo para ameritar su presencia en el Bafici.

¿Qué más hay en la sección? Para empezar, vale poner el ojo en Bamboo dogs, un thriller filipino de Khavn de la Cruz, ambientado a mediados de la década del 90, cuando los “tigres del sudeste asiático” empezaban a consolidar su poderío económico. En esos años de transición social, económica y política las tensiones entre el crimen organizado y la justicia hicieron eclosión. De la Cruz cuenta una de esas historias pero lo que propone desde lo estético sorprende por su cercanía. Es Filipinas, sí, pero podría ser tranquilamente Avellaneda. 

De las otras tres películas asiáticas de la sección, dos son también thrillers. Uno es un policial que hubiera hecho las delicias de cualquier amante del clase B durante los 80, pero muy llevado al extremo. En The scoundrels (Kuáng Túu), del taiwanés Hung Tzu–Hsuan, los jefes criminales generan fascinación. El tercer thriller es psicológico, y no faltará quien opte por darle una interpretación fantástica: Demons, de Daniel Hui (Singapur), se centra en el padecer de una actriz ante los abusos psicológicos de su director. Una película que funciona como advertencia de lo que puede suceder cuando quienes gobiernan abusan de su poder en el cuerpo de sus víctimas.

La última de la seguidilla asiática es Swing Kids, de Kang Hyoung-Chul (Corea del Sur). ¿Hay algo más subversivo que bailar en una guerra? Hyoung-Chul propone eso para sus protagonistas. Sin ser necesariamente una película musical al estilo norteamericano, explota todos sus elementos para llevar el género más allá. La selección de este año se completa con His master’s voice, del húngaro György Pálfi: aquí lo que se propone es la búsqueda de un padre. Una búsqueda que puede llevar a una civilización alienígena tanto como a las conspiraciones atómicas de las grandes potencias de los años 50. El guión está basado en la novela homónima de Stanislaw Lem (Solaris) al mismo tiempo que se reconstruye una familia. Un film indispensable en la grilla, porque sin ciencia ficción no hay Nocturna posible.