Un hombre en un velatorio levanta entre sus brazos la cabeza del finado que yace en el cajón y, ante el asombro de los deudos, le mete un dedo en la nariz para agregar: “El hubiera querido esto”. Este es el tipo de humor (sólo después de reír califíquelo como quiera) que contiene La Caja, título elegido por el dibujante y escritor Esteban Podetti para la recopilación en libro (sello Historieteca) de sus gags gráficos que publica diariamente desde hace más un año en las redes sociales.

Porque primero está la risa, claro, y después el intento por definirla. Buscar un adjetivo que describa por qué el trabajo de Podetti (nacido en Buenos Aires en 1967) hace reír es tarea complicada, porque al fin cabo cuando uno arriesga termina por señalar un camino sin sorpresas (ejemplo: es políticamente incorrecto), de paisaje repetido (ejemplo es irreverente), reduciendo la búsqueda y minando la originalidad. Si algo puede decirse de Podetti es que lo suyo es la excepción. Siempre ha sido así, saludablemente así. Lo demostró como historietista en la vieja y nueva Fierro, en Cerdos & Peces, en Suélteme!, en Barcelona y en tantas otras revistas, y lo dejó rubricado en sus dos libros de prosa irónica como El cartoonero y Yo contra el mundo. 

El humor, decía Bretón, es lo que “le falta a los caldos, a las gallinas y a las orquestas sinfónicas”, y su definición, tan exacta como imprecisa, bien puede servir para explicar (o no explicar nada) el lugar donde se ubica Podetti al abordar por primera vez de forma integral (porque ya lo hizo como guionista de Diego Parés en Télam), el humor gráfico. Quien abra La Caja no encontrará un manojo de recursos para encender el “efecto chiste”, porque Podetti siempre parece cortarse solo y prender ese fuego sagrado (la risa) en otro lugar del bosque que no supimos ver. Y lo hace mientras su dibujo, en blanco y negro, crece y se torna monstruoso, nervioso, como si quisiera atrapar o rechazar la gestualidad de las pesadillas: hombres, mujeres y niños deformados, siempre con dientes pequeños y punzantes, con sus rostros de perfil estampados violentamente contra un deliberado fondo blanco. Podetti se pasea por todos los temas, pero donde más “mete el dedo en la nariz” –como el irrespetuoso del velatorio– es cuando asoma la muerte, la enfermedad, la imbecilidad de las redes sociales, la sexualidad o la fatal vejez: “Yo quería que La Caja se pudiera leer en el celular”, explica el autor en su casa de Parque Chacabuco. “Hagamos entonces un chiste cuadrado, con el dibujo ocupando el máximo de los límites del cuadrito, al corte digamos, para que se lea lo más grande y fácil posible. Una caja, ni más ni menos: no hay ningún esoterismo. Cuando descubrí que el celular no era cuadrado sino rectangular ya era demasiado tarde”. 

Su llegada al humor gráfico fue a consecuencia de la falta de tiempo: porque ya se sabe, dibujo y sustento no siempre van de la mano. Y así lo explica: “El motor fue la desesperación de no tener tiempo para dibujar, de no poder terminar una historieta en un tiempo razonable. La viñeta como dibujante te da una satisfacción inmediata, instantánea, como comerse un pancho. Ya sé que no suena muy bien. Las redes sociales por otro lado te permiten recibir esa respuesta inmediata que nos hace tan adictos. Y esta sería la contra principal; uno encuentra una excusa más para no despegarse de este dispositivo patológico. La libertad es relativa porque salvo que uno quiera ser un humorista ‘de nicho’ (yo no, claro), siempre se pone algún límite. Lo que ocurre es que eso parece más libre al lado de las líneas editoriales de los diarios, que son antediluvianas. Es inconcebible que nunca hayamos arañado el nivel de libertad que tenían los diarios brasileños que en los 80 publicaban, por ejemplo, Chiclete com Banana en la página principal.

–¿Qué descubriste que no sabías ya? 

–Vas descubriendo otras cosas: la letra tiene que ser grande, cosa que me agradecen mis lectores más mayores (empezando por mí) y eso te obliga a acortar el texto, cosa que siempre es buena. De a poco te vas memificando, sintetizando. También descubrí que si la letra es más grande los personajes parecen más estúpidos y más graciosos. 

