La sorpresiva invención de la fórmula Fernández-Fernández de Kirchner descolocó y desasosegó a sus adversarios tanto como a la prensa in the pendiente. Urdieron con presteza comparaciones anacrónicas o importadas para simplificar lo que consideraban imposible minutos antes. Repasemos las más socorridas:

  • Alberto Cámpora al gobierno, Cristina Perón al poder.
  • Chirolita Fernández-CFK Chasman.
  • Alberto Lenin Moreno-Cristina Rafael Correa.

Hay un punto de partida común: el cambio es puro simulacro, (auto) desestabilizador. En el borde vaticinan que se desarmará antes del cierre de listas para las Primarias Abiertas (PASO).

Este cronista cree que la jugada es sincera y se mantendrá. Todo puede cambiar pero hay motivos que la sustentan y tornan peligroso retractarla. Cristina propaga un fuerte mensaje político que se desbarataría si lo convirtiera en una histeriqueada. La ex presidenta “centrea”, el viraje reorienta la oferta electoral, la campaña, el perfil del potencial Gobierno si se gana. Sería autoflagelante trastrocar esas variables luego de haber generado esperanzas, instancias de diálogo, la hipótesis de un new deal con los gobernadores y dirigentes peronistas a los que interpeló y a quienes se acercó.

Las referencias a los ‘70 reenvían a una época irrepetible. Entre muchos motivos porque, en aquel remoto entonces, se subestimaba analizar la gobernabilidad futura. Las luchas internas dentro del peronismo pasaban por alto el poder del enemigo externo: las Fuerzas Armadas, los actores civiles que apoyarían el golpe de 1976. Visto en perspectiva histórica, el tercer gobierno peronista funcionó como corto intervalo entre dos dictaduras. En el lapso corrido entre junio de 1966 y diciembre de 1983 hubo menos de tres años de gobierno popular y más de catorce de dictadura. Menudo detalle, ajeno a la retrospectiva del presidente Mauricio Macri.

La fragilidad del sistema es hoy en día un tópico recurrente. “Todos” saben que gestionar la Argentina a partir de diciembre será muuuy difícil. Condicionado por la deuda externa, la hostilidad inicial de Estados Unidos, la endeblez de la economía, la nimiedad de las reservas en el Banco Central, las necesidades acuciantes de millones de argentinos que no llegan a fin de mes, abarcando muchos que no comen todos los días como es debido. Más una parva de etcéteras casi todas restrictivas.

Se puede añadir un hecho a menudo subestimado. Fernández de Kirchner es la referente nacional que cuenta con más apoyo popular, por lejos. Una base movilizada que le cree, la escucha, actúa en consecuencia. Militantes, líderes sociales o territoriales, adherentes fervorosos. Viéndola y oyéndola en la Feria del Libro o en el spot del anuncio (dos formatos inusuales, que lograron un punch rotundo) internalizan las consignas, las hacen suyas. Esa muchedumbre, contra lo que postula la derecha despectiva, dista de ser una manada de ovejas que van por donde las lleva la pastorcita. Actúan en conjunto porque expresan pensamientos y sentires colectivos. Manipularlos coquetea con el peligro de perder adhesiones, de enfriar el entusiasmo. Ni que hablar de congregar nuevas adhesiones.

El kirchnerismo cuenta con otras fuentes de aprendizaje, más cercanas. La elección presidencial de 2015 se perdió por escasadiferencia en la que pudo gravitar el maltrato de años al gobernador Daniel Scioli, ahondado por gestos distantes en la campaña. Nadie está exento de tropezar dos veces con la misma piedra… pero evitar reincidir es inteligente, puro sentido de supervivencia.

De nuevo: nada es imposible. Pero este cronista está dispuesto a apostar decenas de almuerzos a que el anuncio es una estrategia para varias etapas, que abarcan hasta el eventual arribo a la Casa Rosada. No un bluf-búmeran como sueñan sus rivales.

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Menos grieta, más aliados: Cuesta pronunciar la palabra “autocrítica” en campaña. La designación de Alberto Fernández –un kirchnerista histórico con el que mediaron antagonismos graves y reconciliación– admite ser nombrada con otros vocablos, acaso de la jerga “psi”. La boleta AF-CFK expresa haber analizado reproches, ponderado los propios límites, elaborado los errores expulsivos o de cerrazón consumados desde la formidable victoria de 2011. Tres caídas al hilo en las urnas constituyen una lección que el kirchnerismo internalizó.

