Antes de que la era Internet y las redes sociales cambiaran de una vez y para siempre el concepto de intimidad, las cartas y los papeles privados fueron una obsesión para los humanos que guardaban algún secreto. El terror traspasaba la muerte para el caso de las celebridades porque algún biógrafo o periodista indiscreto del futuro podía valerse de bajas artimañas para apropiarse de la intimidad de sus dioses y los secretos tan celosamente guardados podían salir a la luz para la posteridad. 

Henry James que en sus últimos años escribió cartas apasionadas a bellos jovencitos como Hendrik Andersen o Morton Fullerton vivió su vida bajo la sombra del affaire Oscar Wilde y estaba obsesionado con el tema. De hecho que quemaba la mayoría de su correspondencia y dedicó dos relatos a la obsesión: Los papeles de Aspern (1888), y Lo mejor de todo (1899).

La primera ha sido recientemente adaptada al cine siguiendo más o menos el argumento de James: el actor Jonathan Rhys Meyer interpreta a Morton Vint un editor americano que disfraza su identidad y entra engañosamente como inquilino en la mansión de Juliana Bordereau (Vanessa Redgrave) porque sabe que en la casa veneciana se esconden las cartas que revelarían los amores clandestinos del prematuramente fallecido poeta Jeffrey Aspern (alter ego de los románticos y escandalosos Percy Shelley o Lord Byron). Para hacerse de los mentados papeles el inescrupuloso editor está dispuesto a seducir e incluso a casarse con la poco agraciada sobrina y heredera de Juliana, Tina Morton (Joely Richardson).

Con mucho glamour en el vestuario, algo de solemnidad y teatralidad, demasiada intensidad por parte de Rhys Meyer, una mirada recurrente sobre los suntuosos jardines y las flores y el intrincado y sublime laberinto de Venecia que siempre ayuda como escenario, la película si bien está dirigida por Julien Landais tiene sin dudas la impronta de James Ivory, uno de sus productores ejecutivos, y como suele pasar con los filmes de Ivory: tómalo o déjalo. 

Pero hay algo que el relato original de James solo insinúa, que se hace carne en los sueños del editor (¿o será que el editor no está en busca de Aspern sino de sus propios deseos homoeróticos?) y que aparece como flashbacks en el film: el poeta escondería en sus cartas no solo amoríos en su juventud con Juliana sino también un trío amoroso y un amor prohibido con un hermoso efebo. En todo caso, las escenas eróticas entre los tres y también entre los jóvenes muchachos si bien solemnemente estéticas resultan sensuales.  También surge la pregunta a partir de las hipótesis del editor si el tal Aspern amó realmente a Juliana (curiosamente el nombre del personaje de La intrusa de Borges que se interpone en el amor sexual de los hermanos Nilsen) o solamente la usó como súcubo para satisfacer sus deseos prohibidos con el joven.