Entre la referencia inevitable que es Bonnie and Clyde (1967), el film paradigma de Arthur Penn (resistido por la industria, hoy celebrado) y los tiempos digitales y poco cinéfilos que corren, pareciera que Emboscada final no sabe muy bien dónde situarse. Justamente, la película de Penn, con la dupla conformada por Faye Dunaway y Warren Beatty, fue el disparador de una época renovadora, a la par de los bríos de una generación que hacía pensable un cine de autor en Hollywood. La ilusión duró más o menos una década. Pero duró.

Ahora, la firma Netflix impulsa -como tantas otras "cosas", de mayor o menor sensibilidad cinematográfica, pero casi todas atravesadas por un mismo cedazo- otra aproximación al mito, o si se quiere, a su revisión. Lo hace a través de otra dupla, la encargada de capturar y asesinar a la pareja fugitiva. De este modo, Kevin Costner y Woody Harrelson interpretan a Frank Hamer y Maney Gault, dos Rangers de Texas retirados a los que el gobierno endilga la tarea de dar con el paradero de Bonnie Parker y Clyde Barrow. En otras palabras, cazarlos y matarlos de una buena vez.

Con apenas algo -apenas, muy poco- de la melancolía que Clint Eastwood trazara en Los imperdonables, Hamer trasunta una vida hogareña con la cual lidia. Su esposa adinerada lo tiene, parece, maniatado. Cuando le llega la posibilidad de volver al ruedo y a los tiros, es a ella a quien tendrá que pedirle permiso. La relación con el killer de Eastwood se escribe en su rostro hosco, silente, el que dice sobre las tareas que alguna vez tuvo que enfrentar y los hombres que mató. El pistolero famoso entre los niños es víctima de su leyenda. Y parece que eso es algo que ya no puede evitar.

La miseria se instaló en la Norteamérica  de los años '30. ¿Acaso Clyde Barrow  haya hecho lo que hizo por hambre?

Desde esta cadencia cansina -que constituye uno de los mejores aspectos del film- Hamer busca, invoca, a su antiguo compañero de andanzas, para ir tras los rastros de este dúo que no sólo acumula muertes y dinero de los bancos, sino una fascinación social que crece con los días. Hay un constante contrapunto durante la búsqueda, y tiene que ver con la realidad social que aparece mientras Hamer y Gault visitan pueblitos con su Ford flamante. La miseria se ha instalado en la Norteamérica de los años '30. Y aun cuando Hamer tenga la mejor de las anécdotas que contar al padre de Clyde Barrow (porqué él no pudo ser predicador, pero sí un pistolero), la sentencia del otro no admite réplica: tal vez, lo que su hijo hizo no se debe más que al hambre.

En cuanto al registro actoral, entre Costner y Harrelson se perfila una colaboración que no termina por ser el disfrute que se promete. La edad y la próstata cansadas de Harrelson no alcanzan para condimentar esta amistad añosa, menos aún cuando el físico del actor no se condice con el retrato que de él se pretende. El que mejor responde a la consigna es Costner, quien parece incorporar la frustración con la cual la industria lo obsequió, luego de consagrarlo con el premio Oscar para después olvidarlo. Ahora, vuelto al ruedo, es esa misma sensación anímica la que contagia desde la recreación de su personaje.

Ahora bien, la película no logra o no quiere ponerse de acuerdo con el lugar desde el cual reconstruir la anécdota o, en otras palabras, con lo que tiene para decir. Es cierto que Gault (Harrelson) tiene su casa hipotecada por el banco, esa misma entelequia traicionera que roba a la ciudadanía y que es, a su vez, víctima de Bonnie y Clyde. Para el caso, algo similar, y de modo admirable, planteó la película Sin nada que perder, de David Mackenzie, con el ranger que interpreta Jeff Bridges, preso de una misma paradoja. Pero lo que sucedía también allí era la asunción del western y sus códigos cinéticos, con la fibra de la acción como parte inherente. En Emboscada final esto no sucede, no hay rima suficiente con los géneros cinematográficos, mientras se eligen situaciones alusivas que no terminan por convencer.

En este sentido, Bonnie y Clyde ofician como figuras fantasmas, desde el fuera de cuadro o apenas esbozadas, siempre adelantadas a sus perseguidores. Cuando estén a punto de ser alcanzados, una cuasi ridícula resolución de autos envueltos en círculos de tierra dejará hundidos en una neblina marrón a los rangers. Un artificio presumidamente poético que no hace más que herir la propuesta, relacionada como está con el cine de los años ´30: sea con las películas filmadas en aquella época como todas las que se ocuparon por recrearla.

No hay rima suficiente con los géneros  cinematográficos, mientras se eligen  situaciones que no terminan de convencer.

Además, y sin poder ni querer dejar de lado la obra maestra de Arthur Penn, en Emboscada final los perseguidores son casi redimidos, al estar situados en una posición complicada pero para la cual han sido preparados. No se advierte una mirada crítica suficiente, si bien las fuerzas de Hoover y cierto comportamiento policial sean más o menos ridiculizados. A diferencia del film de Penn, en donde los criminales son revestidos de una estridencia rebelde, a tono con los años '60, la película de John Lee Hancock no se termina de decidir. Es más, no duda en señalar el culto a estos asesinos como algo que ha sido fogoneado por los mismos medios. Una postura poco convincente, que choca con el retrato social mísero que la misma película logra, mientras atraviesa la América profunda.

Podría pensarse que John Lee Hancock ya es alguien familiarizado con este tipo de estratagemas, director como es de El sueño de Walt -la primera película que alguna vez recreó (parte de) la vida y rostro de Disney, animador talentoso y macartista insigne- y de Hambre de poder, en donde Michael Keaton encarna a Ray Kroc, el cerebro detrás de la famosa marca de hamburguesas. Hay que reconocer que en esas películas el director sabe cómo salir bien parado (en la primera) o adherir una sorna precisa (en la segunda). Algo así parece querer reiterarse con este nuevo film, tal vez con la atención puesta en no ofender a familiares de los Rangers o vaya a saberse qué o quiénes. De esta manera, serán los parlamentos de Gault los que agreguen anécdotas de vida y asordinen el horror del que fueran parte años atrás. Una carga con la que deben convivir, si bien es el mismo gobierno el que los sigue utilizando como títeres para luego olvidarles rápidamente.

En suma, Emboscada final puede y debe verse y leerse como el film-contraplano de la película emblema del gran Arthur Penn. Y en todo sentido. Es decir, qué sucedía cuando el cine se veía en el cine. Y qué sucede ahora, cuando al cine se lo consume desde el streaming.

 

FICHA:

Emboscada final

The Highwaymen

(Estados Unidos, 2019)

Dirección: John Lee Hancock.

Guión: Paul Fusco.

Fotografía: John Schwartzman.

Música: Thomas Newman.

Montaje: Robert Frazen.

Reparto: Kevin Costner, Woody Harrelson, Kathy Bates, John Carroll Lynch, Kim Dickens.

Duración: 132 minutos.

Disponible en Netflix.

5 (cinco) puntos