Como si se tratara de un viejo amigo que toca el timbre y cae de visita sorpresa después de dieciocho años sin tener noticias suyas, Rodrigo Moscoso está de vuelta. El nombre quedó grabado a fuego en la memoria de todos aquellos que asistieron al despertar del Nuevo Cine Argentino: Modelo 73, ópera prima parida en 2001 y rodada en Salta, su provincia natal, se sumó de inmediato a esa creciente filmografía de jóvenes y estimulantes talentos locales. En realidad, Rodrigo Moscoso nunca se fue, aunque diversas circunstancias hicieron que su segundo largometraje se tomara su tiempo. Pero acá está, finalmente, Badur Hogar, la más impensada de las comedias románticas, que acaba de estrenarse hace apenas un mes en la Competencia Argentina del Bafici y, dentro de un par de semanas, se exhibirá comercialmente en salas de Buenos Aires y del interior del país. “Después de pasar por el Bafici transcurrieron cuatro años y Modelo 73 recién se estrenó en 2005, en el Malba”, detalla Moscoso desde Salta, donde nació y vivió casi toda su vida, a excepción de un período porteño de educación y nacimiento cinematográficos. “El problema ahora es que sólo hay dos copias positivas acá. Los negativos están en Canadá y todavía estamos tratando de recuperarlos. Hubo ciertas complicaciones en aquella época y algo parecido le pasó a Ulises Rosell con Bonanza. El riesgo era que los tiraran pero no: por suerte parece que los guardaron”. En el Hogar de los Badur, que no es lo mismo que decir “el hogar de la familia Badur”, el tiempo parece haberse detenido en un momento preciso del pasado. Badur Hogar supo ser el local de electrodomésticos, decoración y amueblamiento más vistoso de Salta capital, emplazado en plena ochava de una bulliciosa zona céntrica, pero ahora sus grandes ventanales aparecen pintados con el típico amarillo del papel de diario envejecido. Su interior, oculto a las miradas chismosas, ofrece una hilera de televisores de tubo con precios impresos en australes y varias camas con colchón a medida, un reinado exclusivo dedicado a la nostalgia tecnológica. Ese “hogar” es, además, el refugio casual de Juan Badur, el hijo de una familia de descendientes de inmigrantes sirio-libaneses a quienes, en el barrio, todos llaman “turcos”, a fuerza de costumbre y sencillez en la pronunciación.

“Siempre quise volver a filmar, pero tampoco quería pasar de nuevo por una situación tan traumática como la de Modelo 73”, aclara el realizador ante una pregunta tal vez un poco incómoda, pero inevitable. “¡Me agarró la devaluación del 2001! La cuestión de la segunda película, por otro lado, siempre es complicada. Trabajé muchos años en la televisión y, de alguna manera, seguí en lo mismo. No es que me puse un maxiquiosco: dirigí muchos comerciales, aperturas, clips, contenidos a pedido. Pero la idea de Badur Hogar, la primera versión del guion, ya cumplió unos diez años. En ese momento todavía vivía en Buenos Aires y eso coincidió con mi regreso a Salta, un poco por el proyecto y otro poco porque quería probar suerte acá”. En cuanto al recuerdo de aquella creación de hace casi dos décadas y la puesta a punto del nuevo retoño fílmico, Moscoso siente que Badur Hogar “es casi como una segunda ópera prima, sólo que con veinte años más de edad y de experiencia en rodajes. Modelo 73 se filmó con amigos en dos veranos distintos y este, en cambio, fue un rodaje más tradicional, de cinco semanas de corrido. Siento que aprendí muchísimo y fue como pasar de una carrera de cien metros a una maratón”. 

