Con el permiso de Víctor Hugo Morales, en la noche del martes, en otro Teatro Gran Rex colmado, Charly García terminó por la derecha y dejó el tendal. Y es que el genio de la música, a diferencia de sus últimas actuaciones en la tradicional sala de calle Corrientes -sobre todo la de febrero, en la que se le vio mustio-, ofreció una de las mejores performances de La torre de Tesla, la serie de shows en vivo que inauguró en el Teatro Coliseo en febrero de 2018. Aunque para contextualizar, en extensión, intensidad y sorpresas, la más reciente se podría equiparar a la de agosto último. Si bien en aquella ocasión acabó su repertorio con “Shisyastawuman”, tema del disco Cómo conseguir chicas, que desempolvó tras 19 años de su interpretación en el mismo lugar, en esta oportunidad se despidió con una de sus canciones más autobiográficas, amén de tangueras: “Total interferencia”. Lo que nuevamente sirvió de advertencia acerca de la brillantez de un artista popular fuera de serie.

Pese a que podría haber caído en el lugar común de sentenciar su show con un puñado de hits hiperkinéticos, tras dejar prendido fuego al público con “Nos siguen pegando abajo”, García, apelando a uno de los pasajes del tema que cierra su disco Piano bar (1985), viola todo lo que ama para vivir. De hecho, al bajarle un cambio a los bises, el músico se hizo, premeditadamente o no, de un espectáculo cíclico, así como hermoso y digno para ser atesorado por la “Banda de Say No More” en la memorabilia recitalera. La liturgia arrancó poco después de las 20.30 con otra canción autorreferencial, que se tornó en el puntapié inicial de La torre de Tesla: “De mí”. Sin embargo, esta vez el despliegue del telón encontró al ex Serú Girán con la guitarra acústica en mano, por lo que la obertura de Filosofía barata y zapatos de goma (1990) tomó un matiz folk. Luego de saludar a la audiencia al mejor estilo de la realeza europea, oscilando la mano derecha, Charly avanzó con “La máquina de ser feliz” y “Rivalidad”.

Más tarde apareció “Yendo de la cama al living”, que dejó en evidencia la efervescencia de un grupo de amigos, ubicado en primera fila, que vivió todo el recital como si fuera un viaje de egresados, al que le secundó “In the City That Never Sleeps”. Después de presentarla como una canción que hizo hace cinco o seis años en un “fuerte día de patria”, en medio de un desliz silencioso alguien del público le recordó: “¡Sos el mejor del mundo!”. A lo que Charly, ataviado de un humor a la altura de su obra, le devolvió: “Ya lo sé”. Seguidamente, le pasaron la viola eléctrica para hacer “Cerca de la revolución”, que le abrió la cancha al “pobrecito” “King Kong” y “Lluvia”. Entonces era momento para sumergirse no en un clásico, sino en dos: “Parte de la religión” y “No llores por mí, Argentina”. Una vez que quedó atrás “Cuchillos”, en el que evocó pantalla mediante a Mercedes Sosa, el músico rescató una de las perlas negras de su discografía: “Canción de 2x3”.

Antes de ejecutar el tema del disco Yendo de la cama al living (1982), una esfera espejada, típica de los boliches, bajó del techo del teatr, lo que parecía anticipar el tramo fiestero de la fecha. No obstante, aconteció lo contrario: “Canción de 2x3” es uno de los temas más existencialistas de García. La ambientación se convirtió en una metáfora de la belleza que encierra la oscuridad. Aunque luego vinieron los rayos, los de La torre de Tesla erigida en el escenario, para arengar “El aguante”. A estas alturas del recital, este prócer del rock argentino terminó de consumar la columna vertebral del repertorio base de esta serie de shows, en la que dialogan su pasado glorioso y su presente honroso, para entregarse al desconcierto. Y es que Charly tiene la cualidad de quemar las cortinas y encenderse de amor, tal como versa el tema que vino a continuación, “Rezo por vos”, al que le sucedieron “Demoliendo hoteles” y la ya mentada “Nos siguen pegando abajo”.

“Buenas noches, Feliz Navidad y Dios los bendiga”, lanzó Charly antes de irse. Pero la gente, que agotó las entradas tras el anuncio de este capítulo, el jueves pasado, se plantó, lo invocó y consiguió, pese a la incertidumbre que genera cada despedida suya, que regresara. Además lo hizo con el invitado de la noche, Roberto Pettinato, quien peló el saxo para hacer una versión de uno de los temas de Tango 4 (1991): “Happy and Real”. Mientras el ex Sumo decía chau, apareció de vuelta el grupo de García, del que despuntó una Rosario Ortega que supo estar en cada detalle. Ella, junto a “los chilenos” y el Zorrito Von Quintiero, detonaron el flamante “Break it Up”, que se enganchó con “El día que apagaron la luz” (el éxito del retorno de Sui Generis), “I’m not in Love” y “Asesíname”. El ídolo entró en estado de ignición en “Ojos de videotape”, amparado por David Bowie en las pantallas, y ya en “Total interferencia” abandonó la cápsula. Y al salir del teatro, las estrellas lucieron muy diferentes.