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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

El éxodo riojano

La “tierra arrasada” es el abandono de un lugar llevándose todo lo posible o destruyendo aquello imposible de transportar, para que no sirva a otros ocupantes. El caso ocurría en situaciones de beligerancia, cuando una fuerza armada ocupante de un poblado se veía amenazada por otra fuerza enemiga que se aproximaba, y el pronóstico era el de una segura derrota. Aceptada la derrota, se buscaba hacerle al enemigo lo más dura posible la victoria, no dejándole habitaciones, campos, provisiones ni agua aprovechables. En una situación así, tal actitud fue adoptada por Manuel Belgrano el 23 de agosto de 1812, al encabezar el éxodo jujeño, y retirar el ejército patriota con rumbo hacia Tucumán. La analogía con el momento actual no se debe al magín febricitante del que escribe estas líneas. Que el presidente de la república pronostica la derrota de su partido en octubre lo ha lanzado al conocimiento público el candidato “natural” del mismo partido. Por otra parte, la actual administración ha tomado una larga serie de decisiones que comprometen a varias futuras administraciones, en materias cuya “decisión debería dejarse a la gente de ese tiempo”, como decía Stuart Mill. ¿Por qué otorgar una tarifa ferroviaria ciento por ciento más elevada, para la próximo década? ¿Acaso no habrá mejoras en la productividad del servicio? ¿Acaso murió el avance técnico en los medios de transporte? ¿Qué pasaría hoy si el general Mitre hubiera dado a las diligencias el monopolio del transporte hasta el año 2000? Se pide el pago anticipado de impuestos, es decir, que la administración actual utilice hoy los recursos iniciales de la administración que vendrá, la cual, en caso de tener otro signo que el partido gobernante hoy, tendría la mayor parte de su gestión a un Senado en contra, sin resortes de política económica, con abultado déficit fiscal y en cuenta corriente del balance de pagos, sin recursos suficientes, sujeta a pagos externos de magnitud sideral, obligada a elegir entre seguir postergando a jubilados, docentes y servidores públicos y granjearse su insatisfacción, o darles una recomposición salarial previsiblemente desestabilizadora. Situación difícil de encauzar en cuatro años. En el 2003, el supradicho volverá para decirnos: “¿Ven? Sin mí, nadie pudo respaldar la estabilidad”. Es un juego, donde el mejor resultado para cada participante es perder en octubre.


¡Viva la muerte!

Semejante exclamación sólo es concebible en boca de seres de ultratumba imaginarios, como Drácula, o seres reales cuya profesión se basa en el hecho natural del fallecimiento o el artificial del ajusticiamiento, como los médicos legistas, los empresarios de pompas fúnebres o los verdugos, aunque ellos prefieren que su actividad pase inadvertida. Gritarlo en público como una regla o consigna sólo cabe en un anormal; el único caso que se recuerda fue el del general español José Millán Astray, manco y tuerto, jefe del Cuerpo de Mutilados, en 1936, nada menos que en un acto público en la Universidad de Salamanca y delante de las mismísimas barbas de don Miguel de Unamuno, quien, como cabía esperar, falleció poco después. Nada espanta tanto como el temor a la muerte. Pero casi tanto como ella, una de las mayores preocupaciones es la muerte civil o exclusión de la sociedad, cosa que ocurre en el capitalismo al perder la capacidad adquisitiva, ya por acelerada desvalorización del dinero o por pérdida del trabajo. Ambas situaciones conducen a que no se sabe si al día siguiente se tendrá con qué comer, o peor, cómo dar de comer a su familia. A tal punto es poderoso este sentimiento, que el político astuto lo emplea como coacción. No puede decir: “vótenme o los mato”. Pero sí recuerda lo mal que lo pasamos en junio de 1989, o que el desempleo le puede tocar acualquiera. También sabe que a mayor incertidumbre hacia el futuro, mayor la tolerancia social para grandes reformas. A la híper del ‘89 siguió inmediatamente la puesta en venta de la totalidad del Estado, cosa que no se hubiera tolerado en condiciones normales. La versión criolla del “viva la muerte” es “no hay mal que por bien no venga”, o bien “cuanto peor, mejor”. El anterior ministro de Economía declaró una vez que los momentos convulsivos tienen su lado bueno: son convenientes para que el Parlamento acceda a ciertas reformas irritantes, como la flexibilización laboral. Un caso más cercano es el de la reciente visita de los técnicos del FMI, quienes pintaron un futuro más sombrío que el que difundía el Gobierno: la Argentina verá caer su PBI, no el 1,5 %, sino el 2,5 %. Y a renglón seguido, la solución final: privatizar el Banco de la Nación Argentina y reducir los haberes a los nuevos jubilados. Nadie quema sus naves, como Hernán Cortés, o hace desaparecer a un sector de la población, sino en caso de desesperación o de locura.