Los “chalecos amarillos” constituyen un movimiento social original e inédito que ya entró en su sexto mes de manifestaciones y cortes de rutas. Comenzado en noviembre 2018, el presidente Emmanuel Macron pensaba que el frío invierno francés lo sosegaría. Pero la llegada de la primavera, un debate nacional inconsistente, las elecciones europeas de mayo próximo, además de la nueva recesión económica en Europa provocada por la política económica neoliberal, están hundiendo las ilusiones del desgaste al que apostaba el gobierno. 

Los medios de comunicación dominantes trataron de desacreditar los chalecos amarillos como la oposición de los perdedores de la mundialización. Estos rechazan el incremento de una tasa parafiscal petrolera para que los más pobres financien la transición ecológica. Pero el movimiento ha creado una dinámica antisistema que reclama un cambio profundo en la fiscalidad en Francia, muy injusta porque es muy favorable a los ricos. 

Los neoliberales, como lo muestra la política fiscal de Mauricio Macri o Donald Trump, han decidido utilizar al Estado para alterar por esa vía la distribución del ingreso en favor de los sectores más acaudalados, orientación también elegida por Macron para llevar adelante su política de enriquecer aun más a los más pudientes. El método es banal: incrementar los gravámenes indirectos, como las tasas parafiscales, y disminuir los impuestos directos a los más ricos. Pero esto tiene una contrapartida recesiva, ya que disminuye el poder de compra de las mayorías, deprime la demanda e incrementa el desempleo. 

Macron impuso la eliminación del impuesto a las grandes fortunas, instaurado por el presidente François Mitterrand, disminuyó la tasa del impuesto a las ganancias de las empresas, bajó el impuesto al ingreso de los más ricos, impuso una fuerte disminución del impuesto a los beneficios distribuidos a los accionistas de las empresas, así como la disminución de los impuestos a las ganancias especulativas, la llamada flat tax en la jerga macroniana, retomando el nombre de la tasa ABL que Margaret Thatcher había tratado de aplicar en Inglaterra a fines del siglo pasado. 

El colmo del cinismo de esta política fiscal fue alcanzado por el ministro de Economía, Bruno Lemaire, un tránsfuga del partido neogaullista de Sarkozy, que burlándose propuso “disminuir los impuestos”. 

La elites, intelectuales y medios de comunicación masiva, con el montaje de imágenes apocalípticas, fracasaron en el intento de denigrar el movimiento social chaleco amarillo. Uno de sus miembros, respondiendo a un deambulador de los pasillos de los canales de televisión, “ustedes están preocupados por el cambio climático y por el fin del mundo, nosotros por llegar a comer al fin de mes”. 

La persistencia del desempleo y del subempleo es una preocupación de numerosos franceses así como en el resto de Europa, lo que explica el apoyo del que gozan los chalecos amarillos. 

Al comienzo las reivindicaciones impositivas de los piqueteros franceses fueron tratadas despectivamente por las elites francesas y parisinas que las caracterizaron como una expresión del “populismo” opuesto a la transición ecológica. La arrogancia fue transformándose en preocupación a medida que las medidas económicas neoliberales de Macron fracasaban. Lo que se parece a una insurrección fiscal antiliberal se impuso como la expresión del hartazgo de las mayorías frente a la disminución de los ingresos de las capas medias y de la angustiante cuestión del desempleo, ya que hoy más de 6 millones de personas están inscriptas en la oficina del empleo en Francia. 

Los chalecos amarillos aparecen así como la punta de lanza de la rebelión antisistema que enfrenta el relato dominante ,donde el neoliberalismo es definido como el único modelo que se impone como un imperativo económico. Pero esta afirmación, por sus fracasos y el incremento de la pobreza y de la pauperización de las capas medias, se estrella contra la realidad no sólo en Francia sino también en la Argentina de Macri. 

En los últimos sábados de movilización, el aparato propagandístico del régimen macroniano ha mostrado su incapacidad para desacreditar los chalecos amarillos, y como en los regímenes autoritarios debió apelar a la prohibición de manifestar en ciertos sitios desbordado por la movilización.

El problema fiscal se ha transformado en un problema político. Al malestar de la restricción de las manifestaciones democráticas y a la fractura territorial de la República Macron han agregado el concepto según el cual existe un conflicto entre la justicia social y la transición ecológica, ya que esta ultima no puede ser financiada por los que menos ganan mientras los ricos viajan en jets privados.

* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París y ex Conseiller Regional d’Ile de France, Región Parisina, del Partido Socialista Francés. Autor de El Peronismo de Perón a Kirchner. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, Segunda Edición 2019.

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