A los noventa años, el pintor y dibujante Carlos Alonso inauguró una antología retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes, con el título “Pintura y memoria”, que cuenta con la curaduría de Florencia Galesio y Pablo De Monte, del equipo del Museo.

La exposición, que incluye más de medio centenar de pinturas y dibujos, es potentísima, y el protagonismo se lo llevan los trabajos de los años sesenta y setenta. Una de las obras centrales de la muestra es la gran instalación Manos anónimas, cuya historia se cuenta más abajo.

En 2001, una antología con muchos puntos de contacto con la presente exposición, recorrió Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Resulta sintomática relación entre la obra anticipatoria realizada por Alonso en los años setenta, respecto de la violencia económica y sus consecuencias; obra que fue nuevamente mostrada durante el fatídico 2001 y vuelta a exhibir ahora, con todas sus resonancias, ante otro derrumbe económico.

Lo que sigue son algunos fragmentos del catálogo de aquella muestra de hace 18 años, escrito por quien firma estas líneas.

“Hay dos razones básicas para afirmar que esta obra no es lo que parece. Una de esas razones es estilística: Carlos Alonso interroga las formas, experimenta con la lógica de los acontecimientos y con el modo en que deben ser llevados al plano; engaña el ojo del espectador, evoca movimientos y texturas, juega con la noción de espacio y con el color o el blanco y negro, genera notorios contrastes visuales, tensa la figuración... es decir que, gracias a un evidente virtuosismo y a un marcado dominio técnico, su obra va pidiéndole al espectador que entre en un juego visual en el que se debaten categorías formales ambiguas, que inmediatamente desatan preguntas. [...] Muchos de estos dibujos parecen testimonios, como si se tratara de la reconstrucción de la trágica década argentina del setenta. Y aquí está la paradoja: ¿cómo es posible ser testigo del futuro? Uno de los núcleos más fuertes de la exposición, en el que se cruzan estética e ideología, dibujo y política, no fue hecho como una reflexión del artista a posteriori de la violencia social y política, del asalto al poder y del terrorismo de Estado. Sino que lo iluminador de estos trabajos es que, en gran medida, anticiparon lo que se venía. El repertorio de elementos y concepciones compositivas, tanto como aquello que muestran, fue madurado por el artista desde fines de los años sesenta y consolidado durante los primeros cinco o seis años de la década del setenta. 

La obra de Alonso vio antes todo aquello que le iba a pasar (al país y a él mismo). Por eso no debe pensarse en una obra testimonial, ya que sólo se puede dar testimonio de aquello que sucede o ha sucedido: nunca se puede ser testigo de algo que aún no sucedió. Sin embargo estas obras fueron, premonitoriamente, testigos del futuro.

Hay un componente trágicamente visionario en la producción de aquellos años, más allá de que pensar en el Alonso de los años setenta es pensar en la obra de un artista comprometido hasta los huesos con el mundo, con su país, con su arte. Esa condición, esa carga, el artista la llevó a la práctica en medio de un despliegue de experimentación formal. Es decir: carga ideológica, intención política y juegos técnicos.

Sus dibujos se preguntan una y otra vez por la Argentina, sobre todo cuando gran parte de toda esta obra fue realizada lejos del país. 

Desde 1971 y durante casi toda la década del setenta, el pintor, dibujante y grabador vivió en Europa, primero por compromisos profesionales y exposiciones aquí y allá y luego obligado a vivir en el exilio. La mayor parte del tiempo la pasó en Roma y en 1978 se mudó a Madrid, como un lugar de transición hacia la Argentina. [...]

Las visiones de futuro que se ven en la obra, fueron apareciendo como un efecto de hiperrealidad. Los futuros posibles de aquel Alonso –que hoy parecen testimonios pero se sabe que fueron premoniciones–, nacieron de las presiones que el presente de entonces fue pulsando sobre su propia subjetividad.

Hoy, cuando ese futuro ya es pasado, también sabemos que Alonso fue atravesado por todas las tragedias sociales, políticas y personales que intuyó en su obra: la censura, las amenazas, el exilio y, la peor de todas las tragedias, la que aún sigue esperando justicia y por lo tanto sigue siendo presente: la desaparición su hija Paloma. 

Para Carlos Alonso, el arte se transformó en el lugar en el que se fijan las heridas que deja la realidad sobre el mundo.

El 26 de abril de 1976, un mes después del golpe militar, Alonso inauguró la muestra “El ganado y lo perdido” (Art Gallery, en Florida al 600), en la que reunía cuarenta y cinco trabajos realizados entre el 72 y el 76.  Allí aparece anunciado el infierno que se venía: se ve en esas obras –algunas de las cuales integran la presente exposición– la relación de causalidad entre la violencia del mercado y la muerte; la figuración espectral de los ejecutores y administradores del nuevo contrato social argentino –el que impuso los disciplinamientos de un mercado salvaje hoy triunfante a través del ejercicio salvaje del poder–: matones, milicos, matarifes, hombres de negocios, carniceros, enfermeros, camilleros... Un conjunto de personajes metafóricos que, de manera simbólica evocarían a quienes hicieron que la Argentina se desplomara sobre su población. Pero además de los victimarios, también aparece nítidamente anticipada la cuestión de los desaparecidos, las víctimas: los ojos vendados, la figura borrada, las fotos de un familiar ausente, la violencia sobre los cuerpos y sobre la carne.

“El ganado y lo perdido”, título que parece ser la inversión en prosa del verso de Yupanqui (“Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”) fue una exposición en la que podía verse casi todo el repertorio de violencias argentinas. La muestra se transformó en un éxito masivo, con gente que iba desde los barrios para llenar una galería de arte de la calle Florida. Por supuesto, hubo amenaza de bomba.

Poco tiempo antes de aquella exposición, incluso antes de marzo del 76, Alonso había sido invitado por el Museo Nacional de Bellas Artes para formar parte de otra muestra: “Imagen del hombre actual”. Alonso preparó una gran instalación, “Manos anónimas”, -cuando el género de la instalación no estaba en absoluto de moda en la Argentina- ,que se componía de figuras humanas y de reses, en tamaño natural y técnica hiperrealistas, hechas en papel maché. (En la foto se ve la impresionante obra reconstruida que ahora se muestra en el MNBA.) Poco después del golpe militar, el Museo informó que la exposición se suspendía. Manos anónimas quedó en el taller del artista y con el paso del tiempo se destruyó.”

Ahora el artista la reconstruyó (gracias al trabajo del realizador Luis Maresca) con el aporte de $500.000 del Museo Nacional de Bellas Artes y la donó al Museo, gesto que se convierte en un acto de justicia poética, artística y política.

* Hasta el 14 de julio en el MNBA, Libertador 1473.