¿Qué temporalidad pone en juego el movimiento feminista hoy? Muchas. Se puede contar la quinta marcha 3J #NiUnaMenos a propósito de la fecha que se viene; se puede hacer un calendario de horizontes largos que se remontan a los 33 años de encuentros nacionales de mujeres en estos tiempos convertido en plurinacional y disidente; se puede ir más lejos y más cerca en las luchas de los derechos humanos protagonizadas por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo pero también por la manera en que ahora hijas, sobrinas y ex presas políticas vuelven a narrar la dictadura en relación a la tortura sexual, iluminando sus pliegues más siniestros de otro modo; se puede tirar de más hilos y contar la trama verde de las pioneras de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y la persistencia de las redes autónomas que garantizan la práctica en cada rincón del país desde hace años; nos podemos remitir a varias épocas e inflexiones del activismo trans, travesti, intersexual y transgénero que revoluciona en cada momento los cuerpos y las subjetividades del feminismo contra los límites biologicistas; y por supuesto a la historia reciente piquetera sin la cual no se explica la densidad política de las economías populares feminizadas. Y así también seguir plegando, desplegando, replegando, haciendo que bordes que parecían lejanos se toquen y llegar a las memorias del presente que están poniendo en juego los feminismos indígenas, comunitarios, negros; a las luchas que cuando dicen invocar ancestras hacen aquí y ahora vibrar la tierra; a las generaciones que recién estrenan su fuerza callejera y a las que están por venir.

Lo que emerge así es una composición de temporalidades, una trama de líneas de tiempo que son líneas de fuerza, que trastocan la percepción histórica, lo que cuenta como historia. Estas temporalidades entrelazadas producen consistencia propia. Amplían el tiempo porque lo abren. El tiempo se hojaldra, como esas mil hojas que se parten en un solo mordisco y cada fecha es un bocado que hace crujir el ahora otra vez. Inventar una manera de temporalizar es un poder enorme. Y por eso lo hacen las revoluciones. El movimiento feminista produce tiempo, instaura fechas, marca umbrales, señala irreversibilidades.

Esas temporalidades se contagian entre sí: se ponen en movimiento una a la otra, se enhebran en nuevas genealogías, se actualizan escenas olvidadas, se valorizan historias que recordaban algunxs pocas. Producen así una nueva imagen de acumulación de fuerza. Eso que siempre se le niega a movimientos que ponen en juego una teoría y una práctica del poder que no es la establecida, la reconocida, la tolerada. Esas temporalidades ponen en práctica un uso estratégico del tiempo que acumula fuerza aun si pretende ser despreciado, infantilizado, mandado a la “sala de espera” del flujo de la normalidad. Esa, la de la sala de espera, es la imagen dilecta de la negación del poder de producir tiempo. Porque la disputa por el tiempo es también eso: salirnos de una contabilidad que nos reduce a puro acontecimiento (como si no hubiese proceso político, horizontes de larga duración y capacidad de proyección hacia atrás y hacia delante pero también lateralizando la perspectiva). Y salirnos de un conteo de porotos que nos pone de relleno mientras “no hay política”, como una suerte de interregno o de animadoras de la pausa hasta que vuelva el gran escenario.

Decir #NiUnaMenos este lunes en las calles acumula pliegues, años, otras fechas, marca un no-retorno, un tiempo que ya es distinto, un modo del recuerdo que ha sido alterado para siempre. Es un grito que viene con ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! Resuena con NiUnaMigranteMenos y NiUnaMenos en las cárceles. Se tiñe de verde porque se trama con AbortoLegalYa. Sirve para rechazar la quita de jubilaciones y para conceptualizar la violencia machista de un modo que no es victimista (distinto a cuando hasta Tinelli quería usar de “slogan” su cartelito NiUnaMenos). Se dice en varias lenguas, se escribe como grafitti y como hashtag, como canción y como remera. Pero prolifera de un modo que se hace menos digerible para los grandes medios, porque no cualquiera lo pronuncia si quiere decir NiUnaTrabajadoraMenos, porque se carga y se marca de conflictos que no combinan con el pinkwashing del empowerment empresarial en el medio de la pobreza generalizada y la represión a la orden del día. 

Pero no es, como les gusta a quienes piensan que las palabras y los significados flotan, algo vacío que se puede llenar con cualquier cosa, cual carrito de supermercado. El movimiento feminista se trata de una composición que es de temporalidades porque es de experiencias. Es una composición materialista, hecha de cuerpos y luchas que no necesitan sacrificarse en la abstracción para decir lo que son. Estas temporalidades divergentes se ponen una cita de encuentro, se buscan entre sí, convergen en la calle, se tejen en el día a día sin pretender ser lo mismo, sin anularse unas a otras, sin aplanar ni banalizar las diferencias y los desencuentros.

A esta temporalidad espesa le corresponde la práctica de la transversalidad política. Que tampoco es un formulismo ni un cliché. La transversalidad lograda como fuerza propia del movimiento feminista actualiza sus líneas históricas, incluye algunas recónditas, acerca otras liminares y las proyecta en un feminismo de masas, que está abriendo sin dudas un tiempo de lo que está siendo por venir.