Cuando Jacques Lacan aborda la perspectiva del psicoanálisis con niños, hace referencia a la familia como al Otro de cada niño. La adquisición del habla deja huellas, y es en ese hablar donde siempre se hace presente el rostro de esos Otros. La pregunta que podemos plantearnos es de qué modo se articulan las palabras con los cuerpos. La respuesta es que la lengua materna juega un rol clave en ese anudamiento. El psicoanálisis con niños muestra que el decir de los padres genera efectos sobre el niño, sobre su inconsciente y, también, sobre su cuerpo.
Lo que llamamos lalengua materna -tal como la describe Lacan, que incorpora el concepto escrito en una sola palabra- es, entonces, previa a la misma adquisición del lenguaje. La madre deja su marca en la palabra y, al mismo tiempo, pone de relieve un modo de satisfacción, que es una condición necesaria para que el niño sea inscripto en un deseo particularizado.
Para Freud, la satisfacción era una cuestión de palabras, es decir, una satisfacción carente de cuerpo. Pero los analistas no podemos prescindir de la referencia al cuerpo: nos interesa la articulación significante de ese niño, pero entendemos que ella depende del cuerpo que lleva. Del mismo modo, nos planteamos que no hay cuerpo erógeno sin significantes, y que lo que le ocurre al cuerpo es debido a lalangue. Desde esa perspectiva, algo exterior, como es la palabra, produce como efecto la afectación del cuerpo propio.
La madre es, en este modelo, quien se encarga de introducir lalengua para que ésta se encuentre con el cuerpo y se encarne. Todos somos hijos de una madre y de un padre, o de una pareja que encarna estas funciones, y cada niño muestra, desde temprano, una sujeción al Otro. Es ese Otro quien lo inscribe como sujeto, quien lo instala como el producto de un deseo, la presa de ideales paternos o el efecto de un rechazo. Cualquiera sea el caso, cada niño forma parte, siempre, del parloteo de sus padres.
Un dato de estos tiempos es que los niños tienen otra relación al cuerpo. Observamos muchos menos sentimientos de vergüenza, y vemos cómo tampoco es frecuente que se ruboricen, como si sus cuerpos no fueran encarnados por ellos. Hoy hay, más bien, niños impulsivos o hiperactivos, síntomas que se vinculan con la percepción del tiempo en la actualidad. Inmerso en una cotidianeidad en la que impera lo instantáneo, lo inmediato, el niño anula la espera. Así, si llega a la consulta y debe esperar en la sala, es capaz de abrir la puerta e irrumpir en el consultorio. Son niños que exhiben una particular excitación y la dificultad de constituir un cuerpo.
Son chicos que corren todo el tiempo, que rompen lo que encuentran a su paso, que se muestran desde el exceso, que no son fáciles de frenar. Si entendemos que el cuerpo depende de una cierta regulación de las pulsiones -puesto que lo corporal interviene en tanto que simbolizado-, y que la libido exige la referencia al cuerpo, queda clara la necesidad de que lalengua materna haya tomado cuerpo, ya que será esa "corporeidad" la que se traducirá en referencias de derrotas o victorias en la vida de cada niño.
Una de las claves de la experiencia del análisis es cómo se modifica la relación con el cuerpo. Es frecuente observar de qué forma los sujetos en análisis se liberan de su vínculo con el cuerpo propio, invistiéndolo de un modo diferente y, de ese modo, sirviéndose de él de otra manera.
El tema es cómo lograr, mediante el manejo de la transferencia, que se produzca algún anudamiento que facilite atenuar este descontrol que aparece como goce del cuerpo. Para ello, hace falta que lalengua tenga un agarre al cuerpo, y que el cuerpo sea sensible a esa relación.
Algunas palabras marcan contingentemente al niño, quien a partir de allí construye su historia. Como todos nosotros, cada niño proviene de un delirio familiar. En la experiencia de un análisis, el cambio de posición se produce a partir del momento en que el niño comienza a existir más allá de lo que ha sido para el otro. Sólo a partir de esa instancia podrá librarse de la sujeción a esos Otros, desenredarse e ir más allá de lo familiar, enarbolando un deseo propio.
Por eso, cabe afirmar que el psicoanálisis desfamiliariza. Porque ese niño debe descifrar su deseo y el de los Otros, desentrañar el código del cual proviene, en una tarea que, a la vez, es de desciframiento y de invención de una nueva respuesta a la exigencia pulsional. Sólo a partir de esa instancia podrá librarse de la sujeción a esos Otros, desenredarse e ir más allá de lo familiar, enarbolando un deseo propio.
*Psicoanalista, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), título AE. [email protected]