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Por M. Fernández López
¿ Qué hiciste tú en la guerra, papá?
Puede admitirse que quien fabrica armas, o ropa de fajina, o borceguíes vea favorablemente la guerra, porque ella le proporciona actividad y ganancia. Si el belicismo o antibelicismo depende de lo que se hace, más que de lo que se es, la actitud de los economistas ante el hecho concreto de la guerra estará influenciada por la naturaleza de su saber o profesión. Por poner un caso: la negociación de condiciones laborales entre patronos y asalariados, según Adam Smith, donde se recurre a presiones y agresiones diversas, más parece guerra que paz. ¿Es paz o es guerra?, se preguntaba Edgeworth, cien años después. Y podía ser lo uno o lo otro, según los términos del intercambio. En la economía de mercado, un adulto sin trabajo, y por tanto sin medios para acceder a los bienes ¿no es un ser degradado, como un recluido en un campo de concentración, o una suerte de muerto civil? Quien puede despedir libremente a otro, sin que este último tenga opción a otro empleo ¿no ejercita una capacidad de exterminio civil? Es palmario que la mayoría de los economistas son mansos, no belicosos, incapaces de matar una mosca. No así la materia que estudian, más parecida a un campo de batalla que a un picnic de escolares. Tal materia los llevó a participar en las guerras, pero a conveniente distancia de las balas. No se conocen objetores de conciencia absolutos. En la Primera Guerra Mundial, un hijo de militar, Arthur C. Pigou, se negó a tomar las armas, pero desempeñó tareas auxiliares a bordo de una ambulancia: los horrores que presenció influyeron en sus actitudes posteriores. Lionel Robbins fue combatiente y quedó lisiado. John Maynard Keynes participó desde la retaguardia, en cargos civiles en la Tesorería. En la Segunda Guerra Mundial, Tobin en tres meses se preparó para ser oficial naval, y pasó casi cuatro años como oficial de línea en el destructor U.S.S. Kearny. Samuelson sirvió, en 1944-45, como miembro del Laboratorio de Radiación. John Kenneth Galbraith tuvo a su cargo el control de precios. Richard Stone y James Meade se incorporaron a la administración pública británica para desarrollar las cuentas nacionales de guerra. Milton Friedman se desempeñó como director asociado del grupo de investigación estadística en la División de Investigación de guerra de la Universidad de Columbia. Aquí, como en tantos otros casos, se confirma aquello de eres lo que haces.
Esto lo dijo: Manuel Belgrano
Está de moda citar pensamientos de Belgrano, San Martín o Sarmiento sobre economía. Belgrano fue testigo, en la Primera Invasión Inglesa, de qué hace el empresario particular cuando el poder cambia de signo y así lo narra en su Autobiografía: Todos eran Comerciantes Españoles; y exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad; para comprobante de sus conocimientos, y de sus ideas liberales a favor del país, como su espíritu de monopolio para no perder el camino que tenía de enriquecerse, referiré un hecho... los mismos comerciantes, individuos que componían este cuerpo, para quienes no había más razón, ni más justicia, ni más utilidad, ni más necesidad que su interés mercantil; cualquiera cosa que chocase con él encontraba un veto, sin que hubiera recurso para atajarlo... recuerdo lo que me sucedió con mi Corporación Consular, que protestaba a cada momento su fidelidad al Rey de España; y de mi relación inferirá el lector la proposición tantas veces asentada de que el Comerciante no conoce más Patria, ni más Rey, ni más religión que su interés propio. Cuanto trabaja, sea bajo el aspecto que lo presente, no tiene otro objeto, ni otra mira que aquél; su actual oposición al sistema de la libertad e independencia de América no ha tenido otro origen, como asu tiempo lo veremos. Como el Consulado, aunque se titulaba de Buenos Ayres, lo era de todo el Virreynato, manifesté al Prior y Cónsules que debía yo salir con el archivo y sellos adonde estuviese el Virrey, para establecerlo donde él, y el comercio del Virreynato resolviese. Al mismo tiempo les expuse que, de ningún modo convenía a la fidelidad de nuestros juramentos, que la corporación reconociese otro Monarca. Habiendo adherido a mi opinión, fuimos a ver y a hablar con el General (Beresford), a quien manifesté mi solicitud y defirió la resolución: entretanto los demás individuos del Consulado, que llegaron a entender estas gestiones se reunieron y no pararon hasta desbaratar mi justa idea y prestar el juramento al reconocimiento a la dominación británica sin otra consideración que la de sus intereses. Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Ayres, casi como fugado -porque el General se había propuesto que yo prestase el juramento, y pasé a vivir en la capilla de Mercedes
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