Nuevo peldaño en la sobrepoblada escalinata del film biográfico, Tolkien refleja varias de las falencias del cine entendido como ilustración de toda una vida sin ofrecer casi ninguna de sus posibles virtudes. De producción estadounidense, realizador finlandés y locaciones británicas de pura cepa, esta aproximación a los años fundacionales en la vida personal y creativa de J.R.R. Tolkien –mucho antes de la publicación de El hobbit y la trilogía de El señor de los anillos– resulta tan esquemática como adocenada, a pesar de los esfuerzos de Nicholas Hoult por componer un personaje a escala humana. Desde los primeros minutos de proyección, la estructura central del guion alterna una instancia determinante en la vida del futuro filólogo y escritor –la participación como soldado en la Primera Guerra Mundial– con diversos momentos de su vida, antes de la conformación de una familia propia y el comienzo de su carrera como literato.

La biopic al uso suele pergeñar momentos de revelación e instalarlos como bisagras de la historia, elemento narrativo que no es obligatorio aunque sí útil. Su uso y abuso ha generado decenas y decenas de relatos cinematográficos en los que un recuerdo de infancia o juventud marca a fuego el desarrollo del adulto, su universo y su creación. En Tolkien esa idea es llevada a los últimas consecuencias, como si cada una de las experiencias del personaje fueran simples anticipos del mundo literario aún en gestación. En el campo de batalla, el muchacho sufre de una momentánea locura de las trincheras e imagina dragones que echan fuego por sus fauces, mientras los soldados con máscaras antigás adoptan la forma de espectrales nazgûl; en el Reino Unido, en tiempos de estudio y paz, la profunda amistad con sus compañeros da origen a una cofradía con nombre propio, una “hermandad”. Hay un Sam que acompaña al protagonista en los horrores de la guerra e incluso una función teatral del ciclo del Anillo de los Nibelungos que, previsiblemente, señala la forma circular de un objeto unívoco. Casi, casi un fan service por vía indirecta.

Todo relato de ficción basado en personas y hechos reales no es otra cosa que una creación independiente de ese origen. En Tolkien, el realizador Dome Karukoski y los guionistas David Gleeson y Stephen Beresford construyen un mundo unidimensional, ilustrativo en el peor sentido de la palabra, el boceto de un hombre y sus circunstancias. No se trata de pedirle a una típica producción “de prestigio” de Hollywood que se aplique a la investigación de las aristas más polémicas del homenajeado (en el caso de Tolkien, por caso, el conservadurismo religioso o su anticomunismo radical, manifestado tempranamente en su apoyo a Franco), sino de crear una silueta un poquitín más compleja, alejada de la figurita de colección audiovisual.