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Convivir con virus

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Jueves 16 de Septiembre de 1999
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convivir con virus


Una palabra empuja en mi boca, boca que besa y que nombra. Aunque no pueda decir ésta, la palabra que oculto, de la que huyo. Una palabra me delata y entonces la condeno a silencio. Que hable el cuerpo su idioma de líquidos, que la boca se llene de su agua, que todo lo que está vacío se sacie, que huecos y molduras se completen, pero que no la nombren, que no digan lo que escondo porque entonces ya no habrá salida para mí. No habrá más que volcarme boca arriba, desparramando el pelo como una medusa en la corriente de un río que me arrasa. Esos besos sin más nombre que la sed son suficientes por ahora para que estalle de alegría, para poner otras palabras en lugar de la que se enmascara en las caricias, otras dichas al oído conforman al estruendo de este choque de planetas. Que el miedo siga su mapa de dudas, eso ya no importa. De mis miedos no quiero hablar, aunque el silencio lo haga por mí. Por el momento está bien recuperar el vaivén que me acuna, me acaricia por dentro, casi inerte mi cuerpo en sus manos sabe hablar mientras la boca calma su sed y la recupera en el mismo instante. De esta palabra que callo afronto las consecuencias. Ya nada me protege de estas ganas de pedir más y más postre, de este regalo que el paladar saborea cuando ya no tiene hambre. No tengo más refugios, no hay protección posible contra este virus que socaba cada gesto impostado, cada uno de esos muros que yo también construyo. Y derribo. Llevo un manojo de emociones entre las piernas que se abre en el pecho y le dan al corazón un vuelo de pájaros atolondrados que golpean las alas contra los cristales. Porque ahora yo soy transparente. Además, ¿a quién le importa lo que se diga cuando la piel ya habló en su idioma? Es ocioso este temor que intenta velar lo que ya quedó a la intemperie. Al menos para mí, se ha derrumbado el último refugio. Ya no me queda ningún discurso sobre los miedos ajenos, ya no encuentro en el vih un buzón donde depositar mis quejas. Ahora soy yo, una mujer enfrentada a lo invitable de las emociones, su capital y su pérdida. Ya no puedo andar vestida de banderas que se agitan con pocas y repetidas consignas. No más temores puestos ahí donde no me pertenecen. Ahora callo mi palabra de poder y no te nombro. Porque hacerlo sería menospreciar ese otro lenguaje de resuellos y jadeos, esa confusión de saliva que cura las heridas y las abre. A lo que temo me enfrento. En silencio. Tal vez porque lo mismo que me libera de los fantasmas que me cercaban me trae otros de nombres antiguos como el mundo, que comparto y me dejan la ilusión de que ya no estoy sola con mis miedos. En la grieta del amor nos acomodamos todos, por presencia u omisión. Y en ella me acomodo aunque la boca me traicione y entre beso y beso libere eso que no debe ser dicho, pero empuja. Que hable el cuerpo ese su idioma obsceno que me conmueve como un temblor de tierra, que de la herida entre mis piernas se escapen los suspiros que le ponen voz a nuestra danza. Y que se caiga el mundo. Aunque después huya y calle lo que de todos modos ha sido dicho.

MARTA DILLON