Roberto Fontanarosa, el más rosarino de los argentinos y el más argentino de los rosarinos, nos recibió en su estudio muy cerquita de la Plaza Alberdi. Le hicimos una entrevista para un programa de televisión de Santa Fe y le preguntamos por su inicio como dibujante de la tapa de la emblemática revista política periodística de Rosario, Boom, cuando le tocó hacer la portada que anunciaba las crónicas de los rosariazos.

-¿Cómo era para vos aquella ciudad de 1969?

-Es un poco difícil hoy recordar cómo tomaba yo y cómo tomaba la ciudad ésa tapa. Lo concreto es que todo ese período de la revista Boom para mí fue muy importante tanto a nivel personal como profesional. Personal porque yo venía de no haber terminado la escuela secundaria, después de haber entrado en publicidades, de hacer un trabajo y hasta te diría una vida muy aislada y muy ajena a lo que ocurría alrededor mío. Entonces, significó encontrarme con un grupo de gente que obviamente tenía mucha información, que estaba muy pendiente de esa información, que tenía otro grado de compromiso… Rodolfo Vinacua, "El Negro" Ielpi, Juan Carlos Martínez, Esvend Segovia, "El Gordo" Ceballos, Carlitos Saldi, que produjeron en mí un cambio que me llevó a darme cuenta de que no se reducía todo a dibujar, a una página de historieta, a la publicidad o al fútbol. Aquello fue para mí un descubrimiento, considerando los sucesos que se producen después, como el rosariazo que obligaba a que uno se pusiera al tanto de lo que pasaba, al menos para saber por qué te iban a romper la cabeza por la calle. Por eso, para mí Boom fue desde todo punto de vista fundamental, incluso desde el aspecto técnico, desde el aspecto profesional. Fue como un descubrimiento de todo un entorno y de una profesión íntegramente en un grupo humano que se armó de casualidad pero que a la vista de los acontecimientos y con el tiempo transcurrido creo que hizo una revista que en definitiva quedó como emblemática de Rosario, porque ese fenómeno no se ha repetido. Para mí significó advertir que había una posibilidad de actividad fuera de la publicidad que era un rubro que en principio me había sido ajeno, me gustó y me gusta, especialmente en el aspecto creativo porque en la publicidad se trabaja con una enorme cantidad de límites que te los da el producto por la necesidad de mostrarlo, de venderlo… En cambio, todo el aspecto editorial, a pesar de que uno tenía ciertas limitaciones que daba la directiva de la revista, encontré que elevaba mucho el techo de las posibilidades y me descubrí que era eso lo que me gustaba. Yo ya había advertido que podía ganarme la vida con el dibujo publicitario, pero esta parte editorial me atrajo y me gustó más.

-¿Qué diferencias encontrás entre aquel dibujante de ayer y esa ciudad del 69, con el presente?

-Con respecto al dibujo, aparecieron muchísimas alternativas de cambio porque de chico quería hacer dibujo de historieta de aventura seria, no de humor, y empiezo a incursionar en el humor en publicidad haciendo tarjetas de Navidad o de Fin de año de tinte humorístico, pero no tenía un estilo propio en lo que significaba el dibujo de humor. Tal vez sí para la historieta, porque provenía de la línea de Hugo Pratt y algunos otros, pero en humor no. Leía "Patoruzú" como leíamos todos, me fijaba en Quino, pero no copié a esos dibujantes… Por eso recuerdo que para los primeros dibujos de la revista tuve que improvisar un estilo y le saqué un poco a Garaycochea, le saqué un poco a Battaglia que dibujaba a "Don Pascual" en "Patoruzú" y armé una especie de perfil, que parecía un perfil de alambre, al punto que no lo firmaba Fontanarrosa porque era tan largo el apellido que gráficamente tenía más peso que el dibujo. Firmaba con mis iniciales R.A.F., después empecé a variar y a incorporar más elementos del dibujo para hacerlo un poco más complejo y de más peso, pero fue toda una época de cambios muy rápidos porque fue una investigación, ya que no tenía práctica al respecto. Empecé a hacer la práctica sobre la publicación. En lo que refiere a aquella ciudad, uno tenía una relación en la infancia más barrial, a pesar de haber vivido en el centro toda mi niñez y adolescencia en el edificio Dominicis, de Catamarca y Corrientes, pero aún así no había tantas medidas de seguridad que tomar… se dejaban las puertas abiertas, no se suponía que era una ciudad peligrosa… Después, la cosa se revierte a puntos de tragedia con la dictadura militar, pero la ciudad y el país eran como más pequeños. No estaba la llegada masiva de los medios que nos conectan con todo el mundo, las noticias inmediatas de los sucesos fuera del país. Era todo más acotado o quizás yo vivía dentro de un mundo más acotado que se circunscribía al fútbol, al trabajo, a comprar revistas de historietas, ir a  cines cercanos a mi casa como el Imperial, Empire, Urquiza. La sensación era de una ciudad más pequeña y de un país más pequeño.