Hablar de quienes habitan en los márgenes plantea el doble desafío de no caer en la mirada que romantiza la pobreza, y al mismo tiempo no incurrir en un efecto contrario, que la estigmatiza. En este aspecto, la nueva creación del Colectivo Escalada, compañía teatral formada en 2008 y dirigida por Alberto Ajaka, logra sortear ese binarismo para ofrecer, en cambio, una pieza compleja y profundamente incómoda.

Aquí, Ajaka indaga en la vida de la periferia, un mundo que sistemáticamente se oculta, para traer a la escena una historia atravesada por la incorrección política. Los rotos narra un día completo en Punta Esquina, en la frontera entre un barrio obrero y una villa. Por ahí desfilan distintos personajes: el pibe que quiere triunfar con el fútbol y comprarle a su viejita una casa de tres pisos; una mujer trans que se prostituye y cuida con devoción materna a los mellizos de su pareja, quien comercia drogas y se dedica a humillarla cada vez que puede; obreros de la construcción; un adolescente quebrado por el pegamento que aspira; el dueño del kiosco que abastece al barrio y un largo etcétera. Allí la rutina se vive con una inercia indolente que naturaliza lo dado. Y también, en este punto, es significativo que todas las escenas sucedan en un lugar fronterizo, como si esa condición de territorio de paso, indefinido, estuviera hablando en verdad de la falta de pertenencia de “los rotos” a un espacio y a una identidad propia. 

La obra instala un conflicto en distintos frentes. El primero asoma en el cruce del plano ficcional con la realidad del espectador de teatro promedio, ajeno a ese mundo que se revela, aunque pueda comprenderlo y conmoverse. Esa tensión sobrevuela la puesta, y pone al público en un lugar de incomodidad ante un texto y escenas nada complacientes. Otro de los contrastes surge al interior del mismo relato, cuando un grupo de jóvenes vestidos con chombas rosadas irrumpen en Punta Esquina para repartir panfletos que ofician de propaganda estatal sobre la obra pública. Sus aparentes buenas intenciones se traducen en regalarle una pelota a uno de los “vecinos”, no sin dejar de retratar el momento con una selfie. Con ese hecho concreto, que introduce el conflicto entre clases, la dramaturgia se enriquece y afianza su mirada política. 

Siguiendo el espíritu del Colectivo Escalada, la construcción de la representación es colectiva y cada uno de los doce actores y actrices interpreta más de un personaje, y ese camuflaje tan bien logrado provoca, por momentos, el efecto de estar frente a un elenco más numeroso. No obstante, en esa multiplicidad de caracterizaciones resalta la de Fernando Contigiani García, quien se pone en la piel de Juancito, un joven que vive en el interior de un auto abandonado, sueña con jugar en Independiente y venera al “Bocha”. Su personaje, frágil, soñador e ingenuo, aporta los condimentos necesarios para aplacar, por momentos, una atmósfera dominada por situaciones extremas. Suele decirse que el teatro es un espejo de la realidad. Y Los rotos, desde esa perspectiva, le muestra al espectador el reflejo de una imagen que muchas veces se ignora. La obra vuelve próximo lo lejano, visibiliza lo invisible y lo hace con todas las herramientas que tiene a su alcance para recordar que esa vida y esas personas existen más allá de la ficción. Y que, al menos mientras dure la función, no se puede mirar para otro lado.