Las llamadas telefónicas a gobernadores del flamante presidenciable concretan y corroboran el revisionismo. Las respuestas, que incluyen grados de cautela variopintos, dan a entender que se acertó. 

El domingo pasado, a minutos de haberse impuesto el peronismo pampeano, el gobernador Carlos Verna convocó a sumarse al nuevo diseño del PJ, oponiéndolo al modelo de ajuste macrista. Triunfaron un mandatario provincial del peronismo clásico y un intendente de La Cámpora en Santa Rosa. Un ejemplo a seguir, postuló Verna.

El senador Omar Perotti, que goza de buenas chances de arrebatar Santa Fe al socialismo, adhirió también. El peronismo unido va por un batacazo tal vez por la primera gobernación que cambia de manos en 2019, en una gran provincia. El candidato se posiciona en el nuevo esquema nacional.

Gobernadores cuya revalidación se pondrá en juego muy pronto propenden a acercarse. Emiten tuits amigables mientras esperan señales más sólidas, encuentros, alguna promesa de reparto de espacios en listas nacionales. No se regalan aunque se orientan en pos de una fuerza ganadora. El macrismo es un azote para los territorios, desplazarlo en el cuarto oscurotiene el peso de una imposición. Sin privarse de negociar, una añeja sabiduría irrenunciable. 

“Cristina presidenta” los incomodaba, años de desencuentros dejan huella. El dialoguismo de Alberto Fernández los atrae más. 

Nadie muere en las vísperas, dictaminaba Carlos Menem. Nadie cierra trato antes de tiempo, añadamos. El panorama es otro: el PJ kirchnerizado imanta, la fuerza centrífuga convulsiona a Alternativa Federal (AF). Si las elecciones sucedieran en junio, la suerte estaría echada. Como restan meses, hay margen para reaccionar.

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Vidas paralelas ma non troppo: 

AF dispone de dos precandidatos viables, opina sin originalidad este escriba: Roberto Lavagna y Sergio Massa. 

El gobernador cordobés Juan Schiaretti argumenta, verosímilmente, carecer de aspiraciones. Tal vez, entre otros móviles, lo aleccione el precedente de su compañero, el fallecido José Manuel de la Sota, un impar líder provincial que siempre trastabilló al lanzarse al ruedo nacional.

El gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y el senador Miguel Pichetto, con mandatos prontos a vencer, no mueven el amperímetro. Sus compañeros de ruta lo saben, casi seguro que ellos mismos también.

Lavagna y Massa encarnan ejemplo de vidas paralelas y asimétricas: el oxímoron siempre garpa en política. El ex ministro de Economía es refractario a cualquier pacto con el kirchnerismo. Massa no esquiva dicha posibilidad.

Lavagna, hasta el cierre de esta nota, rehúsa jugarse en una PASO. Massa las ansía desde hace mucho, se tiene fe. A diferencia de “Roberto”, es un candidato comprobado que participó con partido propio en las tres últimas elecciones. Dio batacazo en 2013, sobrevivió a la polarización en 2015 conservando buen caudal, le fue flojo en 2017. Inventó la ancha avenida del medio, la pavimentó, ahora observa cómo se angosta.

En los quinchos y entre los opineitors falta reflexión sobre la “base” electoral de Massa. Esbocemos unas pocas líneas. Los votantes que supo atraer el Frente Renovador (FR) provienen de clases medias o medias bajas: se oponían a Scioli en 2015, seguramente ahora rechazan a Macri por motivos similares. En aquel ballotage se inclinaron por Cambiemos pero no rechazan de plano votar peronistas. Presumiblemente lo hicieron en 2011… y desde ya cuando apoyaron al mismísimo Massa.

“Sergio” ambiciona ser presidente relatan sus allegados, tal vez desechando cualquier sustituto o peldaño intermedio. Incluso la postulación a gobernador bonaerense, la mejor oferta que podría hacerle el PJ.

