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A veces los límites de las patrias se dibujan y desdibujan sin sentido durante toda la vida. "Mi patria es cruzar la plaza del pueblo y sentir, cuando vuelvo desde  Rosario, ese olor a dulce de leche casero que está haciendo mi vieja para recibirme", diría una amiga, de allá, de mis pagos….

Mi patria es la laguna y nadar sin límites durante horas en el medio del horizonte líquido, sin avizorar a nadie por ningún lado…. Eso es Dios, digo, a pesar de que siempre me confesé estrictamente atea, hay veces en que uno puede sentir la presencia de Dios en algunas cosas, en el aire que se respira en algunos lugares, en las pasiones sin límites de algunas gentes, en la mirada tierna de los animales…

"Son migrantes, migrantes", diría una amiga de Santa Fe, en la época en que íbamos y veníamos constantemente, yo, entre Melincué, Paraná, Rosario e Ibarlucea, a veces Firmat y Venado Tuerto, y ella entre Santa Fe, Rosario y Paraná, siempre laburando, siempre estudiando, pero siempre, siempre, dando vueltas, eternas vueltas, sin terminar de residir nunca, definitivamente, en ninguna parte… El "me voy" o "me tengo que ir" daba para un análisis, diría, otra amiga, que viajaba siempre entre Paraná, Neuquén y Córdoba.  "El problema es la salud mental de los trabajadores de la salud mental", apuntaría otra amiga, trabajadora social ella, oriunda de Paraná y residente ahí. Las tres anteriores éramos psicólogas.

"Y yo no me hallo, no me hallo", diría un paciente, comisario jubilado, del norte santafesino, "Acá en Rosario, nunca me hallé", decía el señor, ya pasando los 70, que viajaba constantemente, sin rumbo, al norte de la provincia, según él, iba a cazar, yo creo que a recordar antiguos momentos de su propia niñez vencida, escondida en los paisajes olvidados que desde la urbe de cemento y vidrio son imposibles de divisar…

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Los límites entre lo público y lo privado los pone el capital, directamente, diría alguien, con certeza. La plaza es pública, la calle también, las casas no, y hay instituciones que son públicas y otras que son privadas. En el sanatorio tenés que pagar, si no vos, tu obra social, aunque con el curro del copago, siempre terminás pagando al sanatorio, aunque además pagues la obra social todos los meses. En la escuela privada, tenés que pagar, en la universidad privada, también tenés que pagar. En la universidad pública no se paga, en el hospital público tampoco se paga, aunque no hace mucho inventaron un hospital privado (términos incongruentes e inconsistentes si los hay) pero bueno, la libertad es libre y la facilidad para acceder al capital que tienen algunos permite algunas cositas…

El desmantelamiento de lo público en favor de lo privado es ejercido por el capital desde siempre, envalentonado ahora por un gobierno que dijo, tal cual pregonara en una entrevista televisiva previa al ballotage presidencial último, que "vamos a dejar que el libre mercado nos gobierne". Y sí, señor, así estamos, incluidos en el mercado internacional. ¿En calidad de qué? Porque todavía no se sabe mucho.

Hubo épocas antiguas en que exportábamos materias primas e importábamos manufacturas industriales, pero ahora, convengamos, no exportamos tanto. Eso sí, importamos de todo, ya que la industria nacional está en el último estertor estrepitoso al que la llevó, justamente, el libre mercado. Aclaro que yo no los voté, como aclaramos, muchos, pero bueno, habrá que soportar.

En este contexto, la calle aparece como un lugar peligroso ya que, de una o de otra forma aparece invadida por seres que, la clase media o la alta llamaría "indeseables". Hay un sinnúmero de trapitos desperdigados por doquier, haciéndose el mango, como quien dice, vendedores ambulantes y residentes de la vía pública, que, sorprendentemente, aparecen amenazados por funcionarios y agentes municipales (de un gobierno que se dice socialista, aclaro) que (emulando a Rodríguez Larreta) les incautan los colchones, bolsos y frazadas, con el objeto de que despejen la circulación y no molesten a los vecinos  del lugar. Crearon algunos refugios, pocos, con reglamento estricto, no alcanzan para todos. Ahora con el frío la situación se hace más difícil y bueno, colabora alguna que otra iglesia o algún que otro cura barrial y los veteranos de Malvinas, como siempre, sirviendo raciones de alimento caliente a quienes encuentran por las calles de esta ciudad…

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 "La cocina es su territorio, no la jodas", decía mi viejo, cuando yo, de chica, trataba de ayudar a mi vieja en la cocina, con un "¿Querés que te ayude?", cuando ella entre el furor y el estrépito de las ollas, sartenes y minutas a toda prisa, que trataba de improvisar como podía, con lo que tenía, sin ganas y para cumplir con el almuerzo, como toda ama de casa, al volver de trabajar en Tribunales, harta de papeles y despelotes graves; "¡¡¡No!!!", era el grito enronquecido y furibundo que me tiraba, obligándome a recluirme, sin desvíos hacia atrás, con tal de dejarla terminar de cocinar el almuerzo sola. De ahí me quedó la costumbre de no tratar de ayudar a nadie en la cocina, porque cada quien sabe en dónde tiene las cosas y porque cada quién sabe cómo cocina. De ahí también que no me gusta que nadie me ayude para cocinar, o cocino yo, o cocina otro, porque, el dicho es cierto: "Muchas manos en un plato hacen mucho garabato" y al final terminamos peleando por nada o arruinando un menú fabuloso.

