Hoy me levanté exultante.                 El sol del mediodía presagiaba una hermosa jornada de trabajo en equipo.

A pesar de que las tensiones en la vida de un presidente son incesantes, he hallado el modo de relajarme y dormir plácidamente todas las noches. Mi método secreto es leer algo interesante antes de acostarme, voy por el tomo cinco de “Los cuadernos de Centeno”. Exquisita prosa, a quienes hayan disfrutado la saga de Harry Potter se los recomiendo.

Mientras me lavaba los dientes recordé que estoy comenzando el cuarto año de mi gestión de gobierno y no puedo menos que emocionarme al ver todo lo que hemos logrado juntos.

Me fui a desayunar con la boca llena de espuma porque se había cortado el agua.

Durante el desayuno, la veía a Antonia corriendo entre los árboles de los jardines de Olivos. Es increíble lo que ha crecido esta niña, pensé. Recordé que pronto llegará a los dos dígitos, como el desempleo, y me sentí pleno y feliz.

Después de la cuarta tostada ya casi se me había ido el gusto a dentífrico de la boca.

(Nota mental: Preguntar a los chicos del Newman si a alguno les interesa quedarse con AySA.)

Mientras apuro los últimos sorbos de mi exquisito café, pienso en nuestros hermanos colombianos, que tanto están haciendo en la frontera para terminar con la terrible dictadura que padece Venezuela a manos del chavismo K.

Me emocionó tanto el recital que pensé seriamente en desempolvar mi viejo atuendo de Freddie Mercury y viajar para honrarlos con mi famosa versión de “We will rock you”, pero recordé que mi nutricionista me prohibió la ingesta de bigotes.

Pero la tiranía de Maduro se tiene que terminar de una u otra forma, no podemos permitir semejante violencia en las calles de Caracas. Casualmente en el canal 7 están mostrando imágenes de la policía reprimiendo salvajemente a unos pobres y harapientos manifestantes que corren esquivando las balas y los gases. Por algún error de producción, en el zócalo dice “Ciudad de Buenos Aires”. Es terrible lo que ha hecho el kirchnerismo con la televisión pública.

Antonia entra corriendo y me recuerda que le había prometido llevarla a pasear por el shopping, tuve que explicarle que hoy no se podía porque el helicóptero presidencial estaba en el taller. Me tuve que bancar flor de berrinche.

A veces pienso que soy demasiado permisivo con Antonia, y temo estar malcriándola. Los chicos de hoy en día están muy mal acostumbrados, quieren todo regalado, todo fácil. Yo, a su edad, ya tenía mi propia offshore en Panamá.

La veo pasar a Juliana rumbo a la cocina con su canasta repleta de hortalizas recién cosechadas de su propia quinta y agradezco a la vida por tanto. Qué suerte que tenemos de vivir en Argentina, pienso. En Venezuela, si andás con una canasta de verduras te muelen a palos. Lo vi en la tele.

Mientras hacía zapping buscando TN, me llamó Dujovne preocupado por la cotización del dólar, me dijo que se le está haciendo difícil controlarlo y que eso podría provocar algunas corridas que harían tambalear la economía. Le recordé que él tiene toda su fortuna afuera y se quedó mucho más tranquilo.

La que hace rato que no me llama es Christine. Creo que cuando le declaré públicamente mi amor, se asustó un poco. Hay mujeres que le temen al compromiso, no como yo, que me comprometí a pagarle todo lo que nos prestó el FMI apenas deje el Gobierno.

Después de almorzar fui al jardín, me tiré un rato a descansar en la reposera presidencial y me dormí. Y tuve un sueño: soñé que vivíamos en un hermoso país libre de populismo, los pobres eran amables y sumisos, los obreros de la construcción ya no se animaban a mirarte a los ojos, no había más planes sociales ni vacunas gratuitas y ya no se veían horribles universidades públicas por todos lados. Por fin habíamos dejado de mantener vagos.

Si existe el Paraíso, debe ser éste, pensé.

Pero de repente, el cielo entero se oscureció, los pájaros dejaron de cantar y el agua de mi vaso comenzó a danzar al ritmo de los estremecedores golpes que, como latidos del diablo, sacudían el suelo.

Una oscura y monstruosa silueta amanecía detrás de los muros de la quinta, mientras una melodía que parecía surgir de las entrañas mismas del infierno, envenenaba el aire a su paso: ¡¡¡A volveeeer, a volveeeer… vamos a volveeeeer!!! Se oía.

La enorme silueta ya había atravesado el muro y seguía avanzando hacia mí, que no podía escapar porque estaba amarrado a la reposera con la banda presidencial.

Justo en el momento en que ese Godzilla con taco aguja estaba por aplastarme, me desperté bañado en sudor.

Miré a mi alrededor, todavía temblando, y noté que todo seguía en su lugar: el vaso de agua, la añosa arboleda, la cristalina belleza de la piscina.

El sol ya se había ocultado detrás de los edificios de la avenida Maipú.

Y los pájaros, de pronto, se callaron.