La historia de la película podría transcurrir en cualquier ciudad del interior, pero son los detalles locales y la interacción con alguien llegado de Buenos Aires lo que le aporta al relato sus tintes característicos. El protagonista es Juan Badur (el salteño Javier Flores), un hombre que aún vive junto a su padre y su madre a pesar de las evidencias que indican un inexorable tránsito por los treinta y largos. Ese Hogar con mayúsculas, el local familiar de la esquina, es el vórtice de los recuerdos de infancia, la estampa congelada de aquellos tiempos en los que su padre atendía presuroso a los clientes. Además del ámbito de algún encuentro íntimo en tiempo presente. El Turco Badur no está “asesorando a una empresa que... como que... busca aglomerar así... varios microemprendimientos”, como le dice con la mayor de las vacilaciones a Galarza, su ex compañero de escuela, alguien que viajó y vivió aventuras y se casó y tuvo hijos y ahora vuelve a Salta a visitar a los parientes. En realidad, el único trabajo de Juan es cortar el pasto y podar los excesos arbóreos de los vecinos en compañía de Gaspar, su amigo metalero, quien a pesar del cuero, las tachas y las mechas largas, es más bueno y bondadoso que Lassie. Y ahí, causal o casualmente, se produce el encuentro con Luciana (Bárbara Lombardo), la porteña misteriosa y malhumorada que está pasando una temporada en Salta junto a sus padres y hermanos. ¿Encuentro? Más bien un choque de planetas, el punto de ignición del rollo y los enrollos, el plato de entrada de la comedia y el romance menos común y silvestre del cine argentino reciente.

Cuando Badur conoció a Luciana

“Recién ahora, después de las proyecciones en el Bafici, caigo realmente en la cuenta de esa posible clasificación como comedia romántica o de enredos”, dice Moscoso acerca de su nueva película, cuyo tono, ritmo y tenor son bien diferentes a los de su debut, mucho más naturalista, rohmeriano incluso. “Nunca pensé frontalmente ‘quiero hacer una película de género’. Sí sabía que el tono iba a ser cómico, pero tampoco tenía muy en claro la forma final. Alexander Payne es un director que me gusta mucho y (sin llegar a su nivel, lo aclaro por las dudas) hay cosas de su cine con las que me identifico: esa idea de comedia que no es del todo comedia, esas historias que se ríen de las cosas negativas de los personaje, de sus miserias. Ese me parece el mejor humor, el que se ríe de aquello que se siente como propio. En todo caso, Badur Hogar es una comedia romántica imperfecta. Su historia de amor es imperfecta de entrada, como si estuviera mal armada, basada en un malentendido. El amor puede servirle al protagonista para resolver sus problemas, si se quiere, de maduración, pero a la vez esos enredos ayudan a concretar una historia de amor improbable con una chica que también está un poco perdida en el mundo. El humor siempre fue un elemento importante, pero también me interesaban los conflictos y complejos. Al fin y al cabo, el tipo miente por puro complejo”. La conversación deriva a otras posibles influencias y a zonas compartidas con otros directores de otros tiempos: la screwball comedy clásica, Lo que sucedió aquella noche y La adorable revoltosa, Peter Bogdanovich y su relectura de temas y formas en ¿Qué pasa, doctor? “Son todas películas que me gustan y quería ir por ese lado”, continúa el director, antes de hacer una pausa y afirmar, paradójicamente, “pero también por otro distinto. No quería caer en la fórmula al pie de la letra. De hecho reescribí varios diálogos a último momento por esa razón. Me interesaba que la película tuviera distintas capas, que no fueran solamente ellos dos, Badur y Luciana. Por eso están el padre, la madre, el resto de la familia, la presencia de una enfermedad. En definitiva, lo digo bien claro: no quise hacer una comedia romántica (risas). Lo que quería era hacer una película donde el romance fuera casi un accidente, donde salir del estancamiento personal fuera algo que se da casi de pedo. A esto le tenía miedo: a que la historia termine y dé la impresión de que Badur ha crecido; que ahora sí, finalmente, ha resuelto su vida. Las historias de amor no tienen por qué darse de la manera correcta o cómo uno espera por costumbre”.