"La patria es el otro", dijo Cristina, hace un tiempo, lo cual dio lugar a críticas y burlas  por doquier, sobre todo del lado de algunos sectores… "La patria soy nada más que yo", parece pregonar el sistema, en donde el individualismo capitalista reina. Deshumanizar al otro, sacarlo del lugar de semejante en tanto otro (otro con minúscula, aclaro, a los que leen Lacan) es el puntapié inicial para consensuar desde la mayoría de la sociedad una serie de agresiones y conductas emparentadas con la violencia que culminan  difundiendo  la  tolerancia social que necesitan algunos genocidios para poder producirse, diría, palabras más, palabras menos, el Dr. Eugenio Zaffaroni.

Si el otro ya no es más humano podemos hacer lo que sea con él, ahí entran, calles más, calles menos, categorías del tipo pibes-chorros, mujeres y de paso, cañazo, indios, como siempre. Sin contar los niños y los viejos que, de una forma o de otra, permanentemente son maltratados. Los linchamientos, masacrar al pibe-chorro en patota, como corresponde, por los ciudadanos de bien, porque afanó un bolso o una billetera, son consensuados y legitimados por mucha gente, aunque no sean legales. Se torna legítimo así, para muchos, algo que es francamente ilegal, gracias a no identificar al otro como otro, sino como cosa, a lo sumo cosa viva todavía.

4

En los tiempos posmodernos que corren, gobernados por un único sistema, el capitalista, los límites de los estados-nación, propios de la modernidad, se desdibujan y permean constantemente, resultando habitual el traslado regular de empresas transnacionales que invierten sus capitales en diversos continentes, buscando mano de obra barata y menos impuestos. El caso Benetton es uno, las ovejas en el sur de Argentina, los textiles se hacen en Brasil, y las prendas se terminan y venden en Europa a precios exorbitantes en relación al costo final del producto. Empresas como Adidas o Coca-Cola se van trasladando, buscando siempre pagar menos para producir, vender caro en lugares caros, contaminar en los lugares en que los dejen, en Europa ya se hace más difícil porque los controles ambientales son más rigurosos que por estos lares.

En este sentido, hay familias de inmigrantes que funcionan tipo pymes. Los africanos, peruanos, mejicanos que migran, sea al país que sea, buscan un laburo, que es el que los nativos ya no quieren hacer porque es pesado: albañilería, cosechar, etc. Y desde sus magros ingresos deben reenviar al grupo familiar que se queda en el país de origen lo más que puedan, para ayudar al resto en su subsistencia. Cuando pueden, van trayendo a los otros integrantes de la familia, cruzando el mar, el desierto, o lo que sea. Cualquier cosa es mejor que morirse de hambre, cualquier cosa es mejor que la guerra o la prostitución en la que terminan niños y niñas de algunos países. El tráfico humano es multitudinario entre algunas fronteras y son muchos los niños y ancianos que mueren por el camino, dejando con sus cadáveres los sueños de una patria mejor y una vida más digna.

Los refugiados por las guerras son los que más sufren, obligados a pasar de un país a otro, si tienen suerte, y cuando llegan adonde migran, terminan en francos campos de concentración que poco o nada tienen que ver con los derechos del hombre.

En este ir y venir constante de gente, el concepto de ciudadanía pierde su envergadura, con gente muy lejos de su país de origen y que aparecen en condición de inmigrantes ilegales, refugiados o extranjeros, exacerbando así la xenofobia y por sobre todas las cosas el racismo de los países receptores (en forma voluntaria o no) de estas poblaciones migratorias.

La noción de pertenencia, ese lugar que nos hace desde siempre, desde niños y desde el más remoto de los recuerdos, "ser de ahí", ese lugar en el mundo, en el vasto y ancho mundo, con el que uno se identifica y al que uno ama, viva o no uno en ese lugar, está dado muchas veces por alguna que otra foto, algún libro, algunos objetos del lugar que los migrantes atesoran como verdadero oro y los llevan con ellos a donde vayan o se dirijan… Así vinieron nuestros abuelos y nuestros bisabuelos, mal que les pese a muchos que ahora se horrorizan con la invasión de brasileños;  peruanos siempre hubo, paraguayos y bolivianos también, siempre existieron, cerca de la terminal o cerca de las facultades. Así vino mi abuelo, de polizonte en un barco, porque no tenía ni para el pasaje, con una mano atrás y otra adelante y así, sin embargo pudo, pudieron, trabajar y establecerse en un país que siempre fue por demás de generoso con los ajenos, porque de una forma o de otra, todos tenemos sangre extranjera en las venas, a los nativos del lugar los extinguieron sin piedad y bueno, había que poblar la pampa, los europeos que vinieron no eran los mejores pero eran los que había y así somos, una mezcla, que paradójicamente se horroriza cuando ve negros brasileños, haitianos o africanos  andando por la peatonal, encima bien vestidos, encima muy educados, cosa que no terminan de entender bien…

Así muchos traen en el cuello un camafeo, un amuleto, un crucifijo, un santo, una foto o una piedra o una pluma, del lugar del que vienen, y desde ahí y con ese espantademonios sobre el cuerpo, suelen mirar fija y atentamente, durante horas, las aguas de ese Paraná incansable e indómito que desde sus aguas color del león los trajo, desde lugares remotos a donde probablemente, nunca más puedan regresar.

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