“¿Has visto la Torre Eiffel? Imagínatela tumbada sobre el mar”, se pavonea uno de los tripulantes del Bárbara de Braganza, el foco de Alta Mar. La frase dice mucho sobre la entrega española de ocho episodios que Netflix estrenó el último viernes. Ejemplo cabal de ese subgénero enmarinado con un relato que sucede sobre una embarcación majestuosa. La serie, por otro lado, tiene la clara intención de aprovechar el envión actual de la televisión Made in España. O por lo menos de lo que sugiere esa marca con su clasicismo a rajatabla, un nivel de producción omnipotente y la mezcla de géneros fraccionada entre el drama histórico, el romance y el misterio.

Cada uno de los pasajeros de este monumento a Poseidón, a su vez, carga con secretos profundos. El gigoló desesperado, el marino romántico, el empresario oscuro, el tío sospechosamente amigable, la sirvienta que ansía más, entre otros. En el inicio, sin embargo, resuena una tonada argentina. “Diez días y ya son tres las personas asesinadas en este maldito barco”, dice el capitán a cargo de Eduardo Blanco (Vientos de agua) lanzando, a su vez, uno de esos anzuelos de guion difíciles de esquivar. En la bitácora de viaje quiere dejar constancia de los singulares sucesos acontecidos en la embarcación. Luego en un formalísimo flashback se presenta a las hermanas Villanueva: Eva es la aventurera con sueños de novelista y fotógrafa (Ivana Baquero quien ha dejado de ser la niña de El Laberinto del Fauno) mientras que Carolina (Alejandra Onieva) es la racional dispuesta a casarse con el dueño de la compañía marítima que las lleva de Europa a Río de Janeiro. Antes de embarcar, ayudan a una mujer que dice correr peligro de muerte ingresándola como polizón en el transatlántico. Las dos, cabe decir, van sólo con ticket de ida. “Todos en este barco van en búsqueda de segundas oportunidades”, le suelta el oficial apuesto Nicolás Salas (Jon Kortajarena) a Eva en medio del flechazo amoroso. 

El catalizador de la trama será la caída al agua de la mujer sin boleto desde el camarote de las protagonistas. Que la traguen las olas del océano y sólo se halle su vestido agiganta el misterio. La ficción maneja ese tono algo aciago, querible y nostálgico como los boleros que toca la orquesta del barco. Por brevísimos instantes opta por un humor inocente y se juega con la sorpresa. Como cuando un albatros se incrusta contra el puente de mando despertando la superstición entre los marinos. “Mal fario”, murmura uno de los navegantes. 

La ficción, en definitiva, es como un nudo marinero hecho sobre un lazo de satén que parece complejo, aunque si se lo observa con detenimiento se desenvolverá presto y agraciado.  Sus referencias son claras. Un poco como la emblemática Muerte en el Nilo de Agatha Christie (que tuvo varias adaptaciones en el cine) con la fórmula del whodunit, otro tanto como Titanic (James Cameron; 1997) por sus amores eternos y otros a la fuerza, y ¿por qué no? con El Crucero del Amor, esa vieja serie de la pantalla chica con su encanto kitsch. ¿Personajes machietados?, ¿decorados imponentes y vestuarios puntillosos?, ¿encuadres redundantes?, ¿giros narrativos esperables? Sí, la entrega es todo eso pero el relato circula con prestancia. Características, por otra parte, de otras ficciones de la productora Bambú como Las Chicas del Cable, Velvet, Gran Hotel ancladas en ese pasado almibarado. Aquí, la década del ‘40 es recreada con esmero y brillo Art déco. La semana pasada, algunos días antes de zarpar, Alta Mar fue confirmada para una segunda temporada.