La particular cadencia y pronunciación del salteño –en contraste con el mucho más seco y cortante porteño– le aporta a Badur Hogar un tono muy diferente a la comedia mainstream local, aunque esa característica nunca está forzada al punto de resultar pintoresca. Si hay algo que la película de Moscoso no intenta ser es costumbrista. El otro detalle, si se quiere, “de color”, es la pertenencia de los Badur a una tradición migratoria muy arraigada en el norte del país. “Acá los comerciantes de electrodomésticos son casi todos ‘turcos’, como así también los dueños de los cines. De hecho, hay una tienda real que, de alguna manera, fue la inspiración de Badur Hogar, un local en pleno centro que se llama HyR Maluf y que está cerrado hace mil años, aunque nadie sabe bien por qué. De hecho, ellos fueron los que nos prestaron una parte de la mercadería, que tenían tirada en un depósito. Pero más allá de eso, el detalle es anecdótico; nunca fue la intención hacer un estudio de la colectividad sirio-libanesa en el norte”. En cuanto al mote de “turcos”, equiparable al popular “gallego”, Moscoso confirma que “nadie se ofende por eso, más allá de algún purista. Una expresión muy común es ‘se viene la turcada’ cuando el resto de una familia numerosa perteneciente a la colectividad va de visita en alguna ocasión especial”.

Salta la linda

La fiesta de casamiento a la cual el protagonista llega de colado, como suele hacer cada vez que puede, es el caldo primigenio de una serie encadenada de mentiras y verdades a medias que termina produciendo un universo paralelo, el de Badur y Luciana. El de ellos dos es un romance extraño, cobijado entre batidoras vintage y bateas con cds que nunca llegaron a tener dueño, una particular complicidad para la cual el resto del mundo es un escenario en el cual se puede interpretar cualquier papel. Badur tiene sólo un secreto para Luciana, un secreto que todo el mundo conoce, excepto ella, un pequeño pero importante subconjunto dentro del conjunto general. Pero en un pueblo chico, claro, todo se termina sabiendo. Moscoso es consciente de que el territorio de la comedia unida al romance es pantanoso y está de acuerdo en ese lugar común que no deja de ser estrictamente cierto: si la mentada “química” entre los responsables de darles vida a los personajes no funciona, todo puede caerse como un castillo armado con naipes. “Tuvimos mucha suerte, la verdad. En el caso de Javier Flores, que no es un actor profesional pero sí un gran amigo con mucho carisma, siempre estuvo presente, desde el inicio de la película. A tal punto que puedo decir que el personaje de Juan Badur fue escrito específicamente para que lo interpretara él. Para el papel de Luciana necesitábamos a alguien que no sólo fuera buena actriz sino que también tuviera cierta presencia. Lo interesante es que Bárbara Lombardo nunca había hecho comedia antes. Trabajamos los diálogos y la idea del coqueteo constante, la adrenalina que se produce al mentir juntos, y creo que los resultados fueron los que esperábamos”. Y ahí va la pareja despareja, el salteño “quedado” y la porteña “acelerada”, a los tumbos y tratando de asirse a algo que, imaginan, puede ser el comienzo de otra cosa. Un poco como les ocurría a los personajes de Modelo 73, donde las chicas eran las que impulsaban ese motor que nunca arrancaba, aunque ahora la adolescencia ha quedado atrás, hace un largo rato. Habrá una escena en un aeropuerto que no se parece en nada a las escenas de aeropuerto de las romcoms tradicionales y un momento de confesión entre padre e hijo marcado por la sencillez y la sensibilidad (el actor cordobés, criado en Salta, Cástulo Guerra fue “importado” de Hollywood, donde ha participado en infinitos roles secundarios en series y películas como Terminator 2 y Los sospechosos de siempre). “Quería hacer una película amable con el público, pero sin entregarme a los clichés de este tipo de historias”, afirma Moscoso antes de despedirse. Badur Hogar es precisamente eso: un film que presenta una geografía fácilmente reconocible pero que, al mismo tiempo, nunca termina de instalarse en el confort de lo inevitable y tranquilizador. Como acostarse en un mullido colchón en una tienda cerrada al público y escuchar de repente que, de manera inesperada, alguien está abriendo la puerta de entrada con otro juego de llaves.