Danièle Incalcaterra y Fausta Quattrini tienen mucho en común. Son pareja, padres de un niño y una dupla de cineastas con una filmografía conjunta que abarca las películas Contr@site (2003), El impenetrable (2012) y Chaco (2017). Las dos últimas integran un díptico que retrata la epopeya personal que Incalcaterra lleva adelante para preservar una parcela salvaje de cinco mil hectáreas en territorio paraguayo, la cual recibió como herencia de parte de su padre. Un pedazo prácticamente virgen de selva chaqueña que ha quedado aislado en medio de un gigantesco desierto causado por el negocio del desmonte.

El impenetrable muestra los obstáculos que se interponen en el camino del director y protagonista a medida que se interna en el Chaco paraguayo. Pero también los que encuentra en el terreno legal de un país cuya legislación sobre la propiedad de la tierra carga con una corrupción histórica. La película tiene a pesar de todo un final feliz: Incalcaterra consigue que el entonces presidente Fernando Lugo firme un decreto que convierte a aquel paraje en una reserva natural, a la que se bautiza con el mítico nombre de Arcadia. El relato de Chaco arranca tras la escandalosa destitución de Lugo, que echa por tierra lo conseguido. Cuando Incalcaterra se disponía a transferir la titularidad de Arcadia a la comunidad guaraní Ñandéva aparece en escena un segundo propietario del mismo pedazo de tierra, detrás de cuyas escrituras asoma la ilegalidad de la dictadura de Stroessner. 

“¿Qué viene primero, el animal o el vegetal?”, le pregunta Incalcaterra a un amigo conocedor de la flora y fauna del lugar. “El vegetal”, responde el otro y a partir de eso entre los dos concluyen que sin la preservación del bosque nadie tiene garantizada la supervivencia. Incluso el hombre, que para integrarse con éxito debe aportar su mejor versión. El amigo de Incalcaterra habla de un “hombre prístino”, un concepto ideal que choca con la continuidad de maldad, trampa, crimen y negligencia con la que el cineasta se va topando en su empeño por salvar su Arcadia. Por lo que se ve en la película se puede aventurar que no deben quedar muchos hombres prístinos en Paraguay, el país que posee el mayor índice de deforestación en el mundo.

La superficie del territorio paraguayo es de poco más de 406 mil km2, pero si hubiera que guiarse por la suma de todos los títulos de propiedad existentes en los registros de catastro, entonces la superficie del territorio paraguayo alcanza los 529 mil km2. Alguien dice con acidez que Paraguay debe ser el único país del mundo de dos o tres pisos. Dos o tres pisos sostenidos por una corrupción de raíces añejas que beneficia a los grandes terratenientes de la producción agrícola y ganadera, al mismo tiempo que avasalla los derechos de los pueblos originarios y hace pedazos el equilibrio biológico.

Incalcaterra y Quattrini intercalan escenas sobrecogedoras de la vida en la profundidad del frondoso monte chaqueño, con otras que vuelven visibles las capas de violencia institucional que convierten a esta historia en un abismo que tiene tanto de kafkiano, como de aquellas escenas infernales imaginadas por El Bosco. A medida que la intriga avanza, el protagonista se va quedando sin opciones. Por un lado el estado paraguayo se vuelve una maquinaria inútil, incapaz de actuar sobre sus propios vicios históricos. Por el otro, también pierde el apoyo de la comunidad Ñandéva, que le exige la cesión de las escrituras de aquel oasis cercado por el desmonte como única forma de continuar la lucha. Sobre el final, cuando el cineasta parece empezar a aceptar que quizá no consiga ver su sueño realizado, la película revela su naturaleza real. Chaco es una carta triste de amor, de despedida y de duelo para esa quimera, esa Arcadia imposible que parece haberle dado impulso a al cine y a la vida de Incalcaterra.