Iba a pasar en algún momento. Y va a seguir pasando hasta que se entienda. Que lo repitan y lo griten. Hay derechos para todos o no hay derechos para nadie. La masacre de los chicos en San Miguel del Monte y el incendio de dos personas en situación de calle representan la cara más atroz de la sociedad que crea el gatillo fácil y el discurso del egoísmo individualista que promueven el gobierno y los medios y periodistas que lo respaldan.

Es un discurso que echó raíces con este gobierno y no hay ni una sola estadística que demuestre que el delito haya bajado en los más de tres años que llevan aplicándolo. Por el contrario, durante la gestión de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, hubo dos masacres de presos en comisarías con 17 muertos y se multiplicaron las víctimas de violencia policial además de las que produce la delincuencia común.

Ni siquiera pueden exhibir índices inventados porque son temas muy visibles para el ciudadano de a pie. Cualquier número que intente sugerir que disminuyó el delito sería contrarrestado por una realidad agravada por una policía brava y una crisis económica que arrastra a la desesperación.

La indignación se subleva por las circunstancias en que se produjeron las muertes de los chicos en San Miguel del Monte y por las edades de la mayoría de ellos, de 13 y 14 años. Y también por la forma en que el gobierno trató de presentar los hechos, que nunca hubieran salido a la luz si el pueblo no se movilizaba y no aparecían balas en el cuerpo de una de las víctimas.

Se dice también que el muchacho que manejaba había sido extorsionado por estos policías. La extorsión –todavía una versión– evita que se diga que los policías confundieron a los chicos con delincuentes y que por esa razón comenzaron a disparar a matar, como ha sucedido en otros casos. Está el video exasperante que muestra al oficial asomado a la ventanilla del móvil para hacer puntería. No tiraba al aire.

Si alguien piensa que solamente es motivo de indignación porque las víctimas eran menores inocentes de cualquier delito o porque los policías estaban cometiendo un delito, entonces estas masacres van a seguir pasando. La indignación tendría que ser igual si se hubiera tratado de delincuentes que nunca dispararon o si los policías se hubieran confundido.

Porque si fue una confusión, ¿sería correcto disparar a mansalva creyendo que eran delincuentes? La ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, salió a aclarar que no era el mismo caso que el del policía Chocobar que remató en el suelo a un delincuente herido.

El discurso que promovió este gobierno alrededor de ese incidente provocó este otro. O por lo menos fue un factor decisivo. El mensaje hacia las fuerzas de seguridad fue que las autoridades iban a encubrir cualquier exceso en el cumplimiento del deber. En otras situaciones, podían haberse visto como excesos o excepciones, pero con ese mensaje, pasaron a formar parte de la política oficial. Y el gobierno provincial y nacional son aún más responsables.

Cada vez que puede, María Eugenia Vidal responsabiliza a los gobiernos anteriores. En parte tiene razón, porque se trata de un problema que sigue sin resolver. Pero la que está al frente del gobierno ahora es ella y lo único que hace es hablar de los gobiernos anteriores mientras la situación empeora. Es la responsable de los efectivos que cometieron los crímenes y hasta ahora ha tratado de no dar la cara, de no hablarle a los bonaerenses o a las familias de los chicos asesinados.

Cuando fue detenido el ex vicepresidente Amado Boudou se lo mostró a la prensa descalzo, en pijamas y esposado como si fuera un asesino serial. La fotografía difundida de los primeros policías detenidos los muestra de espaldas, con las manos detrás, sin esposas, con la marca de sus celulares en los bolsillos y sin las capuchas reglamentarias.

Pero tampoco se trata de más o menos castigos a los policías o a los delincuentes, sino de entender que también hubiera sido incorrecto atacar a mansalva al viejo Fiat si llevaba delincuentes en su interior. No existe línea divisoria entre: “con los chorros está bien y con los chicos no”. La línea divisoria real, como lo demuestra esta horrible masacre, es derechos y garantías para todos o para ninguno. Y el país que está formando Cambiemos con ese discurso violento es: derechos y garantías para ninguno.

En la persecución intervinieron tres patrullas policiales. Parece demasiada movilización si se creyera la versión de que se trataba de un aprieta a un pibe de 20 años recién llegado de Misiones. Esa versión ubica a los policías en un accionar delictivo y no como un abuso del gatillo fácil a partir de una confusión.

La gobernadora Vidal no dio la cara pese a que es la jefa política de la bonaerense, la que define los ejes de su accionar. La que monopolizó el tema fue la ministra Bullrich que aprovechó esa versión para separar esta masacre de otros crímenes institucionales, como los de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y Luciano Arruga.

Dijo que todos ellos fueron “una construcción política” para acusar a las fuerzas de seguridad, pero que los policías de San Miguel del Monte en cambio, eran delincuentes, según la versión de que extorsionaban al joven que manejaba el viejo Fiat. La paradoja es que, aún apoyándose en esta versión, se asemeja mucho al crimen de Luciano Arruga, cuya familia siempre afirmó que la policía quería obligarlo a robar para ellos.

En forma casi simultánea al horror que se extendía en la sociedad a medida que se conocían los detalles de la masacre de San Miguel del Monte, un energúmeno colgó en las redes un video donde otra persona lo filmaba mientras derramaba nafta y prebndía fuego a dos personas en situación de calle que dormían bajo un puente.

No puede quedar en las páginas policiales. Hay un trasfondo de valores y principios que son difundidos y amplificados por el gobierno y los medios y periodistas oficialistas, que suelen referirse a trabajadores y desocupados como “negros de mierda” o se los equipara con la delincuencia cuando cortan una calle o realizan un acampe.

La comunicación de Cambiemos busca saturar con ideas como que los pobres se merecen serlo porque no se esfuerzan por salir de la pobreza, o que las personas que perdieron su trabajo son vagos y parásitos de los que trabajan.

El abogado Alejandro Fargossi, que fue representante del PRO en el Consejo de la Magistratura, llegó a decir que las personas en situación de calle estaban pagadas por el kirchnerismo. Dijo que tenía pruebas, pero nunca las mostró ni hizo la denuncia, se limitó a difundirlo en las redes. No le importó el contenido violento y despreciativo de sus acusaciones contra esas personas que no pueden defenderse, que están en una situación de extrema vulnerabilidad frente a la sociedad.

Son valores mezquinos y violentos que después se escuchan en comentarios de un vecino en la verdulería, o en la sobremesa con compañeros de trabajo o en la ignorancia de un taxista o una jubilada que no llegan a comprender la dimensión del daño que producen y se producen. De pronto hay una parte de la sociedad que se ensaña con el indefenso, con el vulnerable, en vez de sensibilizarse y reaccionar de una forma solidaria.

El tipo se hizo filmar cuando prendía fuego a los indigentes y colgó el video brutal en las redes porque se siente respaldado por esa parte de la sociedad que no llega a percatarse de que ese comentario extendido es cómplice y causa del ataque incendiario. Una parte de la sociedad en este país vuelca su rabia contra los indefensos y vulnerables y no puede reaccionar contra el sistema que los acorrala tanto a ellos como a los agredidos.

Es el tipo de reacción que busca la siembra de estos contenidos en la sociedad por el oficialismo y sus aparatos de difusión y propaganda. Quienes los elaboran y difunden son los únicos que se favorecen en este modelo de país con gran desigualdad y concentración de la riqueza. Es increíble, pero los ricos logran hacerle creer a gran parte de la sociedad que los pobres son la causa de las injusticias y no su consecuencia.

Hay dos planos para la vida en ese modelo de país. Uno para los ricos. Y para los demás una selva con gatillo fácil y guerra entre pobres.