El fenómeno GOT (Game of Thrones) parece ir a contrapelo de la tendencia contemporánea al goce inmediato. Coincide con otros sucesos culturales (Harry Po­tter, entre otros) en su componente épico: héroes de carácter mítico, universos minuciosamente historizados y un destino colectivo que se disputa entre campos moralmente antagónicos. Coincide también en las prácticas culturales que genera: un consumo basado en el compromiso individual, con rasgos sacrificiales; y una experiencia que se completa al compartirse colectivamente.  

Cada uno de estos aspectos pone en cuestión la aparente solidez de la subjetividad neoliberal: la densidad del contenido épico desafía la lógica deshistorizadora de lo breve, el consumo sacrificial colisiona con la pulsión por el goce inmediato, y la experiencia colectiva se opone al disfrute fragmentado e individualizante. ¿Cómo explicar entonces estos fenómenos culturales que recuperan lo épico en un mundo aparentemente dominado por la pulsión de lo fragmentario? Puede que estemos ante la paulatina reconfiguración del mapa retórico con que abordamos lo real. De ser así, el renovado interés por la épica debería replicarse en otras esferas culturales, como la política. 

El debilitamiento de las grandes narrativas modernas allanó el camino al revisionismo irónico y al relativismo moral característico de lo posmoderno. El triunfo del neoliberalismo ayudó a consolidar una moral relativa e individualizante, anclada en un presente deshistorizado y recelosa de las épicas colectivas. Hoy esta épica está de vuelta. Primero fueron las experiencias populistas latinoamericanas, con sus liderazgos heroicos, sus claros campos antagónicos y su mitificación del pasado histórico. En vano se las acusó de encarnar la conciencia primitiva de un continente atrasado. No tardaron en aflorar experiencias semejantes en Europa y los EE.UU. La incapacidad del relato neoliberal para dar respuesta ante la crisis se vio contrarrestada por un retorno renovado de la épica política. 

Este retorno pone en tensión el mandato neoliberal de deseo individual y el compromiso moral y colectivo que reinstalan las nuevas narrativas políticas. El sujeto neoliberal resuelve esta contradicción asumiendo un rol de espectador: redime sus ansias épicas, se deja cautivar por la grandeza moral de los grandes relatos, pero no se compromete más allá de este rol. Las redes sociales refuerzan su conducta, asignan una valoración emotiva e inmediata a una realidad compleja, de modo que las disputas políticas por la transformación de lo social se ven reducidas a un tridente de afectos, rechazos y desapegos.  

A pesar de esto, el espectador de narrativas épicas está más próximo de la esfera de acción social que el espectador irónico y desencantado de la posmodernidad neoliberal. La épica es en esencia una narrativa moral y colectiva. El sujeto cautivado por lo épico se inserta en un proceso de subjetivación donde la continuidad del deseo individual convive con un mayor involucramiento social. Nada garantiza que este sujeto se distancie del rol de espectador y se asuma como agente de transformación social. Pero la pulsión cultural por lo épico lo deja más cerca de esa posibilidad. En todo caso, indica una vacío psíquico que debe llenar. 

No resultará extraño que veamos replicarse fenómenos de tipo GOT en tiempos en que las demandas políticas de la sociedad llevan a recuperar el valor del mito, a re-narrativizar el campo político y a restituir a la construcción de lo social su contenido épico.

* Docente y escritor. Profesor en la Universidad Nacional de Hurlingham.

** Licenciado en Ciencias de la Comunicación (Políticas y planificación). Maestreando en Comunicación y Cultura (UBA).