Son 128 los años de historia que cumplirá el torneo más prestigioso del mundo sobre polvo de ladrillo. Nació como Campeonato de Francia en 1891, cuando sólo podían participar tenistas pertenecientes al club Stade Français, el lugar en el que comenzó a disputarse el certamen. Décadas más tarde, en 1925, se convertiría en un evento internacional y cambiaría su nombre a Roland Garros, en honor al heroico piloto de la Primera Guerra Mundial. Aquella huella es imborrable: caído en combate en 1918, cinco años antes había sido el primer hombre en cruzar el Mar Mediterráneo en avión, al conectar las ciudades de Fréjus y Bizerta.

Una de las mayores sorpresas en la historia de este deporte traería como consecuencia un cambio resonante en la sede. René Lacoste, Henri Cochet, Jean Borotra, Jacques Brugnon conquistaron por primera vez la Copa Davis en 1927, nada menos que ante los Estados Unidos en Philadelphia. Las reglas de aquel momento establecieron que Francia se clasificara de forma directa a la final del año siguiente como local, por lo que fue necesario construir un complejo que colmara las expectativas. 

Los Cuatro Mosqueteros, entonces, emergieron como un mito: defendieron el título mundial durante cinco años consecutivos en el Stade Roland Garros, el recinto construido en 1928 para su propio homenaje, y yacen  inmortalizados con sus estatuas personales en la Place des Mousquetaires.

También son 128 los jugadores que emprenderán el camino a la gloria desde mañana en París, en el inicio del cuadro principal. Pero sólo uno levantará la Copa de los Mosqueteros, cuya leyenda encontró a su máximo conquistador recién en la era contemporánea. Rafael Nadal, el hombre a vencer cada vez que se avecina una nueva edición, irrumpió en 2005 y se convirtió en el dueño indiscutido de esas tierras. Desde aquella primera aparición siempre se erige como el mayor de los candidatos en el segundo Grand Slam de la temporada. 

Rafa, el último aviador Nadal es el mejor jugador de la historia sobre polvo de ladrillo y esa es su presentación cada vez que llega a París para perseguir otro título. Suma 429 triunfos sobre 468 partidos disputados en superficie lenta en el máximo circuito, números que arrojan una eficacia de 91,66% y que le permitieron ganar 58 trofeos. Once de ellos los ganó entre 2005 y 2018 en el Grand Slam de París, donde sólo pudieron derrotarlo dos hombres: Robin Soderling en 2009 y Novak Djokovic en 2015.

Pese a tener un siglo de historia, el torneo parece hecho a su medida: se juega al mejor de cinco sets y sobre el nivel del mar; el suelo es lento y pesado; y las dimensiones de la cancha principal le permiten tener más espacio para defender. 

Tras superar una lesión de rodilla que lo empujó a retirarse en Indian Wells, el español no logró exhibir lo mejor de su repertorio en la gira de canchas lentas pero fue de menor a mayor y ganó un título justo a tiempo. Llega a Roland Garros con la victoria ante Djokovic en la final de Roma como última sensación. Candidato hasta el día de su retiro, en París vuela tan alto como el propio Roland Garros.

Djokovic, un mosquetero que quiere repetir La caída ante el italiano Marco Cecchinato en cuartos de final de la última edición resultó ser el golpe que necesitaba Djokovic para resurgir. En sólo un año el serbio experimentó un vuelco total y volvió a su mejor nivel para dominar el circuito con solvencia. Ganador de los últimos tres Grand Slams, llega a Roland Garros entre los jugadores más peligrosos y con una meta clara: convertirse en el primer hombre en la Era Abierta -desde 1968- en conquistar al menos dos veces cada torneo grande.

Reciente campeón en Madrid y finalista en Roma, ya conoce la sensación de ganarle a Nadal en su propio torneo: lo logró en los cuartos de final de 2015 y es el único que lo hizo en sets corridos.

Aquel año sufrió una dura caída en la final ante el suizo Stanislas Wawrinka pero saldaría su propia deuda en la siguiente edición. El número uno del mundo tiene argumentos de sobra para aspirar al título y volver a convertirse en mosquetero. 

Thiem, el heredero Como en su momento se vislumbró que Nadal dominaría el polvo de ladrillo, lo mismo sucedió con Dominic Thiem en cuanto apareció en escena. En Buenos Aires 2016 avisó que sería una amenaza real para el español y le ganó un partidazo en semifinales. Ese año se metería por primera vez entre los cuatro mejores de Roland Garros. Lo frenó Djokovic pero el desquite no tardó en llegar: en cuartos de 2017 le impidió al serbio defender la Copa de los Mosqueteros y comenzó a hacer ruido hasta pedir un lugar entre los candidatos.

Thiem lo tiene todo: físico, potencia, cabeza y solidez de ambos lados. El austríaco, de 25 años y actual 4° del mundo, realizó un entrenamiento especial en la adolescencia con su compatriota Sepp Resnik, un ex deportista que se especializó en pruebas de Ironman y Triatlones. El hombre que dio la vuelta al mundo en bicicleta y cruzó el estrecho de Gibraltar a brazada limpia endureció el cuerpo y la personalidad del tenista en los bosques de madrugada y lo transformó en una roca imposible de desbordar.

El año pasado no tuvo nada que hacer en la final ante Nadal. Pero esta vez contará con un valor agregado: en febrero sumó a su equipo al chileno Nicolás Massú, doble campeón olímpico en Atenas 2004, quien le inculcó en pocos meses su particular y aguerrida manera de vivir el tenis. El objetivo de Thiem, en definitiva, es el de todos: grabar a fuego su nombre en una larga historia de aviadores y mosqueteros franceses que nació hace más de un siglo. 

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