Hacer silencio no es lo mismo que callar y hablar no siempre es hacer sentido; ninguna de esas cosas sucede en el vacío. Una escritora con oficio lo sabe bien. Tal vez por eso las palabras de Claudia Piñeiro suenan cada vez más quirúrgicas y provocan ecos que se sabe dónde comienzan pero no dónde, cuándo, cómo terminan: redefinir cómo puede sonar la voz de una intelectual en público es así. 

Años de dramaturga (seis obras de teatro que dibujan un abanico de amplio espectro), de guionista televisiva (y en productos tremendamente populares, como, por nombrar algo, la telenovela fenómeno que fue Resistiré); de novelista (más de diez títulos, algunos llevados al cine; algunos traducidos hasta en idiomas que no usan el alfabeto latino). Años de ir ampliando el campo de batalla propio y entonces, (no tan) de repente, esto. Para ser alguien que vive de escribir, con todo lo de reflexión, soledad, silencio, que eso supone, Piñeiro halló una voz que suena bien alta. 

Se nota en que incomoda. Por disimularlo, hay quienes intentan forzarla a entrar en una cajita. Dicen, entonces: es la escritora que participó en el debate del aborto. Y sí, es verdad, es claro que lo hizo (y en dos intervenciones memorables, cuando el proyecto estaba en Diputados y cuando estaba en Senado). Pero hay más. El tiempo va demostrando que la ambición ruidosa sigue un poco, bastante, más allá. Por ejemplo: Piñeiro va al Congreso Internacional de Lengua Española (en cuya apertura, y con dificultad, un presidente de la Nación farfulla algo acerca de cómo sería un continente en el que “los argentinos hablásemos argentino y los peruanos, peruano, y los bolivianos, boliviano, y necesitásemos traductores para hablar con los uruguayos”) y plantea que el español es “la lengua de todos nosotros” pero también “fue, en el origen, la lengua del conquistador”. Entonces la escritora, convocada precisamente por su oficio con las palabras, decide reflexionar sobre ellas para hacerlas hablar de política. Dice que en el futuro ese encuentro “tal vez, debería llamarse Congreso de la Lengua Hispanoamericana”. 

Y lo que hace allí, en Córdoba, es menos una respuesta intempestiva a lo que antes habían proferido algunas autoridades desde los estrados, que atenerse a un plan. Entonces dice, por ejemplo, que en la lengua siempre hay marcas del poder, y que hoy queda claro en las burlas al lenguaje con perspectiva de género; esas personas, dice, “argumentan desde el lugar de una supuesta superioridad, con subestimación y algo de prepotencia”. Y entonces, aunque sigue hablando de cómo hablamos, de cómo vivimos en ese lenguaje, de cómo lo usamos para construirnos, habla de un momento histórico. Hoy el territorio “no es geográfico sino humano”, dice, y lo que está en debate son los límites de los géneros.

Por si hacía falta, en esa misma ocasión aclara que los va a pelear. Pero no lo enuncia: lo hace. Cuenta la obra de tres músicas argentinas contemporáneas. Ante un auditorio inmenso, mientras el Congreso se transmite via internet, Piñeiro canta en qom una canción sobre la conquista de América.

El fragmento del video se vuelve viral. 

Elegida para el discurso inaugural de la Feria del Libro, puede hablarle a un público empeñado en impedir con una protesta los discursos de los funcionarios (que, por otro lado, no llegan a comprender la magnitud de que una escritora sí pueda ser interlocutora del malestar, mientras ellos, funcionarios, sólo se sienten ofendidos, confrontados, en lugar de interpelados). Recupera con énfasis, en el discurso, el valor de la intervención pública del intelectual. Termina de leer lo que llevó escrito; dice “fin de discurso”; deja los papeles; saca del bolsillo un pañuelo de la Campaña por el Derecho al aborto y lo exhibe en alto. 

La foto se vuelve un clásico.

Son los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri y Piñeiro escribe Las maldiciones, una novela que publicará al año siguiente, 2017, porque su cábala es editar en años impares. En un grupo de chat de amigos que compartimos (y cuya tradición es la selfie grupal en la que intentamos hacer llorar a una nenita en particular), casi no hubo día en que los comentarios de noticias no la preocuparan: lo que estaba sucediendo en el mundo real tenía cada vez más puntos de contacto con su novela. Y es que en algún sentido tiene un radar: lo que plantea en ficciones e intervenciones no siempre debe leerse en términos de respuestas a preguntas que se hayan formulado. A veces se adelanta. A veces, lo hace aún a riesgo de ser usada, pero con la seguridad de que es lo que quiere plantear, lo que siente que es necesario decir. La reivindicación de que lo político no solamente es partidario, de que el rol de un intelectual no puede ni debe perder eso de vista, de que una escritora es una intelectual con voz propia. 

Y sin embargo Piñeiro no trabaja de ensayista sino de otra cosa. Mientras interviene en la esfera pública (con puntería, afilada, con corazón), sigue escribiendo. 

Nada de todo esto es gratis. A Piñeiro, será su herencia de gallega terca, no le importa. El único que la hace trastabillar es el autocorrector de su teléfono.