–¿Y esos descubrimientos hacia dónde te conducen?

–Voy hacia un humor más negro acompañado por mi dibujo que es desprolijo, los personajes son horribles y desastrados. Estoy en contra del dibujo limpio y vectorizado, tipo Pictoline, que se ha popularizado en las últimas décadas. Me parece pobre, embrutecedor, no traspasa la pantalla ni la hoja. Ahora, desde mi lado hago todo lo posible para hacer un humor amable y simpático: ya hay una superpoblación de humor políticamente incorrecto, es una plaga que arrastramos desde los 90. No queda nada para agregar en cuanto a incorrección. Si hago un chiste medio bestial es porque quiero que el lector se ría de lo bestial, porque es un mecanismo humorístico más: uno se ríe cuando alguien dice “culo” en una reunión de la oficina. Vos tenés que hacer reír, parece mentira que haya que decirlo pero el humorista tiene que apelar a todas sus capacidades, todas sus experiencias, todos sus trucos sucios y sus patadas en los huevos para hacer reír. Hay que bajar al mínimo el ego de “humorista social” o de “provocateur”. 

–¿Se puede hablar de un recorrido propio que va de la historieta a la prosa y que desencadena en el humor gráfico? 

–No hay un recorrido de una obra sino un recorrido humano, de los años. Mi ambición de toda la vida siempre fue contar historias largas, quería ser Hugo Pratt, Frank Miller, o un Goscinny. O el García Ferré de Pi-Pío. Después te topás primero con la limitación profesional: es más difícil publicar un material así; luego con la escasez de tiempo, y finalmente con una especie de humildad que dan los años: uno valora más la conexión directa y llana con el interlocutor. 

–Este trabajo estaba destinado a las redes sociales, pero siempre aparece el libro...

–Es que excepto por la interacción, no veo diferencias entre las dos plataformas. Yo soy antiguo, pienso en un lector de papel, uso la tecnología mínima indispensable o menos. El papel es más lindo, más cariñoso, para qué lo vamos a negar. Para este libro tomamos la decisión de que el orden fuera caótico, que no estuvieran agrupados por temas. En esto se parece mucho a como publico en la plataforma digital, donde los chistes van saliendo a las patadas. Otra ventaja del libro es que nadie va a venir a comentar que sos un pelotudo o un chorro.

–En términos de dibujos, ¿qué modificación te impuso?

–Una maximización de los recursos. Tené en cuenta que algunos chistes los hago a los apurones camino al laburo, en quince minutos en un bar. Me deshice de la pluma y la tinta china, que son maravillosas pero muy cargosas, ensucian y te hacen perder tiempo. Son como tener un pariente problemático. El marcador es feo pero es un gran compañero, es de barricada. Después vas encontrando recursos del dibujo que tengan el máximo de efectividad: los personajes tienen que ser feos, graciosos, bocas grandes, piernas separadas, brazos caídos, todo lo que se vea medio bobo o cómico instantáneamente ayuda, sobre todo si el chiste no es muy bueno. El comentario más frecuente que recibo es que les causó gracia tal o cual personaje “porque tiene anteojos”, algo que es frustrante a veces, y otras es un gran alivio.

Podetti hojea su nuevo libro mientras cuenta que entre sus planes está continuar la historia Lobotomóvil junto al dibujante Horacio Langlois, que terminaron en Fierro; que tiene en mente avanzar en un manual humorístico de autoayuda para separados bajo el título de La Biblia del Separadito; y retomar el guion de una novela gráfica bautizada Oh, muerte, bella muerte. Al dejar el libro sobre la mesa, explica qué es lo que más le irrita del humor gráfico actual: “Ese vicio que aparece con la edad: la solemnidad. Muchos humoristas creen que ya han superado la etapa de la pavada y que tienen que empezar a bajar su sabiduría al resto de los mortales. Empiezan entonces los chistes sobre la condición humana y ese tipo de boludeces. Yo creo que la cruz que debe cargar el humorista es otra: ser el tonto de la corte de acá hasta el final”.

–Entonces, ¿primero la risa y después las definiciones?

–Sí, sí. La risa primero, como el llanto, el hambre, el sexo y las ganas de cagar. Después todos esos intentos desesperados por entender de qué está hecha.