
Desde Roma, en un alto de la gira mundial que la traerá a Buenos Aires el 28 de agosto, una de las artistas más talentosas de esta década dialogó por primera vez con un medio argentino. En la charla, esta mujer de nombre complejo y apellido impronunciable se reveló como una simpática aprendiz del idioma inglés, además de puntualizar que lo único que conoce de Latinoamérica es... la obra
de García Márquez.
Hay que discar el número de teléfono de un hotel italiano. Allí descansa la islandesita que llegó del frío, en un alto de una gira que la lleva por todos los festivales europeos de verano. Grand Hotel di Rimini, anuncia una grabación que se continuaba en hold con el tema de Nino Rota que para el oído argentino conlleva, nada menos, a imaginar a Carlos Morelli y Rómulo Berrutti consumiendo sendos vasos de alcohol antes de presentar algún film seudoimportante de sábado a la noche. Hasta que, finalmente, una voz que -en serio- es al mismo tiempo cálida y gélida, ocupa el auricular. Hablar con Björk es algo encantador, casi una experiencia artística. Porque la oveja negra de la familia Gundsmundottir seguramente habla con fluidez su idioma natal, el islandés, pero sus malabares con el inglés resultan finalmente encantadores. Por el acento, por sus dudas en cada frase, por el esfuerzo que evidentemente hace por comunicarse. Yo escribo mis letras en islandés, después las traduzco al inglés, y vuelvo a traducirlas y así sigo hasta que las termino, dijo alguna vez. Pues bien: por teléfono, Björk parece estar haciendo ese mismo trabajo en el preciso momento en que emite cada frase. Por eso suena tan sincera, y al mismo tiempo tan precisa. Por eso pone tanta atención al escuchar, y se esmera al contestar. Por eso la queremos, claro. A la islandesita que finalmente y después de una experiencia fallida, vendrá al frío. Porteño, claro.
-Vas a llegar a la Argentina con casi exactamente dos años de atraso... ¿Qué fue lo que te pasó?
-Me puse realmente enferma. Porque trabajo mucho. Hice dos conciertos en Brasil y nunca llegué a la Argentina. Tuve que ir por dos semanas a una isla para poder recuperarme. Y ahora creo que aprendí a no trabajar tanto, o al menos a trabajar de manera diferente. Fue el mes más difícil de mi vida. Pero, como le suele suceder a la mayoría de la gente, fue también el mes en el que más aprendí.
-En primera instancia, tu último disco parece un álbum de gimnasia rítmica, con la música como el colchón y tu voz como la gimnasta...
-Oh, muchas gracias (se ríe). Me siento muy halagada y avergonzada al escuchar eso.
-...Pero también impresiona por su ascetismo y sensibilidad, al punto de convertirse en el disco más extremo de tu carrera solista.
-Mis dos primeros discos, Debut y Post, para mí son como mis discos en dúo. En ellos estoy haciendo canciones con la gente que conocí cuando decidí instalarme en Londres. Aprender es algo muy importante, pero a veces tenés que parar y usar lo que aprendiste. Ya era hora que me detuviera y trabajase en lo que soy. Creo que Homogenic es un disco que tiene que ver con el coraje de enfrentarse a sí mismo.
-Dos años después, ¿te sentís tan homogénea como entonces o un tanto más hétero?
-(Se ríe) Creo que me siento más heterogénea. Es algo que va y viene. Sube y baja. Lo importante es saber cuál es la cosa más valiente para hacer en cada momento. Cuando me mudé a Londres hace cinco años, lo más valiente que podía hacer era comunicarme. Pero cuando hice Homogenic, lo más valiente que podía hacer era aislarme.
-La foto de tapa también es significativa.
-Tratamos de ser internacionales. Usé joyas africanas en mi cuello, lentes de contacto tecno, peinado mexicano, ropas orientales y manicura europea. Pero realmente pienso que el vestido oriental fue un error, porque no todo el mundo entendió su significado. Lo importante, igual, era que mostraba a una mujer que había sido puesta en situaciones muy complicadas. Y se había transformado en una luchadora. Pero decidió pelear, no con la violencia, sino con el amor. No estoy diciendo que ésa sea yo, pero así me sentía en el momento en que estaba haciendo el álbum. Como la letra de Bachelorette.
-Y si hoy, dos años después, tuvieras que hacer la portada de un disco... ¿qué mujer estaría en la tapa?
