Comenzamos en ronda, los tubos en alto, las miradas proyectadas, susurrando nuestros versos como pequeños cánticos que, mezclados, formaban una textura musical multiforme. Preparamos la voz y el cuerpo para nuestro comando poético. Vestimos de negro, emulando a Les Souffleurs, ese grupo de artistas poetas que buscaban un intento de desaceleración del mundo, proponiendo a los transeúntes el susurro de poesías en diversas ciudades de Francia. 

De a poco fueron llegando asistentes a la Jornada. Más de 50 psicoanalistas se dieron cita en el ECU, el espacio cultural perteneciente a la Universidad Nacional de Rosario, para participar de las XV Jornadas de la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud Rosario.

La palabra, materia prima de poetas, mediadores de la lectura y psicoanalistas, comenzó -al decir de Juanele- "a anudar los hilos entre los hombres."

La sala fue poblándose. Hubo cierta timidez en las primeras personas que se animaron a la experiencia. Nos acercábamos, como en ceremonia, a invitarlas a participar. Cuando el poema comenzaba a rodar, los rostros iban transformándose suavemente.

Una susurradora eligió unos versos de Pizarnik. Al terminar la intervención, la oyente, emocionada, la abrazó agradecida.

Un hilo invisible fue anudando cada susurro. Un hilo que ralentizó el tiempo para volverlo materia reflexiva, honda.

"Este poema es justo para mí" dijo una de las asistentes, conmovida, al finalizar el susurro. La poesía como comunión de voces y de sentires. Un convite íntimo y transformador. 

El poema no es solo el texto: el poema es una partitura que busca ser interpretada. Tiene ritmo, musicalidad, tono. En los susurros, el centro del poema reverbera en la voz de quien susurra y comparte con quien oye, esa pequeña porción de tiempo y espacio desacelerado. La voz es cauce de ese pequeño mundo con respiración y luz, que trae consigo un poema. Como definiera Levertov: "La voz interior, la voz de la soledad de cada uno, hecha audible y cantando a una multitud de otras soledades".