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Clara de noche

Convivir con virus

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Jueves 30 de Septiembre de 1999
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En silencio, la casa se abre para que entre la noche. Es luna llena detrás de las nubes y una luz pareja besa el jardín y sus promesas. Los pájaros cantaron al atardecer, hay un nido sobre el pino y una decena de gallos comenta a los gritos qué rojo se pone el cielo cuando el sol se despide. Es el ritmo de las cosas, su cadencia, su música. La esperanza como un peñón en el medio del paisaje de mi alma. Esperanza terca que no cede a los golpes del viento ni a la lengua voraz de la lluvia. Aun cuando sea todo lo que nos queda, quedará. Y con esa piedra en el corazón seguiremos caminando. Corazón de piedra verde que empuja a tanta gente a levantarse de la cama y volver a ella después de que el día no haya dado nada. Hasta que en algún momento el encuentro sea posible. Aunque se trate sólo de un brindis a la luz de la luna, después de haber marchado juntos, tantos pies caminando y rompiendo el mármol de la impunidad, de la justicia para pocos. Palabras, sólo palabras que de pronto tienen sentido en algún gesto que permite creer que no estamos tan solos. No mientras podamos juntarnos y gritar lo que nos duele. Qué sé yo, los HIJOS abriéndose paso en Escobar, con su verdad como un talismán que lastima los oídos sordos que necesitan todavía taparse, tapiarse, para no recordar que la muerte es sólo la muerte y el asesino la administra como le conviene. La semilla de una flor que no se exhibe en la Fiesta Nacional se plantó en las calles prolijas de la intendencia que gobierna el comisario que sabe matar a sangre fría. Tal vez la flor sólo se llame duda en el corazón de algunos vecinos. Tal vez como esa hierba mala que nunca muere, la duda crezca en los jardines, como en nosotros crece empecinada la esperanza porque no todo está perdido. No, no es el tiempo lo que está a favor de los pequeños, es la esperanza y los actos que la construyen. Qué sé yo, los empleados de Radio Ciudad denunciando que los obligan a firmar la renuncia a pedir medicación y asistencia a su prepaga en caso de que se contagien vih. Tal vez ese gesto que no cambia las cosas y tampoco las disimula tenga sólo el mínimo valor de la denuncia, del comunicado hecho en común cancelando un instante la indiferencia. El tiempo no hace nada por los pequeños, el tiempo pasa nada más y a veces horada la piedra de la esperanza. Pero no la arranca. No soltarla, no entregarla es el secreto, ponerla sí en los actos que la construyen, en cada hijo que empecinadamente seguimos trayendo al mundo, en cada jadeo del amor, en las palabras que se escriben, en las que se dicen al oído, las que habla el arte en su lenguaje. Esperanza de pobre, esperanza larga, esperanza motor de los que saben que nunca todo está perdido. Y se buscan. Como te busco yo en esta casa que se abre y deja entrar a la noche y sus fantasmas que me relatan al oído lo perdido y lo ganado para acomodar en mi corazón aquella piedra verde que enciende el día mucho después de la caída del sol.

MARTA DILLON