“Todo lo que gané va a ser empleado en la compra de insumos para el proyecto de investigación. Estamos muy cortos de plata para trabajar, tengo un subsidio grande ganado y el gobierno deposita el dinero a cuentagotas. Lo concursé en 2016, lo obtuve en 2017 y empezamos a cobrar el año pasado, pero nos vienen pagando de modo discontinuo. Debería obtener unos 320 mil pesos al año y nos mandan la mitad. Es todo muy difícil, tengo 5 becarios que necesitan trabajar”, señala Marina Simian, la bióloga molecular del Conicet que de día desarrolla tratamientos contra el cáncer y de noche asiste a programas televisivos para obtener el dinero negado por el Estado.

“Tener algo adjudicado y que no te lo otorguen es realmente complicado, porque del otro lado el Conicet nunca se olvida de pedirnos informes, que llenemos formularios, que rindamos cuentas de lo que ejecutamos como subsidios. Resulta ridículo, la verdad es que no podemos informar nada, porque en estas condiciones no se puede hacer nada. Magia no podemos hacer, ya no podemos hacer más malabares”, la científica.  

El laboratorio de Simian concentra su atención en entender los mecanismos que llevan a la progresión del cáncer de mama y el fibroblastoma (tumor cerebral): examina cómo el entorno de la célula tumoral contribuye a que las células del cuerpo dejen de responder a las terapias y se produzcan las metástasis. Se trata, además, de un trabajo interdisciplinario con especialistas de diferentes campos que buscan diseñar estructuras en base a nanopartículas para transportar drogas al organismo, para que se dirijan a sitios concretos y vuelvan más eficaces las terapias. 

“Jamás pensé que iba a estar en esta situación. La decisión de hacerlo fue un poco impulsiva y refleja la desesperación que se siente cuando tenés gente a cargo y no podes brindar las herramientas necesarias para poder trabajar. Es como si yo te pidiera que hicieras una torta pero no te doy ni la harina ni los huevos. Los reactivos los vamos utilizando y con el nivel de financiamiento que afrontamos no llegamos a reponerlos, a largo plazo se hace insostenible”, plantea.  

La científica, que trabaja en el Instituto de Nanosistemas y en la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín, asistió junto a miembros de todo su equipo al programa prime time de Telefé ¿Quién quiere ser millonario?. “Mis becarios me comentaron que habían visto a otro colega que había ganado 180 mil pesos en el programa de Del Moro y me preguntaron si me animaba. La verdad es que no miro tele, solo escucho radio, así que tuve que hacer una especie de curso acelerado para no pasar vergüenza. Me presenté y a los pocos días me llamaron para que participe. Fue muy estresante, los científicos no estamos acostumbrados a tanta exposición”, narra Simian sobre el detrás de escena. 

Es doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Berkeley, corre maratones y tiene tres hijos adolescentes. Sus compañeros la escogieron como representante del grupo por su “carácter y empuje”, y como frutilla del postre, además, le fue bien. "Me anoté de valiente y porque me pareció una oportunidad. Pueden venir cuando quieran a ver el trabajo que hacemos. La verdad es que me emocioné porque nuestra actualidad está muy difícil y una le pone mucho. Es mucho esfuerzo el que hacemos", comenta. 

Los 500 mil pesos que ganó ayudan pero no alcanzan para salvar sus líneas de trabajo por años. “Es una ayuda que oxigena pero no alcanzará por mucho tiempo. Puedo salvar el año, al menos. Los insumos (medios de cultivo, anticuerpos) están dolarizados y con la devaluación la compra se ha convertido en todo una aventura. Comprarlos en Argentina sale tres o cuatro veces más que lo que cuestan afuera”, dice. Aclara, por eso, que “del premio quedarán unos 7 mil dólares en total, pero un laboratorio como el mío necesita de 15 mil dólares anuales para poder funcionar de manera correcta”. 

En el concurso, estuvo muy cerca de conseguir el premio mayor (2 millones de pesos). “La primera pregunta fue con qué pasta se asocia a aquellas personas que no trabajan. Fue durísimo, sobre todo, porque hay mucha gente desinformada que cree que los científicos somos ñoquis, parecía a propósito”, admite. 

Simian señala que a la falta de insumos se suma la caída de los salarios. “Si se siguen devaluando tanto como lo vienen haciendo desde hace un año y medio, realmente no tiene sentido que continúe mi trabajo como científica”. En este sentido, continúa, “a pesar de que amo lo que hago y es lo que decido hacer desde hace décadas, la verdad es que me convendría más ir a trabajar a un colegio. Trabajar como investigadora es un esfuerzo grande, son muchas horas sentada, sola, leyendo, escribiendo y, además, requiere mucha disciplina y compromiso”.

“Mis becarios se frustran y yo me frustro el doble porque en el momento en que se decide presentar a un joven investigador a una beca de doctorado se vuelcan muchos sueños. Sus proyectos necesitan de mucho esmero y siempre son un desafío, una concentra muchas expectativas. De golpe encontrar que es imposible avanzar en la manera en que se tenía planeado es muy frustrante y genera nerviosismo”, describe.  

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