La estrategia de Massa, como la de cualquier dirigente argentino, enlaza un sinfín de tácticas mudables, alternativas. De todas maneras siempre partió de una premisa, inversa a la del núcleo duro de PRO: Cristina no se presentaría. La fórmula Fernández-Fernández conturba los planes originales del líder del Frente Renovador, lo empuja a recapacitar.

Lavagna se muestra más atento a los aliados “progresistas” que a los gobernadores peronistas. Los susodichos tomaron nota.  Quizá Lavagna sobrevalore el aporte electoral (y aun el potencial simbólico) del socialismo y de Margarita Stolbizer. La ex radical bonaerense paga tributo a una seguidilla de decisiones y alianzas erradas: su peso específico descendió, acaso mucho.

El socialismo santafesino se asemeja más al Movimiento Popular Neuquino que a un partido nacional: se esfuma fuera de su terruño. Luce menos hegemónico que el MPN: afronta el albur de perder la provincia y la municipalidad de Rosario. Una doble caída lo debilitaría al máximo. Para colmo, en Rosario irá como aliado del radicalismo: en el supuesto más propicio el próximo intendente no será socialista tras décadas de predominio. En Santa Fe finca su contradicción u objetivo principal. Por algo el gobernador Miguel Lifschitz es cabeza de lista para diputados provinciales.

Al mostrarse como terceros refractarios a la polarización Macri-Cristina reiteran un atavismo más destinado a lo local que a lo nacional. Da la impresión que sus votantes, fieles fronteras adentro, fungirán como independientes (o huidizos) si se les sugiere acompañar a un presidenciable peronista aunque tenga pinta de “portador sano”.

Volvamos a AF. Mientras padecían faltazos de gobernadores, atravesaron una semana desdichada. Marchas, contramarchas, declaraciones periodísticas apresuradas, retractaciones. Daños reparables si se ordenan en el corto plazo, el ecosistema ayuda poco.

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Alberto, el nuevo demonio: La narrativa y una parte de la gestión del Gobierno se fundaron en la polarización contra el kirchnerismo y dando por sentado que Cristina iría por la presidencia este año. La nueva fórmula los toma de sorpresa. Reaccionan fieles a su idiosincrasia: gritan que Alberto Fernández es igual a Cristina. Para nutrir la narrativa urden contra él denuncias penales o mediáticas. Una judicial, maquinada en la Coalición Cívica, se retracta: era demasiado ridícula. Pero al presidenciable se lo puede acusar de adeudar expensas, de violar límites de velocidad en un country. No asiste al juicio oral de Vialidad porque fue propuesto como testigo: le está vedado. La ausencia justificada se traduce cual si fuera un crimen o una traición.

El radicalismo discute en los medios. Mañana lo hará en la Convención nacional. En las primeras votaciones provinciales perdieron las intendencias de dos capitales: Córdoba (la más poblada) y Santa Rosa. 

Los propulsores del Plan V atraviesan un mal momento. La prioridad de la gobernadora María Eugenia Vidal consiste en ocultarse para que nadie la asocie con la masacre de San Miguel del Monte. Los medios dominantes le prestan una ayuda formidable. No la nombran, no mencionan la teoría del control del acto. Un editorialista de Clarín pontifica: hay que buscar responsabilidades políticas por encima de las policiales. Señala con dedo acusador a Alberto Fernández y Cristina Kirchner. En fin…

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Resultadismo y contexto:  La fórmula convence a la fuerza propia, hace reflexionar a los gobernadores, propone a votantes no resueltos una perspectiva de futuro, erosiona (dentro de lo posible) la polarización. Se mantiene el enigma sobre el resultado electoral que solo se descifrará en el cuarto oscuro.

En el ínterin, Cristina Kirchner dio un paso al costado y resignó parte de su protagonismo. No podría hacerlo del todo, salvo que se esfumara.

Los rivales trastabillan, se atropellan, emiten lapsus freudianos. De momento, CFK domina la campaña e impone su ritmo.

Macri lucha contra “ella”, contra los díscolos de Cambiemos y contra la torva realidad. La inflación anual superará el 45 por ciento, la caída del PBI estará arriba del 2 por ciento, crecerán el desempleo, la baja del consumo popular. Dichos guarismos son más crueles que las encuestas de opinión, golpean a la gente común día tras día. Si muchos argentinos votan con el bolsillo, las perspectivas de Cambiemos son sombrías. Habrá que ver.

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