En el contexto actual se destaca el rol de la tecnología en la organización de la sociedad; y en tanto que generadoras de una nueva cultura, las tecnologías de la información y las comunicaciones testimonian la nueva configuración sociocultural en que vivimos. 

Ciertos conceptos aportan al debate sobre el rol de estas tecnologías. Entre ellos, el “sistema técnico”, planteado por el filósofo francés Stephane Vial, se diferencia de otros niveles de agregación técnica como la “combinación técnica”, el “ensamble técnico” o la “suma de ensambles técnicos” en tanto representa una integración coherente de las técnicas de su época que devienen interdependientes y se organizan en un ensamble homogéneo y característico al alcanzar cada una de ellas un alto grado de madurez, imponiéndose como modelo en su tiempo, como estructura fundamental que hace a la identidad de una época. Asociar este nivel de agregación a las identidades en una época resulta de un salir de las meras funcionalidades técnicas para enfocarse en las fenomenalidades que éstas generan, en su fenomenotecnia. Es decir, la fenomenalidad que la técnica engendra al permitirnos identificar y conocer ciertos fenómenos (como una célula en el microscopio, diría Bachelard); y la manera en que tales fenómenos “se nos aparecen” depende del sistema técnico.  Así, la técnica puede ser entendida como una estructura general de la percepción que, a priori, condiciona la manera en que los seres se nos aparecen. Esta estructura no pertenece a la organización interna de nuestra facultad de conocer, sino a la organización externa de nuestra cultural técnica. 

Este enfoque permite discutir como las nuevas experiencias tecnológicas proponen modalidades de comunidad que promueven lo que parecería ser una “nueva” esfera de lo público. Esfera en la que los individuos participan según sus culturas, resultando un espacio de intermediación entre los actores de un territorio dado: “medios sociales”. Pero vale destacar que esas nuevas esferas no logran reemplazar las relaciones presenciales, no tienen la misma contundencia. El mismo Vial, recuperando el pensamiento de Bachelard y Benjamin, plantea un aura fenomenotécnica con la que concibe ese hiato, ese vacío que sucede entre una comunicación físico-presencial y otra mediada. 

Así, recuperando un enfoque geográfico-territorial, tales espacios de intermediación no están en una virtualidad desanclada de la espacialidad física de la vida cotidiana. Si bien las tensiones simbólicas que en ellos suceden participan en la construcción de subjetividades y la organización de las prácticas cotidianas; luego, esas prácticas, se enmarcan en un territorio concreto, material, socio-espacialmente producido en el tiempo y constreñido por las relaciones de poder. Así, esas expresiones de la virtualidad no siempre logran tocar el suelo, no siempre pueden ser dichas en la cara. Un ejemplo de ello es la promoción del odio, que fácilmente levanta vuelo en las redes sociales pero pocas veces logra hacerse carne en las calles; para lo que necesita una identidad convocante de fondo. 

Entonces, podemos decir que las expresiones de la virtualidad pueden promover subjetividades e identidades, pero éstas solo se reifican en los espacios vividos, de representación: en la calle; sea en formato de marcha, de manifestación o timbreo, pero en el cara a cara. El resto, es una coordinación intencional y financiada del griterío.

* UNLU-UNA-Codehcom.