-(Se ríe) Es un muy buena pregunta (vuelve a reír). Todavía no llegué hasta ese punto. Puedo olerlo. Ya tengo escritas las canciones para un nuevo disco, pero aún están creciendo. A veces incluso cambian día a día. Pienso que tal vez el año próximo podremos saberlo completamente. Pero puedo decirte todo lo que sé ahora: sé que esta mujer cree más en misterios y secretos, pero con más sentido del humor. Porque en Homogenic la mujer perdió la paciencia, agarró a la gente por el cuello y les gritó la verdad a la cara. A veces es importante decir verdades, pero el misterio es igual de importante. La mujer que iría en tapa hoy en día es más divertida y secreta. E invisible.
-Cuando se habla de sus próximos proyectos, se suele incluir entre ellos una película con Lars Von Trier. ¿Ya están trabajando juntos?
-Aún no. Todavía tenemos que descubrir si compartimos la misma visión. Yo tengo mucho cuidado con las colaboraciones, porque para mí no es cuestión de tirar dos huevos en una caja y sacudirlos para que se mezclen. Espero que funcione. En el otoño nos vamos a encontrar y veremos cómo va todo, pero hasta llevo compuestas ocho canciones, y por ahora todo suena muy bien. Será cuestión de dejar fluir todo naturalmente hasta donde nos lleve.
-¿Cuál es el criterio que usás para elegir a tus colaboradores?
-Mucha gente me pregunta, por ejemplo, por qué nunca he trabajado con Brian Eno. Y lo que respondo es que vengo escuchando a Brian Eno desde que tengo 12 años. No se puede poner más Brian Eno en mí, y lo digo como un cumplido hacia él. Lo importante en las colaboraciones es que las dos personas puedan crecer, no sólo una. Es ahí cuando la magia sucede. Con el brasileño Eumir Deodato (arreglista de Jobim y Milton Nascimento) funcionó de esa manera. Deodato me dio mucho, pero creo que yo también le di. Y eso es lo importante, como en la amistad. Tiene que funcionar en ambas direcciones.
-Hasta esa crisis que te hizo tomar por el cuello a tu público para cantarle tus verdades, tu imagen artística había evolucionado hasta convertirse casi en la protagonista ideal de una comedia musical, como en el video de Its Oh so quiet. ¿Lograste salir de esa trampa?
-Nunca fue una trampa para mí. Creo que tuve la suerte de haber nacido en una sociedad muy pequeña. Y ya desde los cuatro o cinco años, era muy obvio que era una excéntrica. Me ponía cosas que encontraba en la calle, cosas así. Estaba obsesionada con crear mi propia individualidad, hasta el punto de estar muy cerca de ser una enfermedad. Recuerdo haber tomado una decisión sobre mi vida cuando era muy chica. Tenía seis años y estaba jugando con unos chicos, y ellos me plantearon dos opciones. No puedo recordar qué era lo que íbamos a hacer, pero era muy divertido. Salir corriendo desnudos o llenar de barro a todos los autos del barrio, no sé... Pero uno de los chicos dijo: no podemos hacer eso. Así que entonces vi un cruce de caminos: hacer las cosas que la gente pensaba que tenías que hacer o hacer lo que yo quería. Dos caminos que tienen un gran abismo entre ellos. Y desde entonces decidí el mío, que es triste porque te aislás, pero también es más divertido. Así que la vida que elegí entonces es la misma que llevo ahora. Un modo de vida que he elegido por mí misma, y que se ha desarrollado saludablemente. Pienso, sí, que debe ser un gran shock para la gente cuando se vuelven famosos muy rápido. Pero en Islandia todo el mundo me estaba mirando en la calle desde que yo tenía 6 años de edad. Así que estoy acostumbrada.
-Para terminar... ¿qué es lo que sabés de Argentina?
-No mucho. Lo único que conozco es algo que no es específico de Argentina, sino de toda Latinoamérica: su literatura. Hay muchos que han sido traducidos al islandés. Toda la obra de Gabriel García Márquez, por ejemplo, ha sido traducida. Y eso es con lo que me puedo relacionar como islandesa. Porque Islandia es un país que se ha tecnologizado muy rápidamente. Así que tenemos esta hermosa esquizofrenia, con naturaleza y mitología por un lado, y teléfonos móviles y computadoras por el otro. Ytodo el tiempo intentamos casar esas dos cosas con elegancia. Algo que es muy parecido al realismo mágico latinoamericano.
Martín Pérez
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