UNO

En el mapa imposible todavía existen lugares que ya no están. Bares, cines o comercios que se imponen a las tiendas y salones evangélicos que tratan en vano de borrarlos porque hay lugares que siguen siendo después de ya no ser. Supongo que siempre hay espacios que se sostienen en la memoria menos como un acto de nostalgia que por pura vocación de persistencia. Porque fueron parte de la fisonomía urbana de modo tal que la configuraron y se volvieron huella, marca de identidad, referencia. La Favorita es, tal vez, el ejemplo más claro. Todavía, a veces, decimos en la esquina de La Favorita, aunque el nombre que se impone abajo, al nivel de los ojos de quienes trajinan la peatonal, sea otro; aunque a veces incluso se nos olvide que el antiguo nombre resiste en lo alto, al pie de la cúpula, porque rara vez miremos al cielo. El edificio lleva tanto tiempo ahí, en el corazón del centro de la ciudad, arraigado en nuestras costumbres como punto de encuentro en cualquier etapa de la vida, que tengo para mí que ese y no otro -ni siquiera el Monumento- es el verdadero emblema para los que vivimos en la ciudad. O, por lo menos, un emblema mucho más arraigado en nuestra cotidianidad.

La ciudad -como toda ciudad- muta, se transforma, se diluye en el trazado de la ciudad que intenta ser. Pero en el vértigo de las transformaciones siempre hay raíces y referencias que persisten. Y que, acaso, la sobrevivan.

 

DOS

Hay una selección de fragmentos de textos que tienen como escenario a Rosario y que fueron compilados por la EMR hace algunos años -se publicaron en fascículos primero y en un libro después- donde aparece una parte de la que, dice allí, fue la primera novela escrita por un rosarino cuyas acciones transcurren en la ciudad. Al final del pasaje los personajes llegan a la esquina de Córdoba y Libertad -que con el tiempo sería Sarmiento-; uno le pregunta al otro por una de las muchachas que acaba de salir de "La Favorita". La novela es de 1901 y está ambientada un par de años antes. El edificio que hoy conocemos no era siquiera un proyecto. Pero la esquina, el nombre, la costumbre de pasar por la puerta, ya formaba parte del paisaje desde los orígenes mismos de la literatura que cuenta la ciudad.

No me sorprende. A veces imagino un universo post-apocalíptico y supongo que después del final, reunidos en torno al fuego, o al calor del hogar detrás de una ventana, viendo la nieve caer afuera, los sobrevivientes contarán el mundo que fue. Digamos, un virus implacable que arrase con la humanidad, dejando un puñado de sobrevivientes que resultaron inmunes y vagan por ciudades desiertas sobre las que avanza la vegetación. O una hecatombe nuclear que lo transforme todo en ruinas y páramos resecos. Lo que sea: un apocalipsis zombi, una invasión extraterrestre, el chasquido de un Thanos borracho al que se le va la mano y borra mucho más que la mitad. O la consolidación de un proyecto neoliberal: cualquier escenario que condene a los sobrevivientes a deambular entre los escombros del mundo después de que algo lo destruya todo. En cualquiera de esos escenarios habrá siempre un momento de descanso o reflexión, un alto en la trama de los días, en el que alguien -probablemente uno de los chicos de la manada, uno que no recuerda o no lo vivió- pregunta cómo era el mundo antes. Y siempre habrá alguien -acaso uno de los ancianos, que recuerda como puede, o tal vez uno que no lo vio pero cuenta lo que escuchó contar- empezará a narrar el mundo que fue. Y al evocar la ciudad que ya no es recordará la silueta elegante de La Favorita, la cúpula majestuosa erguida contra el cielo, con los que esperan siempre en la puerta, atisbando entre las caras que se acercan por la peatonal o por Sarmiento el rostro familiar que sonríe como un anticipo del encuentro. Y los chicos, maravillados, escucharán esa historia de encuentros inverosímiles entre multitudes inimaginables.

¿Qué ciudad se recordará? ¿Qué ciudad persistirá a través de los relatos orales? ¿Qué mitos se harán espacio entre los recuerdos desfigurados que pasen de boca en boca? ¿Dirá, tal vez, uno de los ancianos, que había en la ciudad al borde del río una Encrucijada del Encuentro, al pie de un edificio con una cúpula que rascaba el cielo, donde sus habitantes acudían con la certeza o la esperanza de toparse con la persona que buscaran?

¿Creerán los chicos del mañana, después del fin, que no había más que pararse al pie de La Favorita y esperar, para verla aparecer de un momento a otro?

 

TRES

Y a lo mejor en ese mañana después del fin, en esos universos post-apocalípticos después de un virus letal, de una bomba, de los zombis o de la dinastía de Macris, haya sobrevivientes que vayan por ahí contando la ciudad que supo ser, trazando sus propios mapas imposibles en el aire, construyendo una mitología plural hecha de recuerdos y deformaciones. De esquinas y puentes y cúpulas en el cielo. Contando las historias como se contaban en el comienzo mismo de la humanidad: al borde del fuego, y en la más profunda oscuridad.

La ciudad imaginada, será, para los que escuchan, la única real.