Leonardo Cuello y Andrea Servera son coreógrafos con estilos y lenguajes muy distintos. Él es uno de los referentes del tango y folclore, creó su propia compañía con la que montó espectáculos que fusionan tango y danza moderna presentados en el país y en el exterior, y es maestro de tango y folclore del Ballet Folclórico Nacional. Ella es una de las artistas de danza más audaces por su inclinación a traspasar fronteras, articular el movimiento con las artes plásticas y visuales, el dibujo, la moda o la poesía, por combinar contemporáneo con hip-hop y folclore y por llevar la danza a cárceles, escuelas, barrios carenciados y al interior del país.  Ambos fueron convocados para dirigir al Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín en el primer programa del año que acaba de desembarcar en la gran sala Martín Coronado. Cuello presenta El Carbonero y Servera, Mirame, estoy dejando de ser yo, dos trabajos que corren al elenco de su lenguaje habitual y lo acercan a expresiones populares como el tango y los ritmos urbanos.  

“Cuando me llamaron los directores del Ballet me pidieron una obra de carácter popular. Empecé a buscar en mi cabeza orquestas de tango tradicionales, imágenes y, escuchando a la orquesta Astillero con su sonido intenso y reo, enseguida asocié con Quinquela Martín, el puerto y los trabajadores. Me puse a investigar su vida y me impresionaron algunos aspectos muy dramáticos que en mi imaginario fueron creando escenas. Fue un bebé abandonado, lo adoptó un matrimonio muy humilde que tenía una carbonería en La Boca y se convirtió en uno de los principales artistas argentinos”, cuenta Cuello a PáginaI12. La pieza dura unos 40 minutos y no pretende contar la vida del artista pero sí ofrecer pinceladas de su existencia y de su recorrido artístico, incluído el pasaje del blanco y negro al color. “La obra es una fusión de lenguajes, por momentos más tanguero, por otros más contemporáneo. No es una obra de tango.  Exploté la singularidad de estos tremendos bailarines con los que trabajé algunos elementos específicos del tango, que le dan a la obra una atmósfera orillera. Es un elenco muy permeable y abierto a probar cosas nuevas”, explica. Son diez parejas y cuatro protagonistas: Benito Quinquela, sus padres adoptivos y su madre biológica. Entre los tangos que suenan en el espectáculo están “Quinquela”, compuesto por Juan de Dios Filiberto para su gran amigo, obras de Lucio Demare y Piazzolla, entre otros. A Cuello lo conmueve Quinquela, tal vez por esos rasgos que los acercan: los dos  fueron autodidactas, no pasaron por la academia y se volcaron a temas y lenguajes populares con convicción. 

“El Ballet del San Martin es como mi primer amor. Las primeras obras de danza que me gustaron mucho las vi ahí, además de formarme en el Taller del San Martín”, asegura Servera. Tuvo ganas de llevar algo de su mundo al “mundo del San Martín” y así fue como invitó a Bife, el dúo de intérpretes con una mirada no binaria de género que se traduce en cumbias no misóginas y tangos inclusivos, para que toquen en vivo durante la obra. A nivel del movimiento, buscó explorar qué pasaba si partiendo de la técnica tan depurada y entrenada de la compañía, les proponía mutar, los llevaba hacia otros lugares. “Trabajamos mucho en encontrar espacios de no tanta seguridad, traducir lo que otros hacen, mutar”, describe la creadora. En ese proceso experimental, Servera invitó a Agustín Franzoni, bailarín del CAD (la companía explosiva de hip- hop, contemporáneo y folclore que ella creó) para darles clases de popping, un estilo particular de hip-hop. “Me interesó ver qué pasaba si indagábamos  en otros mundos, si les despertaba curiosidad por otros lenguajes. Fuimos jugando, probando cosas y construyendo la obra juntos”, explica.  Desde su mirada, la compañía está en un momento muy interesante. “En los últimos meses entraron muchos bailarines  nuevos. Se siente la adrenalina,  las ganas de hacer, de probar, de bailar”, señala.  Cuenta que el título de la obra, “Mirame, estoy dejando de ser yo”, alude a una situación que está en el aire. “En los más jóvenes está muy viva la idea de que está bueno abrirse a pensar que uno puede ser de otra manera, que puede cambiar, que puede ser una cosa y otra”, advierte. El vestuario y la escenografía acompañan la idea de cambio: la ropa es neta a nivel del color y de las formas y se va complejizando a medida que avanza la obra; y hay un fondo de escenario que varía de color y de brillo según cómo le da la luz.  Los martes a las 20, los jueves a las 14 y los sábados y domingos a las 16 se pueden ver estas dos propuestas diversas de uno de los pocos elencos estables de danza del país.