Algún productor cinematográfico debería estar empezando a pensar en una película sobre el tipo, pero dos obstáculos se interponen: primero, que Dr. John tenía mucha más reputación artística que popularidad. Y segundo, que no hay biopic que pueda contener la vida de Malcolm John Rebennack Jr. Las escenas finales se conocieron en la noche del jueves, a través de un comunicado de su familia: “Hacia el comienzo del 6 de junio, la icónica leyenda musical Malcolm John Rebennack, Jr., conocida profesionalmente como Dr. John, murió a causa de un ataque cardíaco. Como miembro del Rock’N’Roll Hall of Fame, seis veces ganador del Grammy, compositor, productor y performer, creó una mezcla única que llevaba a New Orleans en el corazón. La familia quiere agradecer a todos los que compartieron su único viaje musical, y pide privacidad en estos momentos. Los arreglos para su funeral serán anunciados oportunamente”.

Podría alegarse aquello del embellecimiento que suele producir la muerte o que la opinión familiar está inevitablemente teñida por la subjetividad, pero todo es cierto. El hombre fallecido a los 77 años era una leyenda y un icono de New Orleans, y toda su carrera fue una mezcla única en la que el sonido del sur estadounidense fue central, pero no su única faceta. Allí están, claro, obras maestras como el debut Gris-Gris (1968), el combo Dr. John’s Gumbo (1972) e In the right place (1973), el álbum de versiones Goin' Back to New Orleans (1992), Anutha Zone (1998) y N'Awlinz: Dis Dat or d'Udda (2004), pero también las soberbias relecturas que supo hacer de músicos igualmente legendarios que lo influyeron, como Duke Elegant (2000, sobre Duke Ellington), Mercernary (2006, retomando a Johnny Mercer, el prolífico compositor que entregó una tonelada de hits a los crooners de los ‘30 y ‘40) y Ske-Dat-De-Dat: The Spirit of Satch, el disco que en 2014 dedicó a Louis Armstrong. Y un espíritu abierto que tanto lo llevó a una fértil colaboración de dos décadas con Doc Pomus –caramba, otra leyenda en el historial- como a cruzarse sin problemas con desquiciados de la era moderna como Spiritualized (Dr. John toca el piano en “Cop Shoot Cop”, del imprescindible Ladies And Gentlemen We Are Floating in Space; Jason Pierce devuelve gentilezas en Anutha Zone) o Dan Auerbach, guitarrista de The Black Keys que produjo y tocó en Locked Down (2012), otro título ineludible de Rebennack.

Ah, sí, y también grabó con Van Morrison y le coprodujo A Period of Transition en 1977. Y tocó en Freak Out!, el desquiciado debut de The Mothers of Invention de 1968. Y contó con la franca admiración de nenes como Eric Clapton y Mick Jagger, que en 1971 le pidieron participar en The Sun, Moon & Herbs. Al año siguiente Jagger lo invitó a tocar con los Stones en “Let It Loose”, de un disquito llamado Exile on Main St. Y un tal Bob Dylan contribuyó con parte de la letra de “Right Place Wrong Time”. Y apareció junto a The Band en The Last Waltz. Y le compuso canciones (junto a Pomus) a un tal BB King para There Must Be a Better World Somewhere, de 1981. Y tocó en la primera All Starr Band de Ringo, de 1989. Y protagonizó el entretiempo del SuperBowl de 2006 con otras figuritas como Aaron Neville y Aretha Franklin... y un coro de 150 voces. Aun incompleto, el recuento alcanza para frustrar a cualquier productor que quiera resumir todo eso en una película.

Porque por añadidura está lo demás: la vida de Mac Rebennack, tan intensa como su producción musical. Nacido en el seno de una familia de New Orleans llena de pianistas, el jovencito John fue llevado por su padre a estudios donde grababan Little Richard y Guitar Slim; a los 13 años conoció a Henry Bird, más conocido como Professor Longhair, figura señera del blues y el jazz sureño que terminó de definir su destino y que lo llevó a tocar en los ahumados boliches de la ciudad. Cuando los padres jesuitas encargados de su educación le señalaron que ambas facetas eran incompatibles, Rebennack no dudó un instante y dejó... la escuela.

El punto de quiebre –literal- llegó con el albor de los ’60, cuando un confuso episodio relacionado con las polleras terminó con un tiro que le voló el dedo anular de la mano izquierda; en vez de amilanarse, el músico adolescente cambió la guitarra por el piano, a la vez que se embarcaba en actividades algo más peligrosas: en 1963 fue sentenciado a dos años de prisión por vender drogas y gerenciar un prostíbulo. Sería su último vínculo con lo carcelario pero no con las sustancias (recién en 1989 consiguió liberarse de la heroína), lo que no le impidió, tras cumplir la sentencia, trasladarse a Los Angeles y reiniciar la leyenda.

El trabajo como sesionista le dio entrenamiento y roce, y la gimnasia necesaria para concretar la idea que venía macerando desde New Orleans. Inspirándose en Dr. John, un curandero vudú senegalés que solía deambular por la calle Bayou, Mac le dio forma a Dr. John The Night Tripper, el protagonista de Gris-Gris y vehículo perfecto para una música sensual, irresistiblemente magnética, perfecta banda de sonido para una puesta de escena que enlazaba las tradiciones de New Orleans, el funk, el jazz, el blues y el vudú, el vestuario exhuberante y la psicodelia. Poco después abandonaría lo del “viajero nocturno”, pero ya nunca dejaría de ser Dr. John: con esos dos términos si se quiere tan comunes y corrientes, Rebennack se las arregló para transitar los cincuenta años siguientes con los inevitables vaivenes de toda carrera musical, álbumes más o menos inspirados, silencios y reapariciones. Pero basta volver a echar un vistazo al recuento anterior para tener claro cuál es el saldo.

 

Entonces: el Night Tripper acaba de ejecutar su último viaje. No hay película que pueda contener su historia, pero al cabo no es necesario. Siempre estará la música para oficiar un buen rito vudú que lo cuente, y lo cure, todo.