Las últimas novedades de Wu son su lenguaje español que comienza a florecer y una campera de jean, diseño Destroyer, quizá Lee o Levis, pero que a más de gastada o desteñida, tiene toda la traza de haber sido comprada en una feria americana o el roperito o el Ejército de Salvación de calle Amenábar, donde a menudo vamos los vecinos de Tablada a comprar ropa, muebles y, si vendieran, algún alimento que trajese algo de alimento, algo de leche o algo de carne o algo de algo, como esos productos nuevos que anuncia la crisis: producto con leche, producto con carne, argentinos con un porcentaje argentino y el resto, no se sabe.

Wu ahora comenzó a decir palabras, pero no como loro o locutor de gobierno, sino morfemas, uniendo el sonido, la materialidad y el sentido de los vocablos. Incluso, ha llegado a la tercera etapa de aprendizaje de la lengua, que es decir frases, cortas, como partes de oraciones o sintagmas, aunque a veces desordene la sintaxis o la gramática. Repite las que escucha, aprende con la mímesis, material, fonética, de sentido. Hola hola. Buen día buen día. Frío frío. Mi mamá me mima y el oso sala la sopa. Góndola no, góndola sí, cuando no aparece una bebida de oferta, entonces allí interactúa con Nancy y conmigo, que quiero comprarla. Pero es un asíndeton, sin conectores, con más sustantivos que verbos. Parece el fraseo del Eisejuaz de Sara Gallardo.

A veces, para embromarlo, lo pongo a prueba con un nombre difícil: suponete, le digo "Uxmal", una marca de vino. Uxmal... a ver cómo se lleva el Chino con la X. Y se lleva perfecto, como si fuera el nombre de una dinastía, Xia, o el del amor, àixīn, en un arrabal de Wantang. Después de la U le sale un murmullo de grulla, algo que sonsonea una R, luego una S y justo allí traba la lengua en el frenillo y pienso en un movimiento eufónico que debe tener setenta siglos. Ahora entiendo por qué el único país del mundo que quiso conocer Juan L. Ortiz (Juanele) fue China.

Cuando Wu por fin encuentra el vino de oferta que yo buscaba, sonríe y dice su habitual prefijo: chá. Pero cuando tomo la botella, escucho con asombro: --Xia mañana. Hoy viene no. Nada. Mañana todo.

Se me hizo un flash de la escena de Yzur, el cuento de Lugones, cuando el mono habla. Cuando por fin se produce un salto en la especie: que un chino hable español en Tablada a los seis meses de haber llegado de la Manchuria. Es como ver en directo el alunizaje, o la primavera camporista, o la alfonsinista, o el día que Onetti escribió la última línea de La Vida Breve, la evolución humana en un instante: los cien años que el homo habilis se hizo sapiens, y todo junto, en mi barrio, en mi calle, Ayolas, del sur de Rosario, en el otoño argentino más miserable desde el 2002.

¿Cuánto tardaré yo en decir wǒ ài nǐ Xia? Te amo Xia. En pronunciarlo, wojaa al ni Xia, y en escribirlo 我爱你, cuando viva con ella, con Xia, en el Tabladawang a las afueras de Beijing, y yo me siente a las seis de la mañana en el umbral de la calle del Sol, con frío o bonanza, a esperar que abra nuestro argentino en China, nuestro súper argentino en Pekín, uno, donde Xia estará en la caja y yo reponiendo las galletas de arroz, controlando las fechas de vencimiento de los lácteos y hablando con Wu por Skipe a Rosario, primero con palabras sueltas, àixīn (amor), zaijián (adiós), dàn (nacer), lǚ (viajar), sĭ (morir) y hui (volver), y luego con sintagmas, nǐ hǎo (hola), xié xié (gracias), xǐ shǒu jiān zài nǎ lǐ? (dónde está el baño), bù hǎo yì si, wǒ méi tīng dǒng (perdón, no te entiendo), děng yī xià (espera un poco), zhè ge duō shao qián? (Cuánto cuesta?) y al final, zhè ge yòng hàn yǔ zěn me shuō? 这个用汉语怎么说 (Cómo se dice esto en chino?), hasta que un día ya pueda decir en mandarín o cantonés aquello por lo cual escribí todo esto y por lo que dejaré mi mundo y viajaré treinta mil kilómetros: wojaa al ni Xia, te amo Xia!

Y luego, ya en lo cotidiano: -Wu, en el próximo viaje te enviaré mil unidades de ungüento de eucaliptus, asegurate de guardarle 10 latas a mí amiga Claudia que vive en Serodino y necesita para su terapia del codo de tenista, en el pueblo de Saer. Y Wu repreguntara, ¿Xaer? No, no, diré yo, Saer. ¿Xuanele? Sí, Xuanele sí. Juanele Ortiz, el primer poeta chino del Paraná.